Un audio grabado por la víctima de una violación en Molina resulta clave en el juicio para condenar a su expareja a casi once años de prisión
Son algo más de 60 minutos de un audio insoportable. Durante ese tiempo, ella chilla decenas de noes; gritos de auxilio y socorro que hielan la sangre; se escuchan incontables «por favor, déjame» entre sollozos ahogados; se desgañita suplicando que no la trate así, que la suelte, que se quite de encima y que no puede abrir la boca para hacerle una felación porque le duele la mandíbula.
Él, por su parte, solo emite insultos: «puta» y «zorra». La acusa de tratarle como un cornudo; la amenaza: «tienes dos opciones: por las buenas o por las malas». Y la intimidación más grave, la que la fiscal resaltó en el juicio y que retumbó en la sala de vistas: «O abres las piernas o mañana no ves a tu hijo; ábrelas o te juro que no lo cuentas».
La representante del Ministerio Fiscal calificó el audio de la violación ocurrida en la Nochebuena de 2020 como «devastador» y «solo superado por una película ‘snuff movie’» (género de vídeos cortos de asesinatos, torturas, entre otros crímenes reales). Por su parte, allí, sentado en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Murcia, el procesado, expareja de la víctima, aguantó escuchar esa hora de tortura sin inmutarse, frío. «Es un juego sexual, con el consentimiento de ella. Son cosas que a ella le gustan», se defendió.
El juicio quedó visto para sentencia el pasado martes y el juez emitió el fallo el viernes por la tarde. El hombre, S. P. C., de 44 años, fue condenado a diez años y nueve meses de prisión por violar y maltratar a su expareja en la madrugada del 24 de diciembre, tras romper su relación una semana antes. Además, no podrá acercarse a ella durante los diez años posteriores a su salida de la cárcel y se le impone una libertad vigilada durante cinco años. Deberá indemnizar a la víctima con algo más de 80.000 euros por el daño moral y las secuelas psicológicas que aún arrastra. Esa era la cantidad que solicitaba la Fiscalía, que reclamaba doce años de prisión.
Por su parte, la acusación particular, ejercida por el abogado Alberto López, se adhirió a esa pena que reclamaba la fiscal y pidió una indemnización de 100.000 euros por las secuelas afectivas, conductuales y cognitivas que presenta su clienta. «Sufre estrés postraumático crónico. En la escala de gravedad de síntomas de este trastorno, presenta una puntuación muy elevada, de 46 en una gradación de 0 a 51, tal y como se desprende del informe psicológico», expuso el letrado.
Celos tras la ruptura
El condenado y la víctima mantenían una relación desde hacía un año y medio. A mediados del mes de diciembre rompieron y el 23 de diciembre quedaron para comer y hablar sobre lo que iban a hacer con el alquiler de la casa, los muebles y otras cosas en común que tenían.
Tras la comida, se marcharon del restaurante y, por la tarde, fueron a visitar a un amigo a su casa «y allí él se puso celoso», manifestó la mujer en su declaración.
Sesenta minutos de tortura
Él se marchó de la vivienda del amigo y ella le acompañó en el coche «para no empeorar la situación». Comenzó una discusión en el interior del vehículo, el tono fue subiendo con insultos y ella comenzó a grabar con su móvil «por miedo»:
—Eso es lo que eres, una pedazo de zorra, pedazo de puta. Qué quieres, ¿follártelo?
—No te pases. ¿Por qué me tratas así?
–Porque eres una puta.
Según afirmó el acusado en su declaración ante el juez, «a ella le gusta que le llame ‘zorra y puta’, como un juego sexual». Los insultos y las acusaciones de infidelidad continuaron durante todo el trayecto. Poco después, sobre las 1.30 horas del 24 de diciembre, llegaron a la vivienda que ambos compartían hasta una semana antes, situada en Molina de Segura. Al llegar, ella fue al baño y él le abrió la puerta.
—Las zorras como tú mean con la puerta abierta.
—Déjame que voy a mear, no me toques.
La primera violación se produce poco después y quedó registrada en un segundo audio. Lo que se escucha es una violación en directo, en la que confluye una violencia inusitada, «la humillación, el desprecio constante durante la agresión, arraigada en la violencia de género», que lleva al sufrimiento extremo de la víctima, según describe el juez.
La sacó del baño, cogiéndola por la chaqueta por la fuerza. Le bajó los pantalones, la penetró una primera vez sobre el sofá. Forcejeó y la tiró al suelo. «Venga, va a ser rápido. Va a ser por las buenas o por las malas. O abres las piernas o mañana no ves a tu hijo; ábrelas o te juro que no lo cuentas», se oye en la reproducción. Tras ello, la mujer afirmó que siguió golpeándola, le agarró del pelo y le dio con la cabeza contra el suelo varias veces. Finalmente, la cogió de la boca con la intención de que le hiciera una felación. «No puedo, me duele la mandíbula», se le oye decir a ella.
Lo que se escucha poco después es una segunda violación en la planta superior, sobre la cama de matrimonio. Él se quitó los pantalones y a ella su ropa, y volvió a forzarla. Ella aseguró que al principio se resistió, pero llegó un momento en que se rindió, porque ya no tenía fuerzas.
«Al final del audio, él reconoce la agresión cuando dice a mi clienta que ya puede decir que le ha violado», indicó el abogado de la acusación particular. Acto seguido, él amenazó con suicidarse y se sentó en una mesa para escribir una nota. En la inspección ocular que realizaron posteriormente los policías, hallaron en la casa varias cartas de despedida a familiares suyos. Mientras él estaba en el escritorio, ella logró salir de la casa. Huyó en pijama y se dirigió a la garita de seguridad del residencial.
Allí contó a los vigilantes que acababa de ser víctima de una violación por parte de su expareja y que temía por su vida. Los empleados de la seguridad llamaron a la Policía. Cuando acudió una patrulla de la Policía Nacional, el acusado estaba ya en la garita, hablando con los vigilantes. Al ver a los agentes, se defendió diciendo que todo se trataba de «un juego sexual entre los dos», pero que sabía que «me va a salir caro».
«Era un juego sexual consentido»
El acusado sostuvo en su declaración que todo lo que se escucha en las grabaciones formaba parte de un juego sexual consentido. Asimismo, argumentó que la denuncia por agresión sexual estaba motivada porque ella quería quedarse con la casa —una vivienda en régimen de alquiler con derecho a compra—. Explicó que ese día se bajaron del coche y fueron a casa. Allí siguieron con el juego.
«Estos juegos que le gustan y se paran cuando ella me da un pellizco o me lo dice», declaró en el juzgado. Afirmó que lo hicieron en el comedor, sobre el sofá, y luego en la habitación. «Consintió la relación sexual; no forcejeamos ni peleamos».
Por su parte, el abogado de la defensa impugnó los audios en el procedimiento al entender que no se había acreditado que se hubieran registrado con el móvil de la denunciante. «No se ha identificado el teléfono, ni se ha hecho nada para certificar los audios».
En la sentencia, el juez afirma de forma contundente que la denunciante había mantenido desde su primera declaración los mismos hechos, sin variación sustancial. En el juicio ofreció un relato sincero, lógico, preciso, coherente, consistente y completo.
Por ese motivo, continúa, «el Tribunal podría mantener la condena prescindiendo de ambas [grabaciones]. No obstante, no dudamos de su autenticidad».
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