Antonio ‘El Gaditano’ y La Perdiguera

Antonio ‘El Gaditano’ y La Perdiguera

Abel, Antonio ‘El Gaditano’ y el cocinero Ricardo en la freiduría. / J. M. RODRÍGUEZ / AGM

Es una inmensa alegría después de los años encontrarse con buenas personas con las que en alguna etapa de la vida has compartido trabajo, alegría y amistad. Para mí fue un lujo encontrarme con un amigo que reúne todas estas condiciones y algunas más. Fue con motivo de la celebración de las fiestas del Rosario en la ciudad hermana de La Unión, en la que junto a un grupo de amigos llegados de Badajoz, estuvimos dando un paseo por la ciudad minera y cantaora y disfrutando de lo mucho que tiene para disfrutar, divisando el horizonte del Parque Minero donde comienza la ruta del Camino del 33 hasta Portmán y visitando la singular capilla del Cristo de la Mina, réplica del crucificado de Gerique, que cada año baja en vía crucis, serpenteando por las cuestas de la sierra hasta La Unión. Y es que pasear por la Sierra Minera entre ocres y almagras, junto a las viejas chimeneas de la época gloriosa de la minería, la mayoría con nombres de mujeres –la Trinidad, Vicenta, Montserrat…–, desplazarte y conocer las anécdotas y curiosidades de tumbas y enterramientos de su cementerio, valioso exponente de panteones y esculturas funerarias de la época modernista.

El paseo por el corazón de la ciudad, entre sus edificios de época modernista, donde uno se deslumbra ante la magnificencia de la gran portada y cúpula de la Catedral del Cante, el Antiguo Mercado Público en piedra, hierro y cristal que permaneciera abierto como plaza de abastos hasta mediados de siglo, obra de los arquitectos Pedro Cerdán y Víctor Beltrí.

Recorrer la avenida del Flamenco, donde en agosto se pueden escuchar las tarantas ante la huellas de las inscripciones en el pavimento de las figuras más grandes del flamenco, desde Enrique Morente, Mercé o Vicente Amigo hasta los locales como Encarnación Fernández. Pasar por delante del imponente edificio de la Casa del Piñón, sede del Ayuntamiento de La Unión, para terminar en un gran foro gastronómico y flamenco, como es la Bodega Lloret que nos retrae a la estética de barriles y baldosas de cien años atrás, con unas tapas de michirones, unas patatas con ajo casero, un buen vaso de vino y el aleteo de pájaros en libertad. Terminando en la mayor exposición fotográfica del Festival, en el Túnel Minero que te lleva al Patio de la Guitarra, en el Vinagrero, paso obligado de todos los artistas para saludar a Fernando y disfrutar de las texturas de sus platos de mercado, que elabora magistralmente Mamen.

El cantaor nacido en Albudeite y afincado en Cartagena logró premios en los festivales de Linares y Córdoba antes de triunfar en el Cante de las Minas de La Unión

Y si después de este disfrute para los sentidos, saludas a un grande de los cantes, es lo mejor que te puede pasar, como a mí me sucedió. Después de muchos años me encontré con Antonio Castillo ‘El Gaditano’, al que conocí en el mundo profesional en mi etapa en la añorada Tamar, extraordinario soldador tanto en el sector del montaje industrial como en el naval. En sus soldaduras no existía el rechazo.

Soldador de categoría

Antonio pasó por diecinueve compañías del sector y trabajó por toda España, en todos los grandes proyectos de la época. Perteneció a Camisa, Comain, Levivier, Felguera, Ibemo, Tamoin, Nervión… Y se retiró después de 50 años de soldador profesional. Pero si su carrera profesional como soldador fue brillantísima, en la gran afición que compaginó con su trabajo, los éxitos fueron mayores. Antonio nació en Albudeite, localidad de cuyo alcalde le ha rendido este año un gran homenaje inaugurando un parque en el pueblo que lleva su nombre, como hijo del municipio. Así es como deben hacerse los homenajes.

Con 14 años se trasladó junto a su familia desde su Albudeite natal hasta nuestra ciudad. A los 17 años ingresa en Infantería de Marina, se traslada a San Fernando, donde conoce a una bella gaditana, Pepi, hoy su mujer y de ahí le viene el nombre artístico de ‘El Gaditano’. Militarmente es trasladado a Marín y Madrid, para a los cuatro años volver de nuevo a San Fernando y empezar su carrera de soldador.

Le encanta comentar que como su mujer cantaba de dulce, de ella aprende a cantar la copla flamenca. Se casa en tierras gaditanas, para volver a su Cartagena y continuar de soldador, y junto a Pepi, empiezan a hacer dúos por los pueblos, con mucho éxito, cantando las cosas de Juanito Valderrama y Dolores Abril. El amor de Antonio al flamenco le hace que empiece a estudiar flamenco, donde conoce a un grande de los cantes de levante, Antonio Piñana padre, al tiempo que se presenta al Festival del Cante de las Minas, donde obtiene un premio menor. Sigue estudiando flamenco y se presenta al Concurso de Linares, donde se lleva el premio por granaína, taranta y seguirillas. Continúa estudiando y triunfando, en el Festival de Córdoba, gana por tarantas. Y le llega su momento estrella, pues en el año 1986 se presenta al Festival Internacional del Cante de las Minas, acompañado a la guitarra por Rosendo Fernández y consigue la preciada Lámpara Minera, que le abre todas las puertas nacionales y de los mejores escenarios de toda España. Fue cantaor oficial junto con el guitarrista Antonio Fernández. Interviene con los grandes de la época, Camarón, Juanito Valderrama, El Cabrero, Rancapino padre, Calixto Sánchez y Luis de Córdoba, entre otros. Pero no olvida su origen y al igual que está con los grandes, actúa en ciudades y pueblos y pequeños festivales en compañía de un gran guitarrista como es Antonio Fernández ‘El Torero’. Una brillante carrera de más de 50 años, cantando primero canción española y después flamenco del bueno, en todos sus palos. Y como lleva el cante en las venas, hasta hace poco llevaba un coro rociero en su club de la tercera edad, algunas veces canta en su Peña Melón de Oro de Lo Ferro y también en su pueblo para sus vecinos.

El Gaditano es feliz en su matrimonio, con sus cuatro hijos, once nietos y tres bisnietos. Su hijo Pedro, al que le encanta Camarón de la Isla, podría continuar la trayectoria de este grande del flamenco.

Nueva freiduría

Para cerrar tan magnífica jornada terminamos en la freiduría La Perdiguera, donde Abel nos recomendó un menú que nos encantó y sorprendió: empezando con una bicicleta de mejillones en escabeche, para continuar con un pan brioche de sardina ahumada, pimiento asado y mermelada de pétalos. Pasamos a unas exquisitas huevas a la plancha de buen tamaño y no aceitosas, un pulpo con un cremoso de lima soberbio. Terminamos con un adobo a la andaluza y un gallopedro muy bien frito, con unas ricas patatas a lo pobre. Todo regado con un vino verdejo, Juana la Loca. Como punto dulce, un brownie reposado en sopa de chocolate blanco y helado de turrón, realmente bueno.

Termino este domingo con esta reflexión: «Quien mucho se aleja, pronto deja de hacer falta».

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