Vingegaard dobla a Pogacar ante el espejo del reloj

Vingegaard dobla a Pogacar ante el espejo del reloj

«Enséñale al mundo quién es el mejor», le azuzaban a Jonas Vingegaard desde el coche del Jumbo. Lo hizo. El líder arremetió desde la primera curva. A la bicicleta de contrarreloj la llaman ‘cabra’. El danés montaba un toro de San Fermín. Embestida. Antes de partir se había enfriado con un ventilador y un chaleco de hielo. Ya en la carretera dejó un reguero de fuego. De sangre ajena. Arrolló. Hachazo. Adiós al empate con Tadej Pogacar. Le sacó 1 minuto y 38 segundos, un abismo en 22,4 kilómetros, y le dejó claro que solo podrá quitarle este Tour con una gesta para remontar los casi dos minutos que pierde. Pogacar lo intentará. Al esloveno no le vale ser segundo. El público asiste a una edición prodigiosa en la que al resto de los ciclistas solo les quedan las migas, eso sí, de oro. Carlos Rodríguez bajó a la cuarta plaza y Pello Bilbao, siempre una apuesta segura, acabó cuarto la contrarreloj y se arrima al sexto puesto de este sensacional Tour.

Vingegaard y Pogacar habían convertido el empate en una obra de arte. Hasta ahora. El danés reclamó la batuta en la contrarreloj. Sin cambiar de bicicleta en la subida final como hizo Pogacar. Pedaleó a pulso, a pura fuerza, en la cota de Domancy y el falso llano hasta la meta en Combloux. Fue Induráin. Rey del reloj. Las diferencias en 34 minutos de esfuerzo fueron tremendas: 1.38 a Pogacar. El tercero, Van Aert, cedió 2.51. Y el cuarto, magnífico Pello Bilbao, casi se fue a los tres minutos (2.55). Carlos Rodríguez, a punto de ser doblado por Pogacar, perdió 3.36 y la tercera plaza del podio. Ahora es de Adam Yates, que le saca 5 segundos. A Pello le separan apenas 10 segundos del sexto puesto de Kuss. El americano se sacrificará por defender a Vingegaard en la montaña que viene. Lo mismo hará Adam Yates por Pogacar. A través de esos dos huecos pueden colarse Carlos y Pello.

Por un día, los dos inseparables del Tour corrieron sin el peso de la sombra del otro. Esta vez el combate era contra el cronómetro. Vingegaard, líder en la salida con 10 segundos de margen, no iba a cruzar guantes solo con Pogacar. La pelea era de cara contra el espejo. El reloj. Las manecillas que marcaban el paso en 22 kilómetros con formato de cronoescalada a dos cotas, la Cascada del Corazón y Domancy, la pared donde Bernard Hinault fusiló uno a uno a todos sus rivales para alzar como un forzudo el arcoíris de campeón del mundo en 1980. Dicen que antes de aquella histórica gesta el bretón mandó a uno de sus auxiliares poner a enfriar champán en la nevera. Sabía lo que iba a pasar. Vingegaard también pudo brindar tras la contrarreloj. Aunque fue un sorbo. Queda Tour. Queda la rabia de un campeón como Pogacar.

La carrera necesita a los dos. ¿Qué sería del Tour si uno no estuviera? Un monólogo del otro. Adam Yates, el tercero, está a casi 9 minutos. Las dos sombras volverán a encontrarse en la jornada que viene, la del tremendo col de la Loze, el más exigente de esta edición. ¿Pagará alguno el sobreesfuerzo de la crono? El futuro no obedece a nadie. Está por escribir. En eso confía Pogacar. Como en 2022, ha recibido una paliza del mismo rival, Vingegaard. No está habituado. Tiene a su compañero Adam Yates para poner nervioso al líder. Pero también tiene clavada una buena estocada.

El plan del líder se cumple

Con la cima albina del Mont Blanc atenta a lo que sucedía, Vingegaard y Pogacar se sometieron a un test individual. El único. El líder danés, que había preferido ser conservador en los Alpes, se ha mantenido fiel al plan del equipo Jumbo. Todo cuadraba. El libro de ruta hasta aquí había sido perfecto, con victorias en la Itzulia y el Dauphiné. El esloveno, en cambio, venía de un tropiezo en primavera, en la Lieja-Bastogne-Lieja, que le partió una muñeca y le trompicó el camino al Tour. Durante la jornada de descanso del lunes dijo que estaba «bien». Vingegaard dijo más: «Siento que estoy mejorando». Eso había parecido el domingo en la subida final a Saint Gervais Mont Blanc. Pogacar, más explosivo, no tuvo dinamita para reventar al líder. ¿Perdió Vingegaard la ocasión de replicar y alejar a su adversario? Tenía guardada una bala en el reloj.

Los dos se han torturado a diario. El resto del pelotón compite asfixiado. A ninguno de los dos nunca nadie le ha exigido tanto. Exploran sus límites desde la gran salida en Bilbao. A dúo han conseguido ya que esta edición sea un éxito de audiencia. El domingo, récord histórico, 8,7 millones de espectadores vieron en directo el final de la decimoquinta etapa. El público disfruta como nunca de esta pelea a mordiscos entre dos ciclistas extraordinarios.

La salida de la crono estaba en Passy, llena de sanatorios para que el aire alpino cure las enfermedades respiratorias. Allí murió Marie Curie, premio Nobel de Física y de Química. Decía que un científico es como un niño al que los fenómenos naturales le impresionan igual que los cuentos de hadas. Así corre Pogacar. El lunes, durante la jornada de descanso, lo pasó bomba dándose chapuzones en una piscina. Con salto mortal incluido. ¿Una imprudencia? Sí. Pero él es así. El Tour es su cuento de hadas. Debutó en 2020 y lo ganó, como en 2021. Hasta que en 2022 llegó Vingegaard y abrió el libro de la Grande Boucle por otra página, la suya. El danés le batió en esa edición y va camino de repetir. También el Tour es su sueño infantil. En la cota de Hinault, el danés agarró este cuento de hadas y se lo puso bajo el brazo. Pogacar aún quiere quitárselo. A jugar en los Alpes y los Vosgos.

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