Pia Cramling, gambito de dama a la sueca

Pia Cramling, gambito de dama a la sueca

Cuando Pia llegó a Argentina la situación era muy complicada en el país. La junta militar del general Videla seguía sometiendo al pueblo a un verdadero régimen de terror. La asociación Madres de Plaza de Mayo pedía justicia para sus hijos desaparecidos. El futbolista sueco Ralf Edstrom fue secuestrado brevemente por unos encapuchados, debido a una confusión, durante el Mundial de Argentina 1978, celebrado meses antes de la Olimpiada de ajedrez. El país vivía en un estado permanente de congoja, pero la joven Pia no era consciente de lo que ocurría fuera del tablero. «Cuando juego al ajedrez estoy en una burbuja», reconoce Cramling. «No tengo ni la más remota idea de lo que pasa a mi alrededor».

El equipo sueco de ajedrez escuchaba música en el hotel de concentración. Pop setentero de ‘Nationalteatern’, un grupo nacional de mucho éxito. Pia oía y tarareaba aquellas canciones. Temas como ‘Poppens Mussollinis’, con una letra que hubiera sido censurada de no ser porque estaba cantada en sueco: «Los Mussolini del pop de nuevo en escena con sueños danzantes de libertad». Cramling perdió la primera partida de la Olimpiada contra la polaca Anna Jurczynska, pero después logró 11 puntos sobre 14 posibles, lo que le valió para ganar la medalla de plata individual en su tablero. Suecia quedó novena. Pia aún recuerda aquella cita como un momento clave en su carrera: «Me di cuenta de que no eran tan fuertes».

La familia Cramling

Los abuelos maternos de Pia eran originarios de Finlandia. Durante la Segunda Guerra Mundial, la madre de Pia, Anna-Liisa, huyó en barco desde Finlandia a Suecia con una amiga, en busca de paz y refugio. Era costurera. Un día de lluvia, en el Tivoli de Gröna Lund de Estocolmo, conoció a Inge, un apuesto oficinista. Sintieron atracción en un parque de atracciones. Tuvieron dos hijos: Dan y Pia. El padre, en sus ratos libres, enseñó a su primogénito las reglas de ajedrez. La madre, en cambio, podía sentarse un rato delante del tablero, pero realmente no era su pasión, ella solo quería estar en casa tranquila, disfrutar de sus pequeños.

Inge también fue entrenador de fútbol. La chica que jugaba de portera dejó el equipo y el padre de Pia animó a su hija a probar bajo el arco. Mientras Cramling me cuenta esta historia, España le mete un gol a Japón en el Mundial de Qatar. Morata. Vemos la repetición en la tele. «En tus tiempos lo hubieras parado, ¿no?», comento con torpeza. «No creas. Jugué partidos, pero era bastante floja». Pia comenzó a jugar al ajedrez con 10 años. Ella siempre siguió los pasos de su hermano. Jugaba con Dan al tenis de mesa y pescaban juntos. Como su hermano empezó a visitar el club de ajedrez SK Passanten, Pia también lo frecuentó. Al poco, con 13 años, ganó el campeonato escolar. Entonces pensó: «Voy a hacer esto el resto de mi vida».

«En mis primeros años de ajedrez era muy tímida. Yo sabía que si seguía ganando partidas todo el mundo empezaría a hablar de mí, de la chica que vence a los chicos. Y yo solo quería que me vieran como un chico más», confiesa Cramling. «Mi meta era la misma que la de mi hermano Dan: lograr el título de gran maestro absoluto. No me interesaba el de gran maestro femenino, un título más fácil de alcanzar. Por eso jugaba casi siempre contra hombres». Por eso Pia llevaba el pelo corto. Y firmaba sus planillas como «P. Cramling», para encubrir su lado femenino bajo la sombra arbolada de la «P» mayúscula.

La siguiente Olimpiada, tras la de Buenos Aires, se celebró en la Valeta, en 1980. Pia decidió no participar para no perder dos semanas de colegio. En 1982, en la ciudad suiza de Lucerna, Pia volvió a representar a Suecia, ya como primer tablero del país, lugar que ha defendido durante cuarenta años. En Lucerna ocurrió uno de esos avatares deportivos que solo ocurren sobre el tablero. Llegó la última ronda y Pia necesitaba medio punto más para lograr la medalla de oro. Enfrente, la canadiense Nava Sterenberg. «Ella pensaba ofrecerme tablas porque sabía que yo me aseguraba la medalla», señala Pia. «Además, Sterenberg tenía pronto un vuelo de vuelta a Canadá, así que a las dos nos interesaba terminar rápido. Pero la partida se puso tan interesante que Nava perdió el vuelo y me ganó». Cramling tuvo que conformarse, de nuevo, con la medalla de plata.

Pia Cramling ha logrado el oro olímpico en tres ocasiones (1984,1988, 2022). Su racha triunfal en las Olimpiadas constituye un récord sin precedentes: acumula ¡47 partidas sin perder! La última derrota de Pia se produjo en Calviá (2004) frente a la georgiana Maia Chiburdanidze. En Europa, Cramling se ha coronado dos veces campeona (2003, 2010) y ha llegado otras tantas a las semifinales del campeonato mundial femenino. Fue la quinta jugadora de la historia en conseguir el título de gran maestro y logró colocarse, en distintos momentos, como la mejor jugadora del mundo en las listas de clasificación de la FIDE. Cramling ha jugado contra casi todos los mejores ajedrecistas del siglo XX y puede presumir de haber derrotado a Bronstein, Taimanov, al campeón del mundo Smyslov o a la leyenda Víktor Korchnói.

