Kiss en el Rock Imperium: el mayor espectáculo del mundo

Kiss en el Rock Imperium: el mayor espectáculo del mundo

El tiempo y la distancia son dos piezas fundamentales para calibrar el efecto que deja un concierto en el cuerpo, las venas y el corazón. Hay que intentar acogerse a los dictámenes de la perspectiva, dentro de lo posible, para concluir la trascendencia exacta de lo escuchado y vivido, digiriendo entre vendavales de impresiones y armonizando los niveles de entusiasmo, expectativas, ilusión y realidad. Cuando las luces vuelven a encenderse y cada elemento regresa a su lugar, incluyendo la rutina, las costumbres, los deberes y las reglas no escritas del día a día, los sueños despiertos que se conjugan con la mejor música en directo se convierten entonces en espejismos suspendidos en la retina, seductora niebla de efímero éxtasis y ecos en el océano de la memoria. Por eso, uno desearía tener la oportunidad de volver, aunque solamente fuera una vez más, al momento exacto donde fue consciente de estar ante uno de esos conciertos que solamente admiten, por méritos propios, la calificación de imborrable e imperecedero. A falta de esa posibilidad, queda recordar como método seguro para repetir lo irrepetible y dar con las palabras que ayuden a describir acontecimientos tan indescriptibles como, por ejemplo, la actuación con la que Kiss cautivó al Rock Imperium.

De trascendencia indiscutible, no olvidemos que se trataba de su última visita a España antes de retirarse oficialmente de los escenarios, el concierto de Kiss en Cartagena supuso, además de un increíble baño de multitudes para la banda y un regalo de incalculable valor musical y sentimental para sus fieles, toda una revelación para los no creyentes en la liturgia del Rock, mayúscula obligada, como espectáculo definitivo que no deja otra (feliz) salida que la rendición, el gozo y el asombro permanente.

Desde la inmejorable apertura con ‘Detroit rock city’, ‘Shout it out loud’, ‘Deuce’ y ‘War machine’, cuatro de sus canciones más esenciales, el grupo estadounidense se apoderó por completo del parque de la cuesta de El Batel con un fascinante despliegue técnico, no faltó el correspondiente derroche de pirotecnia, fuego, tirolinas, hinchables gigantes y plataformas voladoras, y un repertorio lleno de clásicos de la altura de ‘Lick it up’, ‘Cold gin’, la celebradísima (con razón) ‘I was made for lovin’ you’ o unas demoledoras ‘Love gun’ y ‘Black diamond’ con el bueno de Paul Stanley volando sobre el respetable. Un huracán imparable de glam metal y hard rock cinco estrellas que finalizó con una canción que es himno y filosofía de supervivencia: ‘Rock and roll all nite’. Una obra maestra que, como indica su título, ojalá hubiera durado toda la noche. Aunque, en el fondo, la sensación es que, al igual que el resto de este excelso concierto, hablamos de un recuerdo para toda la vida.

Ladridos inspirados


The Winery Dogs.


José María Rodríguez/ AGM


Es cierto que, frente a un espectáculo de estas dimensiones, el resto de las actuaciones principales quedaron un tanto eclipsadas, pero merece la pena rescatar con notable entusiasmo la que ofrecieron previamente The Winery Dogs en el Cartagena Stage. Alejados por completo de la parafernalia y grandilocuencia, la propuesta de la banda formada por Mike Portnoy, Richie Kotzen y Billy Sheehan, tremendos músicos, fue al mismísimo hueso. Con lo justo y necesario, sin más alardes que su hipnótica química y una potencia administrada con maestría, este trío de ases firmó un sobresaliente concierto donde el hard rock, el funk y el blues brillaron en momentos tan inspirados como ‘Captain love’, ‘Hot streak’, ‘Stars’ o una ardiente ‘Desire’.


Lordi.


José María Rodríguez/ AGM


Un directo de primera categoría que dejó huella en una última jornada a la que Lordi aportó toneladas de maquillaje, lo de Kiss parece una broma en comparación con la monstruosa apariencia del grupo finlandés, y buenos momentos musicales, con ‘Blood red sandman’, ‘Scarecrow’ y ‘Hard rock Hallelujah’ al frente, en una actuación que, al igual que sucedió con unos Elegant Weapons algo reiterativos bajo el inclemente sol de la tarde del domingo, funcionó mejor por destellos puntuales que como conjunto cerrado y compacto. Aunque, eso sí, el público que llenó por tercer día consecutivo el recinto se mostró entregado a la causa a lo largo de ambas actuaciones, ejemplificando una vez más la maravillosa actitud con la que han vibrado en cada segundo del festival.

Historia

Y es que, más allá de su impecable organización y funcionamiento técnico, sobre todo en lo que respecta a un sonido que abraza la perfección, hablamos de un festival en el que te sientes constantemente arropado y acompañado por una energía realmente especial. El número de conciertos fantásticos fue abrumador, sí, pero resultó igual de emocionante, puede que incluso más, comprobar en directo la forma tan apasionada y apasionante con la que miles y miles de personas disfrutaron de esta segunda e inolvidable edición de un Rock Imperium que vino para quedarse. Y para hacer historia.

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