Un tiro a 50 centímetros del pecho de su mujer

Un tiro a 50 centímetros del pecho de su mujer

Abdellafit A. conducido por la Guardia Civil a los juzgados de Lorca el 1 de septiembre de 2020. A la derecha, la víctima mortal, Saloua Afif. / jaime insa / AGM

Abdellafit A. se enfrenta a partir de este lunes en un juicio a una pena de 26 años por el asesinato de su esposa en agosto de 2020, en Águilas

Raúl Hernández

Abdellafit A. llevaba varios meses alterado. Su perturbación comenzó desde el momento que puso el pie en la calle, tras salir de prisión en mayo de 2020, donde estuvo 15 meses a la sombra por un asunto de tráfico de drogas. «Se encontraba muy nervioso y fumaba mucho; su carácter cambió bastante», declaró un amigo suyo a la Guardia Civil. Cuando recobró la libertad, regresó a la vivienda familiar, situada en la calle Tenor José Sánchez Galán de Águilas, con su esposa, Saloua, de 40 años, y sus dos hijos menores de edad. Pero algo había cambiado. Abdellafit, de 49 años y nacionalidad marroquí, no era el mismo.

El tiempo en la trena, a caballo entre el centro penitenciario de Sangonera la Verde y el de Villena, en Alicante, había hecho mella en su cabeza, de tal forma que se había vuelto más machista de lo que ya era. Su hija, de 16 años, lo describió como una «persona más controladora» respecto a su mujer y con una «conducta obsesiva» acerca de una posible relación que pensaba que Saloua tenía con otro hombre. El fantasma de la infidelidad, que engullía la razón del hombre, originaba discusiones de la pareja delante de los menores en las que le echaba en cara las infundadas traiciones.

La propia hija puso de manifiesto el temor que su madre tenía hacia su marido, sobre todo desde que la agredió en la cabeza con un objeto años atrás, cuando residían en Barcelona. Ese temor, y una relación que mantuvo Abdellafit con otra mujer, llevó a Saloua a pedir el divorcio en Marruecos, pero en España seguían casados.

La relación estaba rota entre ambos, y era algo que había traspasado las puertas de su casa. Tanto los vecinos como los compañeros del restaurante donde Saloua trabajaba, manifestaron que ella confesaba amargamente que durante los meses de verano él la insultaba, la llamaba prostituta, que se encontraba muy celoso e iba a vigilarle al trabajo. «Ella le decía que no quería continuar más con él, que se quería separar, que se encontraba agobiada y que no quería continuar con el tipo de vida que le daba».

«Saloua sufre maltrato»

Saloua nunca había denunciado a su marido por violencia física o psíquica. Acudía, no obstante, a un centro de atención especializada para víctimas de violencia de género (CAVI), en la que un informe de una psicóloga reflejó que existían ciertos indicadores de violencia, y una observación: «Hay maltrato psicológico por parte del marido y ha habido maltrato físico, pero no quiere denunciar, para no perjudicarle».

Abdellafit empezó, en apariencia, a urdir un plan en el mes de agosto. Personas del entorno del matrimonio fueron testigos de algunos detalles de sus lúgubres intenciones. Diez días antes de hallar el cuerpo sin vida de Saloua, varios vecinos declararon ver al hombre con una escopeta envuelta en una sábana, la misma escopeta que estuvo guardada en el sótano de la casa, bajo un colchón y con la que mató a su mujer. El arma nunca apareció. Dejó dicho a algunos amigos que «algo iba a ocurrir». A una vecina le manifestó, en el banco desde donde solía espiar a su mujer, que tenía que «hacer una cosa y marcharse a Melilla». A otro conocido le confesó que estaba preparando «algo e iba a quitarse del medio».

Los niños estaban en la playa cuando los celos mostraron sus fauces el 29 de agosto, sobre las 17 horas en la vivienda familiar, cuando Saloua llegó de trabajar del restaurante. Abdellafit había preparado carne al vapor para comer con ella. Durante la comida ella le dijo que ya no quería seguir con él, «que ya no quería vivir con él». El hombre le respondió reprochándole que le estuviera siendo infiel. «Te he visto con hombres que llevan diferentes vehículos», le espetó, al tiempo que le gritaba que quería echarlo de casa para quedarse libre e irse con otro chico. La discusión se fue recrudeciendo con reproches continuos de él sobre las supuestas infidelidades y los gritos desesperados de ella, clamando por la ruptura definitiva de la relación.

