La agonía de las tiendas de ‘souvenirs’ en Murcia: «Me compran un imán y dando gracias»

La agonía de las tiendas de ‘souvenirs’ en Murcia: «Me compran un imán y dando gracias»

No hay destino que no contemple la tienda de recuerdos como una parada obligatoria. La lógica diría que Murcia no iba a ser menos, con sus escaparates repletos de artículos que reproducen las simpatías más características de la ciudad: imanes con la silueta de la Catedral, delantales estampados con la gastronomía murciana o pines de paparajotes. Normalmente, los turistas desembolsarían parte de su presupuesto en un ‘souvenir’ para inmortalizar su paso por la capital. Pero a pesar de que la ocupación hotelera roza el completo este verano en la Región, son las localidades de la Costa Cálida las que acaparan este trasiego, relegando a Murcia a un segundo plano y dejándola sin apenas visitantes.

Esta escasez de turistas se deja notar especialmente en los negocios dedicados a la venta de recuerdos, que ven sus ganancias limitadas en cuanto aflora el calor. «Esta es de las peores épocas del año; hay pocos turistas y la mayoría llega con el presupuesto muy reducido. Antes vendía de cinco a ocho imanes, ahora me compran uno, y dando gracias», asegura Sara Noguera, propietaria de la tienda La Vitrina, ubicada en la calle Trapería desde hace seis años. Es el único comercio de este tipo, junto a la tienda El Azahar, regentado por Daniel Cartagena en la calle Eulogio Soriano, que sobreviven en el centro histórico. «La falta de competencia ya demuestra la realidad del sector», confiesa la mujer.

El grueso de los ingresos se concentra en Semana Santa y en Fiestas de Primavera, a partir de entonces «la suerte está echada». Los estudiantes de intercambio dan un respiro de cara a los meses estivales, ya que al finalizar el curso regresan a casa en junio «cargados de regalos para toda la familia, como tazas, llaveros o mecheros», relata la comerciante. Aun así, la tendencia de compra también ha variado y cada vez gastan menos: su tique oscila entre los cinco y los diez euros.


Tienda La Vitrina, en la calle Trapería.


Ros Caval / AGM


El perfil británico, alemán o francés, que tanto abunda a orillas del mar, apenas deja huella en el establecimiento. «Puedes ver alguno paseando por la calle, pero no es muy habitual que entren a comprar», expresa Noguera, que tiene la teoría de que «tras el gran desembolso del vuelo y alojamiento, prefieren destinar sus ahorros a tomar algo fresco en las terrazas». Por su parte, Daniel Cartagena, de la tienda El Azahar, hace hincapié en el tirón de los cruceros, ya que «los que atracan en la ciudad portuaria a primera hora del día y permanecen anclados hasta bien entrada la noche, ofrecen excursiones a la capital». Su compra se reduce a pequeñas piezas o postales, «e incluso te las pagan con tarjeta», bromea el propietario, que señala al cliente portugués como uno «mucho más generoso».

Quienes sí hacen más gasto son los turistas latinoamericanos, sobre todo mexicanos y colombianos, que Daniel califica como un ‘boom’ inexplicable. Esta clientela se inclina además de por los productos clásicos, por bolsas de tela, figuras de flamenca o toros, aunque como argumenta el comerciante, «cada uno es de un padre y una madre, es difícil establecer un patrón». Los nacionales aumentan la media, ya que tienen muy arraigado el afán coleccionista de las bolas de nieve o los dedales.



Recuerdos huertanos y joyas de acero inoxidable de La Vitrina.


Ros Caval / AGM

Imagen secundaria 1 - Recuerdos huertanos y joyas de acero inoxidable de La Vitrina.

Imagen secundaria 2 - Recuerdos huertanos y joyas de acero inoxidable de La Vitrina.

Los autóctonos también aportan su granito de arena, pero de un modo diverso. Acuden a La Vitrina a por alguna pulsera con el Padre Nuestro y durante las Fiestas de Primavera arrasan con los broches en forma de marinera para el chaleco de huertano. Una vez que el mercurio desciende y entra en escena el otoño, es la etapa del Imserso. Al igual que el resto, tan solo invierten unas pocas monedas en llevarse un recuerdo: 1,80 euros de media. «El período de septiembre a noviembre es de los mejores», apunta Daniel, que considera los meses de enero, febrero y mayo como los peores.

El mayor hándicap

A pesar del retorno a la vida sin restricciones, parece que la pandemia continúa haciendo mella. «El coronavirus nos hundió por completo. Pensé que con la vuelta a la normalidad se recuperaría la venta de hace unos años, pero no ha sido así», reconoce Noguera echando la mirada hacia la puerta, por la que entran clientes a cuentagotas. A pesar de que cada mañana levanta la persiana a las 10.30 horas, no es hasta el mediodía cuando el establecimiento empieza a tener «más movimiento» y hace «algo más de caja», ya que «los turistas dedican la primera parte del día a realizar un tour por el centro y una vez que ya han visitado los monumentos es cuando vienen a comprar».

Este año es cuando El Azahar está empezando a ver la luz al final del túnel: «Lo que me salvó en esos momentos es que al ser fabricante de recuerdos en España, Francia y Portugal, me reinventé y empecé a hacer ‘merchandising’ para empresas». Ahora ya ha recuperado su producción habitual y se dedica a la tienda que lleva 20 años en funcionamiento: «Está claro que el número de viajeros ha aumentado con respecto a hace décadas, pero Murcia no tiene el empuje de otras ciudades como podría ser Granada, donde el centro está plagado de tiendas como la mía».

Kit de supervivencia

La presión del alquiler, los cambios en los hábitos de consumo y la escasez turística ahogan a estos pequeños comercios. «Son muchas horas, y en los meses malos es posible que no vayas a sacar ni un sueldo», expone Daniel. Ambos propietarios coinciden en que emplear a alguien resulta «complicado» y en algunas épocas del año hasta «impensable».

Ante esta situación, La Vitrina optó por incorporar en sus lineales joyas de acero inoxidable, ya que «los complementos suelen gustar bastante, sobre todo los que tienen el distintivo murciano, y permiten llegar a fin de mes». Y es que, aunque está ubicada en una de las principales arterias de la ciudad, la estrechez de su fachada se camufla entre el resto de negocios, lo que provoca que «mucha gente no se dé cuenta de lo que hay dentro y pase de largo».

Mientras tanto, El Azahar permanece a flote gracias al extra que ingresa de su tienda en Cartagena, donde la venta es «infinitamente mayor», y su producción de piezas para otros países. Todo ello le posibilita superar el reto e incluso permitirse el lujo de contratar a una persona en temporada alta. Además, cuenta con la ventaja de poder instalar expositores a pie de calle, lo que ayuda a aumentar la visibilidad del local y, con ello, las ganancias.

Ambos comerciantes apuntan directamente a la promoción turística como un aspecto «clave» para revertir la situación, sobre todo en un momento en el que se está recuperando el flujo de visitantes tras el parón en seco de la Covid-19. Tras una larga época de inactividad, Murcia vuelve a dar la bienvenida a unos turistas que a su llegada tan solo encuentran dos comercios en los que adquirir un recuerdo de su escapada por la ciudad.

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