Rock Imperium sucumbe al superpoder del ‘riff’

Rock Imperium sucumbe al superpoder del ‘riff’

Aunque la etimología no juegue a favor y esquive la opción de echar una mano, cuando uno se lanza a la búsqueda más exacta posible del término ‘riff’, siempre dentro del marco del rock y el heavy metal, el mapa le lleva directamente hasta la siguiente definición: frase musical breve que se repite a menudo a lo largo de una canción y puede ser tanto una progresión de acordes ejecutada por la sección de acompañamiento como un punteo. Pues bien, una vez cumplido el compromiso con el estricto diccionario y la literatura más pulcra, toca abrir el pecho para explicar, o tratar de hacerlo de la mejor forma posible, lo que realmente puede llegar a ser esta idea artística en un contexto como el del Rock Imperium.

Y es que, en su segunda jornada, el festival nos recordó que en un riff caben mil y una historias. Mil y un recuerdos. Mil y una emociones. Mil y una noches. Que un riff es también un milagro terrenal para quienes solamente creen en brindar con el Santo Grial de las canciones y una forma infalible para parar el tiempo y transformar el silencio en incendio. Que un riff es una fórmula en la que lo mínimo se agiganta hasta rozar la luna llena con la punta de los dedos de una mano con la forma de cuerno. Que el riff es una carretera infinita que te devuelve a esa habitación de la casa de la adolescencia donde quemabas discos y vinilos sin descanso, memorizando letras, tarareando notas y resucitando en estribillos. Que en un riff se citan el pasado y presente de una memoria compartida. Notas justas para estimular impactos tan definitivos como, por ejemplo, los que provocó Europe en la noche de sábado de una Cartagena rendida a su talento.

Celebrado en ese espacio temporal donde el sol cede el testigo a la luna tras haber librado otra cruenta lucha frente al numerosísimo público que, una vez más, abarrotó el parque de la cuesta de El Batel, el concierto, uno de los más esperados del día, cumplió de manera holgada con las ilusiones generadas. Además, se trataba de, como mínimo, repetir el éxito obtenido en este mismo recinto el pasado año, lo cual aumentaba la presión y el peso de las expectativas, pero la temida incertidumbre quedó dilapidada desde la bienvenida con la atmosférica ‘Walk the earth’.

Un comienzo que bien podría servir para resumir lo que fue la actuación completa del grupo sueco en el Rock Imperium, es decir, un enormemente disfrutable ejercicio de equilibrismo y entendimiento entre las melodías más efervescentes y la bravura sonora que encontró en las magníficas ‘Rock the night’, ‘Cherokee’, ‘Let the good times rock’, ‘Sign of the times’, una ‘Superstitious’ con guiños a U2 y Bob Marley, entre otros, y esas baladas inagotables tituladas ‘Carrie’ y ‘Open your heart’ a sus cómplices definitivas.

Un camino trazado a lo largo de su extensa carrera y liderado por un gran Joey Tempest que concluyó, como no podía ser de otra forma, con una apoteósica ‘The final countdown’ que despertó el delirio general desde que sonaron sus inconfundibles notas iniciales. Sí, un riff también puede ser un estallido masivo. Inmejorable cierre de concierto con una canción que, al igual que ocurre con la banda que la firma, no entiende de moda ni extinción.

Y no salimos de Suecia porque, justo antes de la aparición de Europe, sus compatriotas de H.E.A.T. habían estado revolucionando al respetable desde el Estrella Levante Stage. Ni siquiera los que buscamos cobijo en la sombra pudimos esquivar el ardiente vendaval de épica desplegado por Kenny Leckremo, tremendo frontman, y los suyos a lo largo de un arrebatador y trepidante espectáculo marcado por el ímpetu de un hard rock diseñado para ser coreado hasta la extenuación.

Cada pieza fluyó con un grado bastante parejo de altísima energía en poco menos de hora y media que dejó con ganas de más, algo similar a lo que ocurrió con The Night Flight Orchestra. Proveniente también del país sueco, todo queda en casa, la banda liderada por Björn Strid convenció gracias a su particular (y radiante) manera de agitar una lustrosa coctelera de estilos entre los que se encontraban el funk, el soul, la música disco, el rock y el pop. Ecos ochenteros, divertida puesta en escena y ganas de armar un buen despiporre. Irresistibles.

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