Arte contemporáneo
Una muestra celebra con una docena de obras capitales el innovador y truncado talento de unos de los artistas españoles más internacional | Fallecido en 2002 con 48 años, situó al desconcertado espectador en el centro de sus inquietantes y teatrales esculturas
Enigma. Paradoja. Teatralidad. Ironía. Desconcierto. Atracción. Frustración. Son palabras que definen la singular obra de Juan Muñoz (Madrid, 1953- Ibiza, 2001) muerto a los 48 años y consagrado ya como uno de los artistas españoles más internacionales. A veintidós años de su fallecimiento y cuando se van a cumplir 70 de su nacimiento, una exposición celebra su singular talento y su rico legado en las salas Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid. Titulada ‘Todo lo que veo me sobrevivirá’, reúne una docena de obras capitales realizadas entre 1989 y 2001, los últimos diez años de su trayectoria. Concebida como una instalación de instalaciones estará en cartel hasta el 11 de junio.
Manuel Segade es el comisario de esta muestra que celebra el talento de un dotado creador que recuperó la figuración en los abstractos y expresionistas años ochenta y mezcló como nadie la ficción y la realidad. «Un prestidigitador del arte enamorado de la mentira, a quien le importa tanto el truco como el cuento que se hace del truco, que es lo que trata de transmitir en una obra absolutamente singular», resume el comisario. Segade será también responsable de muestra complementaria que acogerá el Museo Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles desde el 17 de junio próximo, día en el que Muñoz hubiera cumplido 70 años.
«Nos enfrenta a la otredad, a la alteridad. Sus piezas son como obras teatrales en las que logra que el espectador deje de actuar como mero observador y pase a formar parte de la trama. Como Pirandello, hace que el teatro forme parte del teatro», destaca Segade. «Me interesa el teatro porque no puedo responderle, decía el propio Muñoz», añade el comisario para explicar la inquietante teatralidad de su obra.
Sus piezas basculan así entre la paradoja y el desconcierto, con motores que no mueven nada, tambores que no suenan, observadores que no pueden verte, balcones vacíos, interlocutores mudos, enanos ciegos que se miran en altísimos espejos, utilitarios que albergan laberintos en su interior o una plaza plagada de asiáticos que se ríen de algo sin que podamos saber de qué va el chiste. «Quiere, en cierta manera, que la obra dé grima, dotándola a menudo de un tono siniestro e inquietante», señala el comisario.
Ficción y realidad
«Para Muñoz la forma de ver e interpretar la obra es en sí parte de la obra de arte», precisa Segade. Borra los límites de la ficción y la realidad «pero señala la fatalidad que eso conlleva y los peligros de la manipulación. Si la ficción se impone a la realidad, nos avisa, empiezan los problemas: y ahí están las ‘fake news’ a los que se anticipa», agrega.
No duda Segade que, de seguir vivo, Muñoz sería hoy el artista español más internacional. «Sería mucho más importante de lo que es ahora. Entró en la historia del arte por pleno derecho, incluyendo lo teatral en la representación plástica y al espectador como parte de la obra, como actor del espectáculo del arte. Y lo logró con solo dieciséis años de trayectoria», reitera Segade sobre el reconocido escultor que fue también crítico, ensayista y escritor.
El título de la exposición es una cita de la poeta rusa Anna Ajmátova que Muñoz recogió en una nota preparatoria para su última y legendaria exposición, en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres en 2001, la primera de un artista español en este espacio. Aquella instalación, ‘Doble atadura’, constituyó la cima de su carrera y un hito único en la historia del arte contemporáneo español.
De vuelta a España
Ningún colega había alcanzado en las últimas décadas del siglo XX la notoriedad internacional de Muñoz. Y lo Hizo en un recorrido fulgurante des su primera exposición en 1984. No en vano los grandes coleccionistas y galeristas internacionales se fijaron en su obra antes que los españoles. de modo buena parte de su obra está en grandes museos internacionales.
Como la obra más icónica de la muestra, ‘Plaza’, creada en 1986 para el Palacio de Velázquez del Museo Reina Sofía y en la que un treintena de risueños asiáticos a los que muñoz llamó ‘chinos’, de baja estatura y en pie pero sin pies, se parten de risa de algo que se le escapa al espectador. De resina pintada de gris, todas las figuras tienen distinta postura pero idéntico rostro. Se basa en una cabeza china del XIX que Muñoz cambió de escala y replicó en serie y en la que ya estaba esa sonrisa sardónica e inquietante tan característica de las figuras de Muñoz. Adquirida por por un coleccionista alemán, fue finalmente donada al Museo del Düsseldorf, y hasta ahora no había vuelto a España. Muñoz era daltónico «y quizá eso explique que en su obra haya tan poco color», dice Segade.
«Construyo metáforas a modo de esculturas porque no concibo otro modo de explicarme lo que me afecta», dijo en su día un creador abierto a todas las posibilidades, y sin preferencias por ningún material. «Les soy infiel, y espero que hagan lo propio», ironizaba.
No creía que la función de la escultura fuera «crear nuevas formas», de ahí que apostara por esa narratividad que supone para el creador y el espectador una reflexión sobre elementos eternos en el arte como la figura humana y las naturaleza muertas.
Muñoz murió repentinamente el en Ibiza, el 28 de agosto de 2002, por un aneurisma de aorta que segó su vida en segundos. Estaba casado con Cristina Iglesias, la otra gran escultura española de proyección internacional. Lucía Muñoz Iglesias, que tenía doce años cuando su padre murió, es hoy es la administradora de su legado, y ha ha conseguido que buena parte de su obra se conserve en nuestro país.
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Enlace de origen : Juan Muñoz, un prestidigitador del arte enamorado de la mentira