Guillermo Fesser
El ex de Gomaespuma se marchó por amor a Estados Unidos, tiene doble nacionalidad y no ha perdido el buen humor
Vive desde hace más de 20 años en Rhinebeck, a dos horas de Manhattan. Es una localidad tranquila. Se marchó por amor y nunca se ha arrepentido de la decisión. Tiene doble nacionalidad, española y estadounidense, tres hijos bilingües y se siente muy agradecido. Llegó con espíritu quijotesco y ha ganado en ‘sanchopancismo’. Idealista y pragmático, el periodista Guillermo Fesser (Madrid, 1960) hace tiempo que no acumula expectativas sino ilusiones. Colaborador en el programa ‘El intermedio’, que presenta El Gran Wyoming en La Sexta, profundiza en la situación de Estados Unidos hasta tocar hueso. Entre bromas y veras, el ex de Gomaespuma no deja a nadie indiferente. Con su último libro, ‘Marcelo’ (ed. Contraluz), que acaba de presentar en Bilbao, también llega al fondo de la vida de un barman ecuatoriano en la Gran Manzana. Es su particular homenaje a la inmigración hispana en Estados Unidos.
-A estas alturas, será bilingüe.
-Entiendo el 80% y tengo el estigma del acento. Se nota que soy extranjero.
-Lo de estigma suena muy mal.
-No, no. Es así. Me siento a gusto pero no puedo ocultar que no nací allí. Soy un emigrante. Y como todos los emigrantes, dejé mi país por razones muy poderosas. Nadie se marcha voluntariamente. Te vas por causas de mucho peso.
-¿Ya tiene claro el estadounidense medio que España no se encuentra en México?
-Jeje. En la América rural no tienen ni idea de España, como tampoco saben nada de Chicago ni Los Ángeles. No salen de su pueblo.
-Lo de quedarse en casa no se da únicamente en la América profunda.
-Ya, ya. En la propia localidad donde yo vivo, en Rhinebeck, que está a 100 millas de Manhattan, hay gente que no ha estado nunca en Nueva York.
-¿No cree que es digna de estudio la costumbre tan americana de comprar por catálogo y recibir las cosas en el buzón?
-Pues sí, la verdad. Esa comodidad se elevó a la enésima potencia con internet. La tecnología ha contribuido a profundizar algunas tendencias muy propias. ¡Más aislamiento y más individualismo! Y si a eso le sumas la baja natalidad, que ya no haya familias numerosas y ….
-En su casa, por cierto, eran nueve hermanos. Usted era el mayor de los cuatro pequeños.
-Aquello daba una visión de las cosas. Te marcaba de por vida. ¡Y para bien! Un ejemplo: si tu hermana te quitaba el jersey, seguro que te cagabas en todo, pero al final te enterabas de que lo necesitaba para ligar con no sé quién y te aguantabas. Tranquilamente. Igual al día siguiente te tocaba más ración de garbanzos que a tu hermano y entonces le tocaba fastidiarse a él. Aprendías a convivir y a usar un recurso fundamental para navegar por la vida.
-¿A qué recurso se refiere?
-¡Al humor! Si vas al cine y se te sienta delante José Manuel Calderón, que mide más de 1.90, puedes cabrearte o decirle, ‘oye, macho, por qué no te metes en la secadora, que yo he metido un jersey y encoge’. Ahora muchos ni van al cine. Se quedan en casa delante de un televisor maravilloso. Entre una cosa y otra, se está perdiendo la capacidad para convivir y el sentido del humor. Como todo, es algo que requiere práctica. La tolerancia y el respeto se tienen que interiorizar. Deben formar parte de tu forma de ser.
-Usted tiene hijos de 30, 28 y 24 años. ¿Cómo ve el tema? ¿Confía en la generación Z?
-Sí, mucho. Se relacionan con normalidad con gente de muchas razas. Han vivido tres crisis y no tienen las orejeras de sus padres. En Estados Unidos, por ejemplo, no han conocido la Guerra Fría y el socialismo lo asocian a Suecia. Y esto es así entre los jóvenes de familias demócratas y republicanas. No les parece un absurdo disponer de sanidad universal y tener aceras para que no les pillen los coches. Y están hartos de endeudarse hasta las cejas por estudiar en la universidad… ¿Por qué tienen que cargar con deudas de 200.000 euros?
-Estados Unidos siempre ha dividido a la población entre ganadores y perdedores.
-Los hay que nunca han querido construir un país de verdad, sino disfrutar de un club privado. Y por si fuera poco, desde la caída del Muro de Berlín, se pensó que si el comunismo no era bueno, tenía que serlo el capitalismo. Todavía más, se empezó a identificar capitalismo y democracia.
-¿Conclusión?
-El sistema funciona como un casino. Los pocos que ganan lo disfrutan y los demás… ¡que les den por saco!
-Pese a todo, le noto optimista.
-Habrá un cambio, sí. La duda es cuánto le durará la pataleta a la ultraderecha. Los supremacistas blancos actúan igual que niños caprichosos. Se llevan el balón para que no juegue nadie. Están enfadados, dan zarpazos y hacen daño. ¿Cuánto durará esto? No sé, pero no será eterno. La gente joven promoverá el cambio.
-Tiene 62 años. ¿Qué ha aprendido en los últimos tiempos?
– Que te marcan más las emociones que los hechos. Si vengo un día que tengo a mi hijo enfermo y me dices que te han nombrado redactora jefa, enseguida me olvidaré de ti. Pero si me das un abrazo, te recordaré toda la vida.
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Enlace de origen : «La pataleta de la ultraderecha no será eterna»