La onda expansiva de un crimen

La onda expansiva de un crimen

«De la noche a la mañana, quedarte sin padres, sin madre, sin hermana… Me decía ‘ no te metas en casa, sal’. Y salí. Pero llegó una cerveza, otra… Todo para olvidar. Y luego, al día siguiente, aún te acuerdas más». Hay cosas que 25 años no logran borrar. Y una de ellas es el dolor de perder a una hermana asesinada.

Jaime García, protagonista del cuarto episodio del podcast ‘Ferrándiz. Alrededor de un asesino en serie‘, tenía 17 años la noche en la que Amelia Sandra García, su añorada Meli, su hermana mayor, salió de casa el 13 de septiembre de 1996. Quería pasar un buen rato en la noche de Castellón pero ya no regresó. Cayó en las garras del asesino en serie y acabó convertida en su quinta víctima mortal esa misma madrugada.

Jaime es testigo y ejemplo de hasta qué punto un crimen puede desmoronar los cimientos de de una familia. Al nivel de anular el amor propio y dejarse arrastrar. «Me encerré en la habitación porque no tenía ganas de vivir, me quería morir. Quería mucho a mi hermana y me afectó muchísimo», desgrana.

A las puertas de la mayoría de edad Jaime tuvo que lidiar con los intentos de suicidio de su madre. Poco después de confirmarse el asesinato de Meli, la mujer apareció muerta en la cocina por un atragantamiento. «Y a los seis meses, mi padre murió de cirrosis. Me quedé solo», recuerda el castellonense.

Con el arranque del milenio todo se derrumba. «Llegó la depresión, las adicciones, los intentos de suicidio… Gracias a los psiquiatras estoy vivo». Hoy tiene 43 años y habita en un piso tutelado, sin haber formado una familia. Sus compañeros son su apoyo. Y su lucha no ha terminado. Ferrándiz deja la prisión, pero él sigue en la cárcel de dolor y ausencia a la que fue abocado desde 1996.

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Jaime cree haber superado lo peor de convertirse en toxicómano, pero todavía necesita medicarse. Y lo de dormir en paz aún queda lejos. «Tengo pesadillas. Veo a mi hermana con sangre derramada. Lo paso muy mal porque no puedo ni levantarme y me quedo paralizado», describe.

El año pasado se enteró por la prensa de que el hombre que truncó su vida ya gozaba de permisos penitenciarios. Joaquín Ferrándiz pisaba la calle de nuevo. «Sentí agobio y me entraron de nuevo ganas de quitarme la vida», confiesa. «Las tardes para mí son insoportables. Las paso solo y no hago nada más que darle vueltas. Pensar cómo hubiera sido mi vida».

El hermano de la quinta víctima visita con frecuencia a los cementerios donde descansa Meli y sus padres. «Me siento ahí. Les pido ayuda. Rezo y pido que ójala el día en que muera pueda verlos otra vez», revela. Esperar el reencuentro. Es el mayor consuelo para aquellos sacudidos por el crimen. El suelo sobre el que descansan ilusiones y sueños, resquebrajado por la onda expansiva de un crimen. Eso es lo que hace Jaime. Sobrevivir en una grieta.


Alba Ferrer consuela a su padre, en un momento del juicio


Damián Torres


  1. Alba Ferrer
    Hermana de Vanessa Ferrer asesinada en 2016

    «Encontré la paz al sentir que ella vive en mí»

Como Jaime, Alba Ferrer, también sabe lo que es perder a una hermana por culpa de un asesino y violador. Fue en el municipo valenciano de Chella, en octubre de 2016, cuando Rubén Maño acabó con la vida de Vanessa Ferrer, de 15 años, antes de lanzarla a una sima. Fue condenado a prisión permanente revisable, la máxima pena de nuestro ordenamiento jurídico.

