‘Indiana Jones y el dial del destino’, un regreso notable

‘Indiana Jones y el dial del destino’, un regreso notable

2 horas y 34 minutos. Hay que remarcarlo. Es lo que dura ‘Indiana Jones y el dial del destino’ (James Mangold, 2023), y lo cierto es que tantos minutos pesan. De hecho, son el gran lastre de un regreso más que notable, que pone un punto y final muy digno a las aventuras del arqueólogo y que hace olvidar aquel fiasco que fue ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’ (Steven Spielberg, 2008), un fallido largometraje del que solo se salvaba su espectacular introducción.

Mangold, el director detrás de ‘Logan’, la estupenda y crepuscular cinta sobre Lobezno, toma ejemplo y se despacha a gusto con otra introducción llena de fuerza, nervio y humor que sitúa al espectador al final de la II Guerra Mundial y sienta las bases de la cinta. Los alemanes están de retirada y se llevan buena parte de las reliquias espoliadas. Una de ellas es la que busca un joven Jones, capturado junto a su amigo Basil Shaw, nada más arrancar la función.

El Jones rejuvenecido por obra y magia de los efectos digitales -solo habrá otra secuencia así en el resto de la película- da el pego y el resultado impresiona lo bastante como para olvidar que el personaje que vemos en la pantalla no es del todo real. En cambio, cuando la acción se vuelve más compleja, la sensación de realidad se desvanece un poco y la imagen se adentra en el llamado valle inquietante, ese límite en el que la imagen sintética genera algo de rechazo al espectador.

Pese a todo, en su conjunto, la introducción brilla con fuerza y proporciona las dosis justas de tensión y diversión al espectador, con un Jones saliendo airoso de una soga al cuello, de una bomba, haciendo las veces de chofer de un coronel alemán y subiéndose a un tren en marcha lleno de nazis, en una entretenida montaña rusa que presenta ya a quien será el villano de la cinta, el doctor Voller (Mads Mikkelsen) y el codiciado objeto que Jones perseguirá a lo largo de toda la aventura, el mecanismo de Anticitera, cuya mitad -la otra está en paradero desconocido- en este arranque Jones logra arrebatar a Voller.

La acción entonces se traslada a agosto de 1969, en el último día como profesor de un Jones, que vive solo en un apartamento destartalado y ya no va en busca de aventuras. El alcohol con el que toma el café de las mañanas deja claro que no pasa por un buen momento Sin embargo, la entrada en escena de Helena (Phoebe Waller-Bridge), la hija de su amigo Basil y su ahijada, cambia las cosas. Al parecer, está interesada en el mecanismo de Anticitera. No será la única, pues el doctor Voller, que ahora trabaja en la NASA, reaparece en escena para tratar de hacerse con el objeto que puede cambiar el curso de la historia. En el último momento Helena escapa con el artefacto y a partir de ahí comienza un ‘tour de force’ de Jones que visitará ciudades como Tanger, Atenas o Sicilia para tratar de recuperarlo, mientras se van descubriendo las motivaciones del resto de personajes.

Imagen principal - 'Indiana Jones y el dial del destino', un regreso notable

Imagen secundaria 1 - 'Indiana Jones y el dial del destino', un regreso notable

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‘Indiana Jones y el dial del destino’ no tiene el argumento más elaborado del mundo, pero tampoco lo necesita, y sí hace muchas cosas bien. Para empezar describe ejemplarmente a un Jones cansado de tanto ajetreo -lo explicita en alguna ocasión-, incapaz de encontrar su lugar en el mundo, ahora que muchos familiares y amigos se han ido. No pierde tampoco la oportunidad de dibujar en Helena a una inteligente caradura -ojo, no resultaría nada extraño que el personaje diera pie a otras películas-, perfecta para dar la réplica al doctor Jones. Y, finalmente, Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y David Koepp, coguionistas junto a Mangold, han conseguido atrapar el característico sentido del humor de la saga. Y sí, hay guiños a otras películas de la franquicia, pero, a diferencia de lo que ocurría en la entrega anterior, no entorpecen el desarrollo de la cinta y fluyen de forma natural.

No es la única decisión inteligente en el guion. Poner en el centro de la trama el mecanismo de Anticitera, un artefacto real que siempre ha suscitado mucho interés entre los arqueólogos al ser considerado un Oopart, que es como se denomina en ingles a los objetos de interés histórico, arqueológico o paleontológico que se encuentran en un contexto muy inusual o aparentemente imposible y que podrían desafiar la cronología de la historia convencional, es brillante porque introduce en la historia la capa de misterio que siempre ha trufado las cintas del arqueólogo y que mantiene el interés del espectador.

Está claro que Ford ya no puede correr como antes -calza 80 años-, pero la nueva entrega cuenta con estupendas secuencias de acción que van desde intensas persecuciones a bordo de tuk tuk, hasta vuelos imposibles a lo desconocido -el atrevido e imaginativo final dará que hablar-, pasando por inmersiones en lo más profundo del océano o peligrosas cuevas. También las hay terribles, como la persecución a caballo durante el desfile de los astronautas del Apollo XI por Nueva York, ya vista en el tráiler, donde el CGI da lástima. Pese a ese fallo, visualmente es muy competente.



Así las cosas, el resultado final es relativamente equilibrado y permite a la cinta, entre saltos, persecuciones y disparos, reflexionar acerca del paso del tiempo, la edad o el duelo y jugar con la idea de que los nazis siguen entre nosotros, en un inesperado guiño al presente. Con unas interpretaciones muy destacables -Ford, Waller-Bridge y Mikkelsen están magníficos, pero es que Ethann Isidore, como Teddy, una suerte de Tapón sin aquella odiosa actitud, está perfecto-, es una pena que no haya habido una mayor exigencia en la sala de montaje porque recortando con esmero las secuencias de acción o alguna que otra escena de transición no tan necesaria, el largometraje sería mucho más redondo, tenso y directo a la yugular, que es lo que se le debe exigir a una cinta de acción y aventuras. Ni con esas se igualaría a la trilogía original -y aquí supongo que entra la nostalgia en juego-, pero estaría aún más cerca.

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