Sequía de ideas

Sequía de ideas

Las lecturas de la memoria de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre el estado del clima y del informe relativo a Europa del Servicio de Cambio Climático Copernicus, conocidos esta semana, pueden producir en muchas personas un pico de ecoansiedad, una especie de miedo crónico al colapso ambiental que ya tiene rango de trastorno específico, según la Asociación Americana de Psicología. Cuentan muchos investigadores que trabajan en este campo que, para hacer frente a la crisis climática, el gran reto de los últimos tiempos no es tanto la actitud de los negacionistas como la de los fatalistas, aquellos individuos y colectivos que consideran que ya no queda margen de acción para lograr mitigar los efectos del calentamiento global.

En los países anglosajones a los negacionistas se les llama ‘deniers’, mientras que los fatalistas reciben el nombre de ‘doomers’, individuos cuyo derrotismo puede ser tan peligroso como la negación de la crisis porque también conduce a la inacción. Existe una tercera categoría, aquellas personas que prefieren no saber o que desprecian todo aquello que ignoran. A la postre tampoco ayudan.

La ciencia es una luz en la oscuridad, decía el investigador y divulgador Carl Sagan. Pero en su avance a trompicones se ve rodeada de todo tipo de incertidumbres. Cada descubrimiento suscita nuevos interrogantes sin pronta respuesta. Pero hay datos que muestran tendencias inequívocas. La temperatura media mundial de los últimos ocho años es la más alta desde que se tienen registros, por la incesante acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Los científicos de Copernicus han constatado que ese recalentamiento se produce a un ritmo dos veces superior en Europa. En algunas zonas del continente aún más deprisa. La Región de Murcia está geográficamente situada en el epicentro de la crisis, habiendo superado en 2022 más de 90 días con estrés térmico.

Ese calentamiento veloz se detecta también en las aguas del Mediterráneo y del Mar Menor, que ha aumentado dos grados su temperatura media en treinta años, favoreciendo los procesos de eutrofización que tienen causa directa en los nutrientes vertidos a la laguna, la mayoría de origen agrícola. El estado de nuestro valioso ecosistema sigue siendo vulnerable y carece del equilibrio mínimo para afrontar fenómenos adversos, concluye el último informe del Instituto Español de Oceanografía. A este ascenso térmico se suma la falta de lluvias, que además no cae en la cabecera de los ríos, sino en el litoral murciano, en muchas ocasiones de forma torrencial, creando devastadores daños por inundaciones. Esa escasez hídrica se detecta también en la cabecera del Tajo, habiendo caído un 14% el aporte de agua entre 2012 y 2019.

A este escenario general que vivimos se ha incorporado en los últimos meses una situación de sequía, con importante disminución de las reservas, que ha disparado las alarmas en todo el país. Aquí en la Región ya se han producido daños serios. El sector ganadero regional se ha visto obligado a cerrar cincuenta granjas en lo que llevamos de año. La España húmeda, que no sufre un déficit endémico de agua como la cuenca del Segura, empieza a sentir las secuelas del calentamiento global. Sobre todo con la aparición recurrente de las llamadas sequías flash, llamadas así porque aparecen repentinamente, progresan rápidamente y producen daños devastadores en las cosechas.

Son frecuentes en Galicia y otras zonas del noroeste, hasta el punto que representan el 40% de las estudiadas en España entre 1961 y 2018, concluyó un estudio del Instituto Pirenaico de Ecología. Y todo apunta a que este fenómeno irá a más. Mientras, en el sur ha estallado la crisis de Doñana, joya de la biodiversidad europea, por la desecación de sus lagunas a causa de la sequía, pero sobre todo por la sobreexplotación de su gran acuífero para el cultivo de frutos rojos en el entorno del parque. En pleno período electoral, el plan de regularización de la Junta de Andalucía ha desatado gran controversia.

La actuación del popular Juanma Moreno ha sido temeraria como torpe fue la del ministro de Agricultura, que esta semana fue incapaz de dar respuesta al sector por la sequía, más allá de la promesa de interceder con Bruselas en las ayudas de la PAC. Mal asunto porque los pronósticos indican un agravamiento en los próximos meses, sin que se vean muchas ideas y liderazgo sobre la mesa para encarar el problema.

Con el horizonte de una merma del agua del Trasvase, los planes para conectar las desaladoras ejecutándose a un lento ritmo y la falta de lluvias, la incertidumbre y preocupación del sector agro irá en aumento. La Región y el conjunto del país necesitan afinar su estrategia de adaptación y mitigación del cambio climático. Eso incluye también un plan hidrológico que goce de un mínimo consenso territorial y que vaya más allá de la aprobación de los ciclos de planificación hidrológica de las distintas cuencas. Es necesario un pacto de Estado, aunque sea de mínimos, para encarar la magnitud del reto.

Ayer, en su sexta visita a la Región en un año, el líder de los populares, Alberto Núñez Feijóo, se comprometió a impulsar y aprobar ese pacto nacional. Sin citar la palabra Trasvase (también hay en elecciones en Castilla-La Mancha), Feijóo dejó abiertas todas las vías, también los trasvases, para lograr un plan «que garantice la inversión para llevar, traer, retener y depurar agua, un pacto en el que se solucionen los problemas y se garanticen los objetivos medioambientales, económicos y sociales». Es más de lo que ha dicho en visitas anteriores, pero es lo mismo que prometieron también aquí Rajoy y Casado. Con la sequía en primer plano, todos los partidos aludieron al unísono al problema del agua.

Lo hizo también Espinosa de los Monteros en Murcia. Es lo que toca en esta antesala electoral: el agua da y quita votos. Dijo ayer Feijóo que a Pedro Sánchez le preocupa el clima, pero el clima electoral. Y a qué político no estos días. Lo cierto es que, si bien es harto difícil, no es imposible enderezar el desafío del agua en España, siempre que se tenga en cuenta la insoslayable variable del cambio climático, haya un mínimo consenso territorial y se renuncie a su uso electoral. Ahí es nada.

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