Alba, como el hermano de Amelia Sandra, también se vio invadida en plena juventud por esa sensaciones de derrota vital absoluta. Lo expresa así: «La partida de Vanessa trucó mi vida. Perdí por completo la motivación por cualquier proyecto futuro. Me sentía rota y perdida, con ansiedad y desolación».

Sólo vio una salida: poner tierra de por medio. «La única vía de escape fue un cambio radical de vida. Me mudé a Reino Unido, un lugar completamente desconocido para mí que, poco a poco, consiguió que me reconstruyera», rememora. Con Vanessa también hubo más víctimas: «Mis padres se hundieron. Murieron el día que tuvieron que enterrar a su hija menor. Nunca volvieron a ser los mismos».

Según la joven valenciana, «cada cual tiene que lidiar con ese vacío de una forma u otra». ¿Algún posible consejo? ¿Algo que ayude a otros ante el aldabonazo de un crimen? «Yo he ido encontrando la paz al entender que mi hermana vive en mí, en la forma que moldeó mi vida y la de todas las personas que la conocieron». El poder de la trascendencia: «Está en la influencia que dejó en mí y en lo que yo hago, para que esa influencia se mantenga viva incluso después de que yo muera. Así, lo que yo pensaba que era un vacío, en realidad está lleno de vida».

Pero hay baches. Recaídas anímicas, «días en que el dolor y la nostalgia llegan de pronto y pegan muy fuerte porque sé que, sin ella, nada, nunca, volverá a ser igual». En momentos como esos «agradezco cada instante que compartimos juntas, que siempre haya sido mi cómplice, mi lado fuerte y mi mejor amiga». Y, sobre todo, «que a pesar del dolor y la tristeza, con su muerte también me haya enseñado tanto sobre la vida, una nueva perspectiva sobre las relaciones y las cosas que verdaderamente importan». Por ejemplo, «valorar lo que antes me parecía simple y a apreciar lo que normalmente damos por sentado».

En definitiva, que aunque se haya ido, «la persona que amas seguirá siendo la maestra de vida de la que seguirás aprendiendo durante mucho tiempo».


Isabel Martínez observa un retrato de su hijo Félix José


Archivo Las Provincias


  1. Isabel Martínez
    Su hijo desapareció en 2020

    «Esto es como ser un muerto en vida»

El caso Ferrándiz también es una historia de desapariciones, pues sus cinco víctimas pasaron entre cuatro y seis meses en paradero desconocido hasta los trágicos hallazgos. Isabel Martínez, jubilada de 72 años, sigue sin saber dónde se encuentra su único hijo, al que la tierra parece haberse tragado. Se llama Félix José Esquerdo Martínez, tenía 34 años cuando desapareció el 3 de octubre de 2020. Dijo a su madre que había quedado con unos amigos a los que conoció por internet para irse de excursión por la montaña alicantina. No ha tenido noticias de él hasta la fecha.

Felix José trabajaba como auxiliar técnico de Farmacia en un local de Benidorm. «Jamás me expresó un problema personal, ni amenaza, ni temor. Era un muchacho tranquilo y poco salidor», resalta su madre. Son sensaciones muy similares a las de la familia de Sonia Rubio tras denunciar su desaparición el 3 de julio de 1995.

El caso acabó en manos de la Policía Nacional. «Pero la investigación policial no ha aclarado absolutamente nada y sigo sin respuestas», lamenta la madre. Ha movido cielo y tierra, ha sembrado internet de carteles e incluso mandó su ordenador a analizar a una empresa de investigación privada. Sin ningún resultado.

El caso sigue abierto en un juzgado de Alicante. Además, ha puesto el caso en manos de un detective. «El último paso ha sido pedir a Hacienda un informe sobre su patrimonio por si hubiera ahí alguna pista», cuenta la madre. «La Policía lo único que me dice es que cuando sepan algo ya llamarán. Que es mayor de edad y podría haberse marchado por su propia cuenta. O haberse tirado al mar. Pero todo sospechas, sin ninguna prueba concluyente», lamenta.

