Manolo Sánchez e Isabel Tomás, de 85 y 83 años, no saben lo que es vivir el uno sin el otro. Tampoco quieren imaginárselo. Su existencia ha transcurrido por la misma vía desde que eran niños y se veían jugar como vecinos sin saber que ya nunca harían nada en calles distintas. «Debimos conocernos como mucho cuando tenía ocho años –señala Isabel entre risas–, ¡porque fue a mi primera comunión!».
Hoy siguen agarrados de la mano en la casa que con mucho esfuerzo compraron en su Cieza natal, un hogar donde han acumulado momentos «muy felices», y desde el que se han enfrentado a las dificultades de la vida. Más de 66 años de pareja les contemplan.
La chispa saltó cuando eran solo unos adolescentes. «Teníamos un grupo de amigos con el que empezamos a salir a todos sitios en las ferias, los domingos… Íbamos al cine, al teatro, de todo. Nos hicimos novios. Y hasta la fecha», dice él, resumiendo mucho todo lo que siguió a aquel primer momento en que pensó que su vecina «era muy ‘bonica’». «Yo ya le había echado el ojo a él también», interrumpe Isabel. «Es que era chulísimo –subraya–. Y lo sigue siendo, ¿eh? Manolo ha sido siempre muy elegante».
El noviazgo transcurrió, como sucedía en aquellos tiempos, entre las ganas de quedarse a solas y la vigilancia familiar, que se traducía en citas con ‘escopeta’, como se denominaba entonces a la persona que se aseguraba de contener el deseo juvenil de los enamorados hasta el matrimonio.
«Íbamos con amigos al cine a la sesión de las seis de la tarde, de la que salías a las ocho, pero si queríamos ver una película que nos gustaba en la de las ocho y media de la noche, entonces tenías que llevarte a alguien, claro. Y se venía mi madre con nosotros», rememora ella. Y eso no evita que piense que «los comienzos fueron muy bonitos». En el caso de Isabel y Manolo, aquel deseo de estar juntos no ha desaparecido nunca.
«No discutimos nunca»
Todavía se les ve por Cieza compartiendo momentos, saliendo a caminar sus tres kilómetros diarios, yendo juntos a todas partes. Salvo a gimnasia. A eso Isabel no se apunta, por mucho que insista Manolo, que va dos días a la semana. «Esas son nuestras peleas, que yo quiero que ella se venga y ella dice que no puede tan temprano», comenta él con una sonrisa. «No, no. Yo no me dejo la casa sin arreglar. No me voy tranquila», sentencia Isabel.
Esta pareja de Cieza, que tiene dos hijos y tres nietos, reedita cada año su viaje de bodas a Madrid y volvió a pasar por el altar en 2016: «Me dio por llorar»
Ella asegura que con Manolo no ha discutido «nunca» por cosas importantes. En todo caso, se han visto envueltos en alguna pequeña «riña» sin importancia que se disipa igual de rápido que llega. «Tengo que reconocer que yo me pongo más seria. Soy más regañona. Pero a la media hora estamos otra vez igual. No hemos tenido nunca el más mínimo problema, para qué voy a decir otra cosa», afirma. «Manolo es un trozo de pan».
Entre los días más felices de sus vidas figura aquel 8 de diciembre de 1966, cuando se besaron en el altar en una boda a la que siguió un viaje de novios que les marcó tanto que han vuelto a reeditarlo cada año desde entonces. «¿A dónde iba a ser? A Madrid, ¡como Dios manda! –contesta ella a la pregunta sobre el destino elegido–. Donde iba todo el mundo. Fue un viaje precioso». Lo siguen haciendo igual, como si el tiempo no hubiera pasado. Repiten incluso el medio de transporte. «Vamos en el coche y conduzco yo –señala Manolo–. Me conozco Madrid ya como si fuera Cieza, aunque es verdad que a nuestros hijos ya no les gusta que me ponga al volante».
La pareja se encariñó tanto con la ciudad, que al viaje de diciembre le sumó otro, también anual, en San Isidro. «Tenemos unos amigos en la Hermandad de San Isidro que son unas excelentes personas y nos gusta mucho ir a verles», justifica. Otras veces, Madrid es solo el punto de partida. «Cogemos el AVE a Sevilla, por ejemplo. Siempre nos ha gustado viajar».
