Nuestro cerebro está programado para odiar al otro, aunque hay estrategias para minimizar este impulso
El fútbol es un reflejo y a la vez un catalizador de nuestras pasiones más viscerales. Ahora que los nacionalistas de Cataluña andan a la gresca entre ellos y que la cuestión catalana no está en el candelero, hay quien vaticinaba que los días previos al Madrid-Barça podrían vivirse sin estridencias, incluso con cordialidad, habida cuenta de que los sentimientos ya no estaban tan encontrados. El clásico ya no simbolizaría la pugna entre el nacionalismo independentista y el centralismo estatal.
Craso error. Porque lo singular del fervor con el ‘nosotros’ es el desdén hacia los ‘otros’ con bastante independencia de los motivos reales que justifiquen esa dualidad. El ser humano tiene una increíble capacidad de imaginar las razones por las que odiar al prójimo. Los políticos más populistas lo saben y así inventan enemigos ficticios cuando aseguran que los otros te van a quitar el trabajo, van a imponer una religión fanática y tu propia cultura se va a diluir, pese a que tales consecuencias no vengan respaldadas por comprobaciones empíricas.
Los psicólogos sociales han llevado a cabo interesantes experimentos: dividen a un número de personas en dos grupos, mediante un criterio arbitrario y azaroso, como es lanzar una moneda al aire. Si se mantienen los grupos durante un determinado tiempo, los individuos del mismo colectivo generan empatía entre sí e indiferencia hacia los del otro conjunto. Las personas empiezan a considerar que tienen cuestiones en común y que se distinguen objetivamente de los otros. Una vez etiquetados los grupos en términos de la dialéctica nosotros-ellos, es fácil promover sentimientos hostiles y convertir al desconocido en adversario. Los grupos dan lugar a bandos enfrentados.
La rivalidad se establece a nivel neuronal. Como han comprobado los neuropsicólogos, al pinchar la mano de un individuo, el cerebro de un miembro del mismo grupo que presencia el pinchazo genera actividad cerebral en las zonas responsables de la empatía. Y viceversa: cuando vemos que se pincha el dedo de un miembro del otro colectivo, nuestro cerebro responde con una reacción físico-química que nos lleva a concluir: ¡se lo tiene merecido!
Resulta que, aunque pensemos que somos seres racionales y que establecemos nuestras filias y fobias en virtud de reflexiones pausadas, nuestro cerebro está diseñado para crear categorías duales excluyentes. Acaso esta sea una arcaica estrategia derivada de un tiempo en que andábamos por el mundo en pequeños grupos de cazadores-recolectores que competían entre sí. Era necesario crear una densa solidaridad entre los tuyos y estar dispuesto a matar al que ocupaba tu espacio de caza. El odio al otro es un arcaico mecanismo de supervivencia.
Por supuesto que pueden surgir circunstancias que intensifiquen el desencuentro. No todos los años hay un referéndum de independencia o un caso Figo. Pero, en última instancia, un Madrid-Barça mantendrá siempre su efervescencia porque todo españolito futbolero —aunque sea también seguidor de otro equipo— se ha adscrito a uno de los dos bandos de una dicotomía que estructura la afición futbolera en nuestro espacio vital.
Claro que los científicos sociales también han considerado las posibilidades de superar las animadversiones grupales más irracionales. Por ejemplo, han demostrado que, si se proporciona información a un individuo sobre los crímenes históricamente realizados por los europeos blancos y cristianos, tenderá a criminalizar menos a los emigrantes musulmanes cuando algún fundamentalista comete un atentado terrorista.
El remedio al exceso de crispación en el Madrid-Barça se antoja complicado, entre otras cosas porque los seguidores de uno y otro se informan por rotativos del deporte que inequívocamente muestran su parcialidad. Es lo que ocurre también antes de las elecciones: todo el mundo cree que el partido al que vota tendrá mejores resultados porque, al interaccionar esencialmente con gente similar y leer medios afines a tu ideología, tiendes a pensar que el mundo entero está contigo.
En cuanto al clásico, la solución estaría en leer la prensa ‘enemiga’. Si eso se hace muy cuesta arriba, siempre se puede aumentar la asistencia al bar, donde uno se encuentra con todo tipo de mamíferos bípedos, alguno de los cuales a buen seguro tendrá el placer de contradecir cualquier opinión favorable que tengamos sobre nuestro equipo favorito.
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Enlace de origen : El Madrid-Barça visto por un científico social