El año en que Benedicto XVI conoció a Salzillo

El año en que Benedicto XVI conoció a Salzillo

Visita del cardenal Joseph Ratzinger al Museo Salzillo en 2002. / MArtínez Bueso

Joshep Ratzinger se quedó con la boca abierta al contemplar el paso de la Oración en el huerto

Antonio Botías

Joshep Ratzinger, con todo lo cardenal que era y quien no pocas esculturas había visto en su vida, se quedó con la boca abierta al contemplar el paso de la Oración en el huerto que tallara Salzillo. Ante esta obra, admirando al San Pedro de sueño ligero, se deshizo en halagos sin sospechar que pronto, menos de tres años más tarde, él mismo sería el sucesor del apóstol.

Esta es solo una de las muchas anécdotas del
viaje que realizara el Papa ahora fallecido a la Región hace veinte años justos. Ratzinger llegó a Murcia el 29 de noviembre de 2002 con motivo de la celebración del I Congreso de Cristología que organizó la UCAM. Él fue el encargado de clausurarlo.

El cardenal era el principal ideólogo de la Iglesia, hombre a quien el Papa Wojtyla confiaba la defensa de la doctrina católica, alma del nuevo catecismo y prefecto para la Congregación de la Doctrina para la Fe.

La visita no fue una casualidad. Algunas universidades españolas, entonces bastante más prestigiosas que la UCAM, rabiaron al conocer que había elegido la institución murciana. Ratzinger recibía cada mes alrededor de setenta invitaciones de todo el mundo y sólo aceptaba diez cada año. Y entre ellas estaba la UCAM.

Al insigne teólogo le sorprendía el inmenso crecimiento de esta institución en tan pocos años y la defensa de la Iglesia que abanderaba su fundador José Luis Mendoza, quien llegó a convertirse en su amigo. No pocas veces lo visitaría en Roma. Mendoza, a cada cual lo suyo, logró reunir en aquel congreso a toda la cúpula vaticana, salvo el Papa.

El cardenal se hospedó en el hotel Rincón de Pepe, donde la primera noche se celebró una cena en su honor. Al día siguiente, quien esto escribe ‘persiguió’ hasta allí a Ratzinger, en busca de una entrevista. No había concedido ninguna desde su llegada.

La historia tiene interés porque describe al personaje. De entrada, la prensa no tenía acceso al cardenal. Las reticencias casi insalvables del servicio de protocolo de la UCAM se desvanecieron cuando Ratzinger apareció en el vestíbulo del hotel y ordenó que nos dejaran pasar. Cualquiera le llevaba la contraria. Me acompañaba Enrique Martínez Bueso, jefe de fotografía de LA VERDAD.

El futuro Papa, pese a la falsa imagen de alemán al uso que algunos le atribuían, era un hombre de plática afable y cercana. De maneras exquisitas y siempre con una sonrisa en la boca, fue desgranando sus impresiones sobre su corta visita a la Región, el gran futuro que esperaba a la UCAM, que en eso fue profeta, y la buena acogida de los fieles. Allí estaba el gran teólogo frente al joven e inexperto periodista murciano. «¿Quiere usted preguntar algo más?», llegó a decir.

Al terminar la entrevista, Martínez Bueso, maestro en estas lides, me advirtió: «Tómate una foto con este hombre, que llegará a Papa». En esas llegó Luis Emilio Pascual, entonces capellán de la UCAM. Y dejé pasar la oportunidad. Error. Así que desde que lo nombraron Papa, por si acaso, me tomó fotografías hasta con los sacristanes.

Fue ese mismo día, el primero de diciembre, cuando al entonces cardenal se le quedó la boca abierta al contemplar las tallas del genial Salzillo, en el museo al que da nombre en Murcia. En el Libro de Honor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús escribió en latín: «El señor Jesucristo nos bendiga a todos». Similares recuerdos escribiría en otros libros de la Catedral y el Santuario de Caravaca de la Cruz.

Ratzinger conoció la historia de la institución nazarena y disfrutó admirando el Belén de Salzillo. Como recuerdo de la visita, el futuro Papa recibió una caja de de caramelos típicos de las procesiones murcianas y un video del impresionante cortejo ‘morao’ del Viernes Santo. Más de una década más tarde, ya como Pontífice, habría de encontrarse con el paso de la Santa Cena, que abrió el cortejo de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Cuentan que al verlo lo reconoció al instante. Como para no hacerlo.

La siguiente parada en su periplo por la Región fue más multitudinaria. Ratzinger ofició una eucaristía en el santuario de Caravaca de la Cruz acompañado por cinco obispos, una legión de curas, vicarios generales y seminaristas. Junto a ellos, el entonces vicepresidente regional, Antonio Gómez Fayrén; el recordado capellán del Santuario, Pedro Ballester; el hermano mayor de la Cofradía, Pedro Guerrero, y el alcalde de Caravaca, Domingo Aranda.

Pese a la lluvia que cayó aquél día, más de 3.000 fieles acudieron a la cita. El encuentro duró dos horas y estuvo amenizado por las voces del Coro de la Catedral de Murcia y la Escolanía del Santuario. El purpurado realizó en español su homilía, en la que destacó la aparición de la Vera Cruz allá por el año 1231 y su significado para el Cristianismo.

Concluida la misa, cientos de fieles se acercaron a él, quien se mostró muy hablador y cercano con todos, para besarle el anillo. Poco le gustaba esa arcaica costumbre. De hecho, nunca quiso ser obispo y menos de Roma.

La anécdota de la jornada fueron las lágrimas del entonces obispo de Cartagena, Manuel Ureña, cuando Ratzinger pidió a la concurrencia un gran aplauso «para Emanuele». Entre los obsequios que recibió, aparte del inevitable almuerzo, se encontraba una Vera Cruz y una reproducción de la imagen de San Juan, que se levanta en la plaza del mismo nombre, obra escultor valenciano Pi Belda. Así concluyó el breve periplo del Papa Benedicto en tierras murcianas, que más tarde evocaría cada vez que José Luis Mendoza se encontraba con él en Roma.

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