Hasta el año que viene, Resucitado

Hasta el año que viene, Resucitado

Aún ni siquiera clareaba la noche cuando, alrededor de las siete en punto, un trasiego de gentes, en su mayoría jóvenes y ataviados con elegantes trajes, recorrían apresurados las calles de la ciudad. Venían de celebrar la cena que, en tantas parroquias, sucede a las vigilias pascuales. Cenas que incluyen, según la tradición, un plato de cordero para celebrar la Resurrección. Y no menos tradicional se está convirtiendo acercarse luego a Santa Eulalia, pues la juventud vence al sueño y la pereza, para ver salir el espléndido cortejo festivo de la Archicofradía del Resucitado.

Contaba algún despistado, allá en la plaza del templo atestada de fieles, que las nubes que cubrían el amanecer eran presagio de lluvia. Pero los más avisados que, en realidad, antecedían un espléndido día, de cielo azul que blanqueaba, lo que ofreció al Resucitado un escenario ideal para el paso de sus once tronos.

De nuevo, sin mascarilla alguna que tapara tantas sonrisas, el cortejo incluyó ese popular demonio de lengua roja, encadenado hasta el fin de los tiempos por pequeños cofrades. Su salida de Santa Eulalia provoca risas y temor, siempre a partes iguales, entre los más pequeños. Y para los más grandes es la evidencia de que se acabó la Semana Santa murciana.

Como en el resto de procesiones, una legión de murcianos y turistas ocupó las sillas de la carrera, con mucha más afluencia de público que otros años. En esta ocasión, los cielos despejados y el tiempo primaveral cuajaron también las barras y terrazas de bares y restaurantes desde primera hora de la mañana.

Lleno total y reservas hasta la bandera. Sin contar que las peñas huertanas abrían también sus barracas e inauguraron su semana con más comensales que cañas tiene un cañizo. Comer este domingo en Murcia era tan difícil como no admirar el paso de esta procesión de túnicas blancas, pasodobles en lugar de marchas pasionarias, y tronos ya indispensables para entender cómo entiende Murcia su Semana Mayor. Lo advirtió el pregonero de cierre, José María Falgas: no hay lugar en el mundo donde se viva mejor la Resurrección.

Y así fue pasando la mañana, entre procesión grande con todos sus avíos cofrades, trasiego de murcianos en los bares, los primeros sones de las peñas huertanas y una luz tan clara que casi podía olerse: ahora sí, es primavera de verdad en Murcia.

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