Anécdota con Korchnói

La primera vez que Cramling jugó contra Korchnói fue en Inglaterra, en la sexta edición del Lloyds Bank Masters Open de 1982. En ese momento Korchnói era el segundo jugador más fuerte del mundo. Para Pia era cumplir un sueño: jugar contra su ídolo. Pia planteó una apertura española, variante del gambito del centro. En la jugada número cinco, Korchnói (negras) estuvo más de una hora pensando. «Él quería evitar cualquier continuación que llevara a la igualdad», explica ella. En la jugada número 39, Cramling capturó un caballo y pasó por alto una red de mate. «Era fácil ganarle, pero no lo vi. Dejé que él pudiera darme jaque continuo y firmamos las tablas», rememora la jugadora sueca. Para entonces los curiosos ya habían formado un gran círculo en torno al tablero. Korchnói conversó un buen rato con Pia en el tradicional análisis ‘post mortem’. Hay una foto que muestra este instante: él, con chaqueta y corbata, con la media sonrisa, quizás respirando aliviado tras haber estado cerca del abismo; ella, con la mirada puesta en Korchnói, satisfecha, feliz de haber presentado batalla.

Tiempo después, Cramling logró vencer a Korchnói. El soviético nacionalizado suizo no se tomó muy bien la derrota: «En vuestro equipo, la única que sabe algo de ajedrez es Susan Polgar», dijo con despecho. A Pia se le cayó el mito durante algunos años, hasta que la vida los puso de nuevo en contacto y fraguaron una tierna amistad. «Cuando coincidíamos en el Open de Gibraltar, mi hija Anna le daba palmaditas a Korchnói en la cabeza, y él se dejaba con todo el cariño», recuerda Pia. «Era un hombre entrañable».

Bellón, pareja y entrenador

Pia conoció al ajedrecista Juan Manuel Bellón en el torneo de Zúrich de 1984, cuando él se ofreció a ser su entrenador. Aunque, siendo precisos, la historia se remonta a 1977. Pia tenía entonces 13 años y jugaba por primera vez fuera de Suecia. «Vi a un español que estaba dibujando en su planilla. No hablé con él, pero me llamó la atención el modo en el que pintaba sobre el papel, como un artista». Años más tarde ocurrió lo de Zúrich. Como pareja profesional (y sentimental), fueron juntos al Torneo Interzonal femenino de La Habana. Hasta que, en 1986, Pia decidió tomarse un año lejos del tablero para así dedicarse a sus estudios. «Juan no lo podía creer», apunta Pia. Durante tres meses, Cramling trabajó en Kockums, una compañía que construía submarinos. «Fue terrible, un periodo muy triste. Porque yo sí que quería entregarme al ajedrez, pero no me atrevía. En Suecia no estaba bien visto que alguien se dedicara a jugar al ajedrez de forma profesional. No se consideraba un trabajo», recuerda.

Por suerte, hizo caso a su corazón y volvió a los tableros. Y al cobijo de Juan, con quien estuvo viviendo en Malmo, para estar más cerca del camino hacia España, como ella misma reconoce. «Sin la ayuda de mis padres y de mi compañero Juan nunca hubiera podido vivir todos estos años como ajedrecista», admite Pia. Gran parte de estos años, más de veinte, Pia los vivió en Fuengirola, donde en 2002 nació su hija Anna, a la que dio el pecho entre ronda y ronda de algún que otro torneo.

Género y ajedrez

Tras casi cincuenta años compitiendo al más alto nivel, Cramling es una voz autorizada cuando se habla de ajedrez y brecha de género. «¿Es el ajedrez de élite un deporte machista?», le pregunto. «Lo ha sido, como ocurre en cualquier otro ámbito de la vida. A veces, cuando era pequeña, le ganaba a un chico y sus amigos se reían de él porque había perdido contra una niña. Es una escena que he vivido en distintas formas, de vez en cuando, a lo largo de mi carrera. Un día, derroté en un torneo al portugués Joaquim Durão. Un gran maestro cubano dijo: «Si yo hubiese perdido contra una mujer no podría volver a Cuba». En una de las rondas siguientes, me tocó jugar contra el cubano. Y le gané. Por suerte, también he vivido momentos amables. El 8 de marzo de 1990 me encontré con una tableta de chocolate al lado de la mesa de juego. Era un regalo de mi rival, Mijail Tal, con motivo del Día Internacional de la Mujer».

El movimiento feminista del ajedrez tiene una figura destacada en Anna Cramling Bellón, la hija malagueña de Juan y Pia. Anna tiene un buen nivel de ajedrez. Hay alguna foto de ella, de niña, moviendo las piezas en el club de ajedrez de Benalmádena. En las recientes Olimpiadas celebradas en Chennai, Anna ha representado a Suecia junto a su madre (primer tablero) y su padre (capitán del equipo), un caso familiar único en el mundo. Sin embargo, ella prefiere disfrutar del noble juego a su modo y ha encontrado el estímulo en la divulgación y en la dimensión social del ajedrez. Su canal de Youtube cuenta con cientos de miles de seguidores. «Para nosotros, como padres, es un orgullo. Estamos muy felices del camino que ha tomado Anna», confiesa Pia. Y Juan asiente, con la sonrisa redonda y cómplice.

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