La voz de alarma se inició con la perdida progresiva de las poblaciones de abejas. Pero la preocupación, avalada por la Ciencia, se ha ido extendiendo a otro tipo de insectos: una enorme variedad de ellos está desapareciendo de forma progresiva de nuestro entorno. En contra de lo que a priori pueda parecer, este hecho ya constatado por los investigadores es muy relevante si se tiene en cuenta que cumplen una función vital, tanto para los ecosistemas como para los propios humanos. Su exterminación podría tener multitud de consecuencias.
En 2019, la
Biological Conservation publicó un estudio en el que denunciaba que el 40% de todas las especies de insectos están disminuyendo a nivel mundial y que un tercio de ellas están en peligro de extinción. Mientras, una
investigación de la ONU realizada en 2019 encontró que medio millón de especies de insectos están en peligro de extinción, algunas en las próximas décadas.
En la
Endangered Species Act se recogen todas aquellas especies animales que están en esta situación. En estos momentos, hay 95 especies de insectos que corren el riesgo de extinguirse, después de que en 2017 el abejorro de parche oxidado se convirtiera en la primera especie de abeja en ser catalogada como en peligro de extinción.
En
el caso de las abejas, se calcula que, de las 100 especies de cultivos que nos proporcionan el 90% de nuestros alimentos, el 35% son polinizadas por abejas, aves y murciélagos. Las abejas son las principales iniciadoras de la reproducción de las plantas, ya que transfieren el polen de los estambres masculinos a los pistilos femeninos. Sin embargo, desde 2006, la población de abejas ha disminuido considerablemente.
Se estima que medio millón de especies de insectos está en peligro de extinción, y algunas lo harán en las próximas décadas
Los pesticidas, las enfermedades, los parásitos y el mal tiempo debido al calentamiento global han desempeñado un papel importante en este preocupante descenso. De hecho, y aunque el uso de los pesticidas siempre ha sido una de las principales causas, un
estudio publicado en la revista Science sugería, empleado un complejo proceso de modelización, que su disminución se debe en gran parte al cambio climático.
En concreto, los científicos descubrieron que los abejorros son menos abundantes en las zonas que se han calentado más en la última generación o que han experimentado cambios de temperatura más extremos. En Europa, son un 17% menos abundantes que a principios del siglo XX. Los científicos examinaron la abundancia de 66 especies en los dos continentes.
Demasiado calor, demasiada luz
También, otro tipo de factores contaminantes como la luz artificial influye en la pérdida de esta parte del reino animal, tal y como ha sugerido una invetigadora del CSIC en un
estudio reciente. «Los insectos constituyen el grupo de seres vivos más abundante en nuestro planeta y uno de los más vulnerables a la contaminación lumínica. Los que son nocturnos identifican la luz como una señal de seguridad y de orientación. Eso explica que queden ‘cautivos’ volando alrededor, por ejemplo, de una farola, lo que provoca su muerte quemados por la bombilla caliente, por agotamiento debido al vuelo continuo, o depredados. Las luces artificiales se convierten así en un muro de contención para los movimientos migratorios de insectos y el desplazamiento de organismos que se alimentan de ellos», afirma Alicia Pelegrina López, doctora en Ciencias Ambientales por la Universidad de Granada.
Estos datos son muy relevantes si se tiene en cuenta que los insectos desempeñan un papel fundamental no solo en la polinización de las plantas que comemos, sino también la descomposición de los residuos en el suelo de los bosques y la formación de la base de una cadena alimentaria de la que dependen otros animales más grandes, incluidos los humanos.
Su paulatina desaparición tiene consecuencias a todos los niveles. En España, el sector apícola español supone alrededor del 0,44% de la Producción Final Ganadera y el 0,17% de la Producción de la Rama Agraria, con un valor anual de su producción (miel, cera y polen) estimado en unos
62 millones de euros.
Los científicos descubrieron que los abejorros son menos abundantes en las zonas que se han calentado más en la última generación o que han experimentado cambios de temperatura más extremos
En comparación con otros países europeos, el nuestro destaca por su censo de colmenas, ya que 16 de cada 100 están en nuestro territorio. Además, el hecho de que el 80% se encuentra en manos de apicultores profesionales (aquellos que gestionan más de 150 colmenas). El grado de profesionalización de la apicultura en España supera la media de la UE, con alrededor de un 22% de apicultores profesionales.
Esto es importante porque una de las consecuencias de las denuncias en los medios de la desaparición de las abejas y los problemas que ello podría acarrear fue que se produjo, al menos en Estados Unidos, la tendencia a tener pequeñas almenas de abejas en los hogares y recintos particulares.
Según el Departamento de Agricultura de Georgia, la inmensa mayoría de la miel procede ahora de pequeños apicultores con sólo unas pocas colmenas. De hecho, algunos estadounidenses están instalando colmenas en los jardines de las azoteas de los rascacielos y en sus propios patios. Hoteles como el Four Seasons y el Polaris del Hyatt Regency de Atlanta tienen sus propias abejas y utilizan la miel en sus restaurantes.
Criar abejas de forma particular no es, según los expertos, una solución a la desaparición de estos insectos. Es más, su introducción de forma artificial en determinados hábitats podría conllevar efectos nocivos, tal y como demostraron unos investigadores españoles cuando decidieron introducir, en las tierras altas del Parque Nacional del Teide, miles de colonias de abejas melíferas para la producción de miel.
Unas colonias que fueron luego retiradas. Los resultados de esta investigación, publicados en
Nature, constata que la introducción de las abejas que producen miel redujo la conectividad de las redes de plantas y polinizadores.
Criar abejas de forma particular no es, según los expertos, una solución a la desaparición de estos insectos: su introducción de forma artificial en determinados hábitats podría conllevar efectos nocivos
El anidamiento y la modularidad (dos indicadores de la resiliencia del ecosistema) también disminuyeron. Aunque es cierto que algunas especies de plantas mostraban tener más frutos, los que estaban más cerca de las colmenas sólo contenían semillas abortadas.
Con el fin, pues, de preservar la presencia de insectos (aunque existe un
Libro Rojo de los Invertebrados Amenazados de España, este data de 2011), la Asociación española de Entomología apuesta por, entre otras cosas, lo que denomina Reservas Entomológicas.
Según explica Eduardo Galante Patiño, Catedrático de Zoología y Presidente de la Asociación española de Entomología, en la revista Biodiversidad, este concepto, es un modelo de conservación basado en los hábitats de las especies, que implica conocer sus requerimientos biológicos y las capacidades de distribución en el territorio.
Patiño denuncia que a veces se ha querido trasladar a los insectos el modelo de conservación de especie aplicado en grandes animales vertebrados o plantas, «sin tener en cuenta que este modelo de conservación no es posible aplicarlo en un grupo como los insectos, cuya presencia depende de complejas redes de interacción y de la calidad e interconexión de los microhábitats donde viven».
Además, los insectos pueden tener en muchos casos requerimientos de hábitats muy diferentes según las fases de su ciclo biológico, «lo que implica que su protección deba basarse en la consideración de un territorio diversificado, multifuncional e interconectado, donde cobra importancia la existencia de un rico mosaico de hábitats».
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