Cerca de las 20 horas, Abdellafit bajó al sótano donde guardaba la escopeta, regresó al domicilio y la escondió en la cocina. Él mismo declaró que su cabeza estaba como ida, que se fumó un cigarro pensando qué es lo que iba a hacer, con el arma en la mano. Su mujer se encontraba en el sofá del comedor y le preguntó que qué hacía en la cocina. Y le recordó que en unos días iba a cambiar la cerradura y que cuando quisiera ver a los hijos que fuera. Él le echó en cara que quisiera romper la relación después de veinte años y, además, le soltó que lo que realmente quería ella era quedarse libre para irse con otro chico. Aseguró que, acto seguido, su mujer le insultó, y fue cuando regresó a la cocina y cogió la escopeta. Entró al comedor y ella le preguntó qué hacía con la escopeta, que si quería matarla, que la matara, que no lo iba a denunciar. En ese momento, retumbó un disparo. El doble cañón de la escopeta estaba a medio metro del pecho de Saloua cuando un tiro atravesó su cuerpo. Según el informe de balística de la Guardia Civil, fue «un disparo a quemarropa con un cartucho de postas».

Con el cadáver de su mujer tendido en el suelo, Abdellafit huyó. La hija mayor del matrimonio encontró el cuerpo de su madre, cuando regresó de la playa junto con su hermano. Chilló pidiendo ayuda y una patrulla de la Policía Local, que pasaba por la calle, la asistió. Saloua se convirtió en la segunda víctima mortal por la violencia de género en la Región del año 2020, tras el homicidio de una mujer en Cartagena a manos de su expareja por un martillazo en la cabeza. A partir de hoy, Abdellafit será juzgado por un jurado popular en la Audiencia Provincial acusado de un delito de asesinato. Se enfrenta a 26 años de prisión.

«El arma se disparó sin querer»

«Sin querer, toqué el gatillo y se disparó el arma. Cuando vi lo que había hecho, me acerqué a ella: ‘¡Saloua, Saloua!’, grité. Pero ella respiraba de manera rara, y me di cuenta de lo que había hecho». Abdellafit A. declaró a los investigadores de la Guardia Civil que se le disparó el arma, que mató a su mujer, pero no era su intención. No obstante, tanto el fiscal como la acusación particular, que ejerce el abogado Eduardo Muñoz Simó, mantienen que fue un asesinato premeditado. «Adquirió un arma, la guardó en el sótano, provocó nuevamente una discusión sin fundamento con el fin de adquirir el valor suficiente para bajar a por la escopeta, encañonar a su mujer a una distancia inferior de 50 centímetros y disparar a quemarropa», expone Simó en sus conclusiones provisionales, que coinciden con las del Ministerio Público.

Cuando Abdellafit mató a Saloua, salió de la casa, bajó al sótano y escondió la escopeta. Regresó a la vivienda, zarandeó a su mujer y la volvió a llamar por su nombre. «No respondía», relató a los agentes. «Qué he hecho, qué he hecho», afirma que se preguntó al ver el cuerpo ensangrentado de su esposa. Cogió la llave del coche y salió de casa. Se montó en el vehículo y condujo unos 200 metros. Paró y llamó a un amigo, supuestamente quien le dejó la escopeta y, según su testimonio, la persona que lo animó a matar a su mujer por infiel. Este hombre, testigo en el juicio, fue quien le facilitó el lugar donde esconderse, porque en ese momento, Abdellafi ya estaba en busca y captura. «Llegamos a un terreno que se encontraba abierto y dentro había dos barcos. Me dijo que me escondiera en el interior de uno, que ahí estaría seguro, que nadie sabía donde estaba». No obstante, pasados unos minutos, la Guardia Civil llegó a la parcela, situada en la calle Profesor Hernández Sevilla, y lo detuvo. Aseguró ante los investigadores que, en ese momento, supo que su amigo, quien supuestamente le había dejado la escopeta y le había alentado para cometer el crimen, lo había traicionado.

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