El Princesa de Asturias se adelanta al Nobel y premia a Murakami

El Princesa de Asturias se adelanta al Nobel y premia a Murakami

El 1 de abril de 1978, a la una y media, el jugador estadounidense de béisbol Dave Hilton, por entonces en un equipo japonés, hizo una jugada magistral en el estadio Jingu, en Tokio. En ese momento un joven espectador de 29 años que se ganaba la vida con su tienda de discos, tuvo una revelación: escribiría una novela. La comenzó esa misma noche, a mano y en la cocina de casa.

Cuarenta y cinco años, un mes y veintitrés días después, aquel joven, hoy un escritor consagrado, traducido a cincuenta idiomas y favorito para el Nobel desde hace años, ha sido galardonado con el Princesa de Asturias de las Letras. La combinación de realidad y fantasía y su forma de abordar los grandes problemas de la humanidad, en especial la soledad en sociedades hiperconectadas, le ha valido a Haruki Murakami un premio que puede ser la antesala del Nobel.

El jurado, presidido por Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, valoró «la singularidad de su literatura, su alcance universal, su capacidad para conciliar la tradición japonesa y el legado de la cultura occidental en una narrativa ambiciosa e innovadora, que ha sabido expresar algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo».

En la veintena de libros de narrativa que ha publicado están esos personajes desvalidos ante la soledad, las dudas sobre el valor de su existencia, el laberinto de las grandes ciudades o el terrorismo. «Su voz, en diferentes géneros, ha llegado a generaciones muy distintas. Es un gran corredor de fondo de la literatura contemporánea», concluyó el jurado.

Aquel lejano día de primavera de 1978 en que vivió un episodio propio del realismo mágico -uno de sus autores favoritos es García Márquez; otro, Scott Fitgerald- conectó dos aspectos cruciales en la vida del escritor: la literatura y el deporte. Murakami, nacido en Kioto e hijo de profesores de Literatura, recibió una educación de gran influencia estadounidense. Tras estudiar Literatura Griega, trabajó en una tienda de discos y puso un bar en el que siempre se oía jazz. Algunos de estos episodios están en ‘Tokio blues’, la novela que lo lanzó a la fama internacional.

Con el éxito de ese libro se sintió un extraño en su país y se instaló durante unos años en América y Europa. Regresó a Japón tras los difíciles momentos del terremoto de Kobe, ciudad en la que había residido un tiempo, y el ataque con gas sarín al metro de Tokio. Hechos que figuran en sus obras, como su afición por el deporte. Con 74 años, ya no participa en maratones ni en pruebas de resistencia extrema. Pero se acuesta muy pronto y se levanta al alba para correr. Cree que «trabajar en algo artístico es una actividad insana» que debe compensarse con «una vida equilibrada y deportiva». Algo que aborda en otro de sus libros más conocidos: ‘De qué hablo cuando hablo de correr’. También aprendió del deporte a entender «el bello arte de la derrota, que es siempre de una profundidad mayor que el de la victoria».

Los grandes temas

Para muchos críticos su mejor novela es ‘Kafka en la orilla’, historia de soledad, alienación y angustia por el hecho de vivir. La protagoniza un joven que busca su lugar en el mundo, una mujer madura que no termina de entender por qué sigue viva y un hombre que, intoxicado con gas en la II Guerra Mundial, tiene grandes dificultades para comunicarse con sus semejantes, pero mantiene un diálogo fluido con los gatos. La narración enlaza dos épocas de Japón separadas por medio siglo pero con un elemento común: las dificultades para integrarse en la sociedad por parte de quienes son, de alguna manera, distintos.

Soledad, alienación, incomprensión, un mundo que late bajo la realidad, el laberinto de cualquier existencia, hasta la más anodina. Son básicamente los mismos temas de ‘1Q84’, ‘After Dark’, ‘La muerte del comendador’ y casi todas sus obras. Temas complejos de desarrollo siempre ambiguo, narrados con un estilo que es justo lo contrario. «Me gustan las descripciones simples, claras y precisas», ha dicho. Con la misma claridad confiesa que fue seguidor del Che Guevara y estuvo próximo a un marxismo ya desaparecido. Eso no le impide proclamar que Japón es un país con una corrupción generalizada que salió a la luz bruscamente con el accidente nuclear de Fukushima.

Hace un mes llegó a las librerías su última obra, ‘La ciudad y sus muros inciertos’, en una traducción literal. Es un texto de 1.200 páginas y su primera novela en seis años. En España aparecerá en 2024, según anunció este miércoles Tusquets, el sello que lo edita desde comienzos de siglo.

Traducido a cincuenta idiomas, Murakami ya ganó los premios Jerusalén y Kafka. Quizá días antes de viajar a Oviedo para recoger el Princesa de Asturias reciba otra llamada la de la Academia sueca. El jurado también ha tenido en cuenta, seguro, esa posibilidad.

De qué hablamos cuando hablamos de música

El primer amor de la vida de Murakami no es la literatura, sino la música. Desde la juventud, la escucha en larguísimas sesiones a lo largo del día. Primero fue en la radio, luego en la tienda de discos en la que trabajó, más tarde en el bar que regentó y ahora ya en su casa de continuo. No solo la hay como fondo narrativo en sus libros. En 2020 publicó ‘Música, solo música’, un libro que recoge las conversaciones con el director de orquesta Seiji Ozawa. «He aprendido a escribir con la música porque lo más importante es el sentido del ritmo. Escribo como si compusiera música. Ese es mi truco», dice Murakami.

Enlace de origen : El Princesa de Asturias se adelanta al Nobel y premia a Murakami