Los duques de Cambridge, y ahora príncipes de Gales, están llamados a asegurar la continuidad y la modernidad de la Corona
Durante la pandemia, Guillermo de Cambridge -hasta el jueves heredero del heredero al trono británico y ahora primero en la línea de sucesión- y su esposa, Catalina, fueron noticia por sus videollamadas para dar ánimos a los trabajadores sanitarios o jugar al bingo con los mayores de las residencias y por las imágenes de sus hijos, los príncipes Jorge, Carlota y Luis, aplaudiendo al personal médico. Por volcarse, en definitiva, con el pueblo sufriente. Mientras tanto, en pleno shock mundial por el confinamiento y el azote letal de un virus desconocido, su hermano Enrique y su cuñada, Meghan Markle, anunciaban su salida de la familia real para mudarse a California.
El distanciamiento entre los dos hermanos, hasta entonces muy unidos tras la muerte de su madre, la princesa Diana, ha marcado sin duda a Guillermo, llamado a ser el próximo referente de la vieja monarquía británica, al suponerse forzosamente limitado por razones biológicas el reinado de su padre, Carlos III. Pero, a la vez, ha aumentado exponencialmente, por contraste, la popularidad de los duques de Cambridge -y ahora también de Cornualles, el título que heredan de Carlos y Camila, además de príncipes de Gales, como anunció este viernes el soberano-, a quienes la sociedad británica ve como discretos y comprometidos frente a los ruidosos escándalos de Enrique desde su boda con Meghan.
Guillermo, que ha vivido siempre bajo el más estricto escrutinio mediático y a quien comparan con su madre por su carácter reservado, es, a sus cuarenta años, el miembro de la realeza más popular en el Reino Unido, con el 66% de apoyos a su favor, según el gabinete de sondeos YouGov. Muchos británicos desearían, de hecho, que ascendiera ya al trono, lo que refuerza la percepción de que el reinado de Carlos III operará como una especie de ensayo para su sucesor y la futura reina consorte. Guillermo y Catalina adquirán a partir de ahora todavía un mayor protagonismo y, por lo tanto, mayor responsabilidad y agenda pública.
Sin niñera
Los duques, que acababan de mudarse a Adelaide Cottage, una casa de campo a diez minutos a pie del palacio de Windsor con cuatro habitaciones y sin capacidad para servicio interno -por primera vez no convive con ellos su niñera española, María Teresa Turrión- podrían permanecer allí aunque Carlos y Camila se muden a Buckingham porque sus tres hijos acaban de comenzar las clases en Lambrook School, una prestigiosa escuela privada cerca de Ascot. No están, en todo caso, lejos de Windsor y nadie duda de que su presencia pública se multiplicará en cualquier caso.
Guillermo -que, previsiblemente, recibirá de su padre el título de príncipe de Gales en una ceremonia ‘ad hoc’- y Catalina ya han demostrado con creces que entienden el signo de los tiempos y que han interiorizado que de ellos depende no solo la continuidad de la institución, sino también su marchamo de modernidad y su compromiso social.
Si cualquiera que haya visto ‘The Crown’ sabe que Isabel II logró el respeto de su pueblo pese al halo de distancia y solemnidad que proyectaba, la futura pareja real tiene claro que la cercanía a los británicos, a todos, debe ser su tarjeta de presentación. Su Instagram está lleno de publicaciones en el que expresan su compromiso con la salud mental, con el colectivo LGTBI, el fútbol femenino o la lucha contra el cambio climático.
Educado en el elitista colegio de Eton, hincha del Aston Villa, fan de Coldplay y de AC/ DC y con la formación militar propia de su rango, Guillermo ha hecho de la discreción su talismán. Aunque también ha exhibido carácter: no dudó en dar un paso al frente para pedir a los medios que respetaran su duelo y el de Enrique tras la muerte de Diana o en negar las acusaciones de racismo que deslizó su cuñada.
Lo mismo puede decirse de su esposa, que, a través de sus portavoces, ha negado las muchas especulaciones que se han vertido sobre su tormentosa relación con Markle. El hecho es que los medios británicos se han cebado con la duquesa de Sussex, a quien han dibujado como una mujer de carácter difícil, incapaz de mantener a su personal de servicio, al mismo tiempo que han ensalzado el carácter mucho más calmado y dulce, en apariencia, de Catalina, de quien en realidad se sabe bastante poco, más allá de su infancia de clase media alta y de sus estudios de arte y fotografía en St,Andrews, donde conoció a Guillermo.
Lo cierto es que su eterna sonrisa la ha encumbrado también en la lista de personas favoritas de los británicos y hay quien dice que la prudencia que siempre exhibe es la lección que mejor aprendió de su abuela política. «Su modelo es la reina e incluso habla como ella».
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Enlace de origen : Guillermo y Catalina, ensayo de un reinado