Improvisación de la mano
Algunas de esas escapadas en pareja les han dejado anécdotas divertidas. La premisa, detallan, es que el lugar no importa demasiado mientras vayan de la mano. Recuerdan, por ejemplo, con mucho cariño aquella vez que, ya casados, se subieron al coche con lo justo para pasar dos o tres días en Alicante. «Cuando estábamos llegando, me dice Manolo: ‘Oye, vamos a pasar por el aeropuerto, a ver si hay algún billete de avión».
Una idea que a Isabel le pareció estupenda. «Llegamos allí y empezamos a mirar lo que había, estuvimos preguntando, y entonces él sacó dos billetes, reservó también una habitación y, cuando llego al hotel y llamo a mis padres, les digo: ‘Sí, estamos bien, ¡pero estamos en Palma de Mallorca!’», recuerda Isabel entre carcajadas. Algo parecido ocurrió con otro viaje en coche, este a Andorra. «De pronto veo un cartel: ‘Mónaco, a 200 kilómetros’ –apunta Manolo–, y le digo a Isabel: ‘En una hora bajamos a Mónaco. Vamos a tomarnos un café’». Y así lo hicieron. «¡Fue un café carísimo!», reconoce. «Nos fuimos de allí corriendo».
La plenitud
Si Isabel y Manolo tienen que elegir un momento de plenitud en sus vidas, lo tienen claro. «Cuando nacieron nuestros hijos –coinciden al instante–. Cuando nació el primero fue maravilloso, qué alegría es esa». «Luego tuvimos una hija, pero a los 13 días se murió», lamenta Isabel. «Ese fue un palo muy gordo, pero luego el Señor, a los seis años, nos hizo el regalo de tener la hija que tenemos».
A ese regalo le siguió el de sus tres nietos. Dos niñas por parte de su hijo mayor y un niño por el de su hija. «La verdad es que cada etapa de nuestra vida nos ha traído una cosa. ¿Ahora qué nos ha traído? Nos ha traído disfrutar de nuestros nietos, y que nosotros estemos aquí, ya mayores, pero juntos», asevera.
Eso es lo que no ha cambiado. «Cuando se fueron nuestros hijos de casa, nosotros no sentimos que se quedara vacía. Primero porque viven cerca, y segundo porque tenemos la suerte de que nunca nos sentimos solos –afirma Manolo–. Ella está acompañada por mí y yo estoy acompañado por ella. Esa es nuestra suerte». «No quiero ni pensar el día en que uno de los dos tenga que faltar –dice Isabel–. Me da un no sé qué».
¿Y la próxima boda? «Cuando hagamos 60 años de casados, ¡que nos faltan cuatro! Que aguantemos y que estemos los dos», pide como deseo el matrimonio.
Las disoluciones matrimoniales resisten a la caída de las bodas
Mientras las bodas caen en la Región de Murcia, los divorcios han mantenido su peso en los últimos años e incluso han registrado un leve incremento desde 2019 que dibuja una lenta transformación social.
La trayectoria de la tasa de nupcialidad en la Comunidad en los últimos 15 años evidencia el cambio en la manera en que las parejas afrontan sus relaciones. Así, mientras en 2007 se produjeron 4,8 enlaces por cada 1.000 habitantes, en 2021, la cifra ya había caído hasta los 2,9. Y solo dos años antes, cuando la pandemia todavía no había llegado para poner aptas arriba todas las estadísticas, se situaban en 3,6. En cambio, entre esos mismos dos años, la caída de las disoluciones matrimoniales fue mucho más discreta, al pasar de una tasa del 1,87 al 2,06 por cada mil habitantes, con un total de 3.124.
Desde el año 2007, la tasa de disoluciones se ha reducido únicamente en 0,66, y la serie de los últimos años muestra variaciones que desde 2008 han dejado la cifra siempre en una horquilla de 3 décimas por encima o por debajo del 2.
Los motivos que llevan a la separación conyugal o el divorcio, según el IV Observatorio del Derecho de Familia de la Asociación Española de Abogados de Familia (Aeafa), son el desgaste, alejamiento y la falta de comunicación por el estrés de la crianza de los hijos y el trabajo, que supone el 32% de los motivos de divorcio. Las infidelidades ocupan un 21% frente a las dificultades económicas, que aparecen en el 17% de los casos, mientras que el desenamoramiento ocupa el 24%.
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