VGLY: la nueva serie mexicana de HBO… está bien chingona

VGLY: la nueva serie mexicana de HBO… está bien chingona

Cuatro buenos personajes. El Vgly, la Data, el Flex y el Bubble son una cuadrilla para enmarcar. Vgly trabaja en un Speedy Mart en Ciudad de México, algo así como un pequeño supermercado de gasolinera, pero sueña con ser artista. ¿Y con qué tipo de artista se sueña hoy? Con el cantante de trap. Historia universal de vocaciones, juventud, darse de bruces con cierta realidad… esta serie transita por territorios vitales que ya conocemos pero con un marco que nos es muy poco frecuente. Por un lado es mexicana, pero es la capital, y son muchachos que han recibido cien corrientes culturales a la vez, una mezcolanza muy interesante. Por otro lado, el trap desprejuiciado, de nuevo fundiendo estilos, que de pronto se vuelve pop o se hace hardcore con una facilidad pasmosa.

No son jóvenes cualesquiera. Plantearse ser artistas en un barrio pobre es muy poco frecuente. Pero de nuevo, quizás el trap rompa esa barrera de alguna forma, la aparente falta de esfuerzo que requiere, las «verdades a la cara» que se supone que proyecta… pero lo que sobre todo atrae a Vgly es el mundo del éxito, como siempre. Su voluntad de triunfar es la que mueve el relato, siempre en el filo entre la inocencia y la edad adulta. Sus colaboradores, su ‘crew’, tienen historias diferentes. Flex, su mejor amigo, quiere ser productor musical y hace las bases sobre las que Vgly canta y rapea. Lleva un tatuaje de Aphex Twin, el genio de la electrónica, en la mejilla. Justo al lado de su mirada trascendente —actor a tener muy en cuenta, Juan Daniel García Treviño—. Tatuajes chulísimos, ya que estamos, no le faltan a ningún personaje de la serie.


Los inseparables Vgly y Flex, posando en el Speedy Mart


RC


Un encuentro fortuito les hace conocer a Data, la experta en imagen. Con su videocámara y sus programas de edición se ha labrado un cuerpo de trabajo interesante, y ahora será quien lleve a Vgly a otro nivel, porque sabemos que sin impacto visual se llega a pocos sitios. Por último y sin aparente creatividad alguna, Bubble es un vendedor de zapatillas falsas que se convierte en manager por su arrojo y capacidad de negociación. Ya tenemos al Vgly Crew, que irá viviendo sus aventuras, sus persecuciones, sus videoclips ruinosos y sus retiros espirituales con setas, donde conectarán con el micelio planetario, el supuesto Internet de los hongos.

Como no podía ser de otra manera, las malas compañías aparecen desde el episodio uno. Un narco de barrio aterroriza a nuestros chavales. Para más inri, Vgly le pide algo de dinero que no podrá devolver. En una espiral tóxica, hay una secuencia tristísima donde este capo se regodea en un narcocorrido en su honor que pide que le toquen una y otra vez, hasta que sangren los dedos del guitarrista. Tras una gran huida hacia delante, tour de force o como queramos llamarlo, Vgly tendrá que exiliarse con un seudónimo poco sutil: Ulises.

Una de las cosas fantásticas de la serie es enterarse del ‘slang’ y querer sentirse joven a través de él. Se aprenden una impresionante cantidad de usos y palabras, un léxico distinto, gran parte de origen anglosajón (los nombres de los cuatro protagonistas, para empezar), pero siempre pasado por un filtro deformante y original, además del toque de barrio donde los insultos a veces buscan herir y a veces dar cariño.


El artista Natanael Cano apadrina a Vgly dentro y fuera de la serie


RC


Otro de los puntos clave es la estética, tanto musical como visual. Hay una barbaridad de música (en Spotify hay una lista oficial con cien canciones), verdaderamente diversa aunque siempre conectado con lo urbano (y una mención especial al ‘Mambo Nº 666’ de Tito Ramírez, nunca esperaría haberlo encontrado). En el apartado visual hablar de estética de videoclip es quedarse muy corto. Hay una voluntad manifiesta de búsqueda, una intención de jugar con la imagen todo lo que se pueda —sin dejar de ser una serie donde es imposible perder el hilo—. La videocámara de Data se vuelve al final en un vehículo de nostalgia de tiempos perdidos, y esa textura de cinta de vídeo de los noventa se transforma en pura poesía.

Suerte y esfuerzo, más que preocupación social. Aunque haya un cierto orgullo de barrio, no se busca una revolución de clase sino un triunfo solipsista (por mucho que haya cuadrilla, esto es como ser el bajista de una banda llamada Ozzy Osbourne). Sea como sea, la cierta enseñanza es que no existe el dinero fácil, el atajo para el éxito sin consecuencias. Si planeas jugársela al sistema, seguramente acabes corrupto, quemado o con un par de balazos. No tengo dudas de que será una sensación en México, que los actores se convertirán en lo más cool de la juventud del país, y ojalá se viera bastante en España, porque se aprenden muchas cosas.

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