¿Cómo vive una madre con semejante incertidumbre y ausencia? «Esto es ser un muerto en vida», describe. «He pasado por varios psicólogos sin solucionarme el problema. Al final, prefiero llorar en casa sola que delante de los demás». Ha perdido el gusto por cualquier actividad. «No me apetece nada. Salgo a la calle un rato, paseo, intento hablar con la gente un poco…». Isabel cree que lo único que le mantiene en pie ante semejante pena son «los genes de mi madre, que murió con 100 años y creo que me ha traspasado su fortaleza».


Mariano Navarro con Marisol Burón, madre de Marta Calvo


Irene Marsilla


  1. Mariano Navarro
    Psicólogo en emergencias y portavoz de la familia de Marta Calvo

    «El duelo no es una enfermedad, pero puede llegar a matar»

Mariano Navarro es psicólogo experto en emergencias. Ha ejercido en los últimos años como apoyo y portavoz de Marisol Burón, madre de Marta Calvo, víctima de otro asesino en serie. «La traumática experiencia de ver apartado de tu vida a un ser querido por un asesinato complica de forma evidente el proceso de reconstrucción y sanación de la pérdida. El duelo no es una enfermedad, pero puede llegar a matarte», resume.

Marta fue víctima de Jorge Ignacio Palma, otro asesino en serie condenado a 159 años de cárcel por matar a tres mujeres e intentar arrebatar la vida a otras siete. Su retorcido método era colocarles cocaína de gran pureza en el cuerpo durante citas sexuales.

Los asesinatos cometidos por salvajes psicópatas «también destrozan las vidas de todos sus seres queridos». Y reconstruir la vida tras algo semejante «no es fácil ni existen fórmulas magistrales», razona. «Cada duelo es diferente por las diferencias entre todos los seres humanos». Según Navarro, «algunos pueden llegar a morir de dolor al perder el sentido para seguir viviendo y otros llegan a transcender desde su propia capacidad resiliente». Pero, de una forma u otra la persona queda atrapada «en un laberinto de sufrimiento indescriptible en el que permanecerá más o menos tiempo dependiendo de la ayuda que reciba y de su propia capacidad».

¿Qué se puede hacer? ¿Qué caminos seguir? Así resume el psicólogo las cuatro claves para superar tanto daño. O, al menos, minimizarlo:

1. Escúchate y permite que te escuchen. Intenta no bloquear tu dolor, permite que este salga a través de la expresión del mismo. No es momento de ser fuerte, es momento de ser auténtico con tus emociones. La escucha interna te mostrará como te sientes. Deja que salga para que, de una forma auténtica y canalizada el dolor, la tristeza y la rabia no queden enquistados y te enfermen de por vida.

2. Acepta la ayuda externa. Toma conciencia de tus límites y no te exijas salir solo del laberinto de dolor. Busca apoyo, permite que te cuiden. Siempre habrá alguien que te pueda sostener o bien un familiar o sobre todo un profesional capacitado para este tipo de acompañamientos.

3. Cuídate y no te abandones. Vence el deseo del abandono personal. Inicialmente es una reacción normal porque junto a tu ser querido también se ha marchado una parte de ti mismo. Por encima de todo prevalece el deseo de morir junto a él, pero a ti te ha tocado vivir y ese es el mayor homenaje que podrás hacerle a quien has perdido. Cuida tus hábitos básicos de alimentación, higiene, descanso, ejercicio. Marca una rutina inicial y, aún con esfuerzo, intenta seguirla.

4. Perdónate. Tú no has tenido la culpa de nada. No permitas que pensamientos irracionales de culpabilidad te envuelvan. Evita pensar en frases que comiencen con «debería» o «tendría que haber…» porque no estaba en tus manos evitar lo sucedido. No dejes que prevalezcan los recuerdos negativos por encima de todo el amor que siempre ha estado presente en tu relación con quien has perdido. Trabajar el perdón te ayudará a reconciliarte contigo mismo y contribuirá a la sana elaboración de tu duelo.

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