
En el mundo de la ópera, como ocurre en la vida cotidiana, existen malvados de primer nivel y otros de segunda categoría. Ambos constituyen una amenaza permanente para la sociedad puesto que la maldad no descansa un sólo minuto y, por consiguiente, es difícil de contrarrestar.
Uno de los malos de segundo escalón más populares del género operístico es Monóstatos («el que está solo»), personaje de La flauta mágica, el célebre singspiel que Wolfgang Amadeus Mozart compuso combinando música seria con canciones populares muy del gusto de su época. Además, esta ópera es un compendio de las pasiones universales que agitan ancestralmente nuestros humanos corazones.
Jann Assman en su libro «La flauta mágica. Ópera y misterio», habla de dos pares de opuestos por donde se mueven los personajes. Uno de ellos podríamos etiquetarlo de estanco, ya que separa a los nobles como el príncipe Tamino o a Pamina del pueblo donde estarían incluidos Papageno, Papagena y Monóstatos. El otro par de opuestos sería el que va desde el mundo de la Reina de la Noche donde impera la ambición y la maldad, hasta el templo de la verdad, la justicia y la sabiduría donde gobierna el gran sacerdote Sarastro. Al principio de la ópera, nada es como parece y hay personajes que pasan de una zona a la otra en función de sus motivaciones personales o del grado de conocimientos logrados.
Monóstatos es un ser con un perfil psicológico muy particular y reconocible que nos es presentado como exótico moro responsable de la guardia de Sarastro. El oscuro color de su piel no tiene connotaciones racistas, de hecho los directores de escena suelen teñirla de azul, verde u otro tono llamativo, sino más bien refleja los rasgos de personalidad propios de la escasa autoestima ante sus carencias físicas y afectivas.
Monóstatos es un vil malvado cuyos principios son la lujuria, la mentira, la extorsión, la cobardía y la falta de lealtad, entre otras. Se ha enamorado de la belleza, pureza y candidez de Pamina, rasgos que él no atesora lo que facilita que la joven lo rechace con firmeza. La incapacidad derivada del sentimiento de no poder ser amado por Pamina, sustenta a su espíritu de maldad que no deja de rondar la escena operística.
Todo ello hace que Monóstatos desprecie el cargo de confianza que le otorga Sarastro y abuse de su posición en el templo para acosar, secuestrar y extorsionar a la bella Pamina. Finalmente decide alinearse con la Reina de la Noche que le promete la mano de la que tanto desea, aunque finalmente la jugada le sale mal y sus ambiciones lo llevan a ser tragado por la tierra.
Este ser tan desagradecido, manipulador y vil, en el fondo se siente inferior no tanto por cómo lo tratan los demás, sino por su falta de humanismo que no desea solucionar, dejándose llevar por su propia ignorancia. Evidentemente, las carencias afectivas le impiden combinar su masculinidad con la feminidad de una pareja, quedando alejado de la consonancia perfecta. Es más, el amor es lo que guía al resto de los personajes con los que interactúa y hace que en ellos triunfe el bien.
En la vida real también encontramos Monóstatos que consiguen la suficiente protección de estancias superiores para dar rienda suelta a la malicia derivada de la ignorancia, el odio y la sensación de inferioridad. Aunque sean malvados de segunda división, su perseverancia los convierten en una amenaza continua para el resto de personas que lo rodean y, su incapacidad, un riesgo para la protección e integridad de los bienes que gestionan.

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Enlace de origen : El síndrome Monóstatos