La Murcia taurina llora a Pepe Castillo

La Murcia taurina llora a Pepe Castillo

Esta semana llegaba la noticia del fallecimiento el miércoles de José Castillo Navarro, Pepe Castillo en los carteles. Tenía 92 años, lo que lo convertía en el decano de los toreros murcianos. Además de haber vestido de luces, durante muchos años ha sido asesor taurino tanto en la plaza de toros de Murcia como en otros cosos de la Región, donde fue muy respetado y querido. Fue muy conocido en la ciudad, tanto por su actividad taurina como por su desempeño profesional en la oficina de Información y Turismo, donde trabajó hasta su jubilación.

Su afición a la tauromaquia le vino de cuna. Su padre y su abuelo ejercieron como mozos de espadas y en casa, la plática taurina era habitual, por lo que muy pronto sintió el gusanillo de ponerse delante del toro.

Perteneció a una generación de toreros murcianos que surgieron en los años 50, y tuvieron prendida la llama de la afición en toda la provincia de Murcia y en las limítrofes. Alternó con el gran Manuel Cascales Hilla, Juanito Muñoz o Domingo España, y compitió con los alicantinos El Tino y Pacorro. Su debut como novillero con picadores se produjo el 1 de agosto de 1954, en su plaza de Murcia, en una terna que completaban Manuel Cascales y César Faraco. A partir de ahí, la carrera de novillero estuvo jalonada de triunfos, conociendo el lado duro de la fiesta muy pronto. En una novillada en Cartagena, plaza en la que se le adoró en aquellos años, y en la que sufrió una fuerte cornada en 1956, concretamente el 3 de junio. También recibió en aquella plaza el premio de la «oreja de oro».

Según cuentan los que le vieron torear, era un diestro de finas maneras, con magníficas condiciones para haber llegado a triunfar. Sin embargo, después de varias temporadas como novillero con picadores, decidió cambiar el oro por la plata y hacerse banderillero. En esa época tomar la alternativa suponía un gran compromiso y el respeto de este torero por la profesión le llevó a tomar la decisión de no doctorarse.

Como subalterno tuvo grandes años en la década de los sesenta, llegando a actuar a las órdenes de figuras como Antonio Ordóñez. Como desde novillero dominaba todos los tercios, no le costó trabajo ganarse las ovaciones con los rehiletes. Era un extraordinario banderillero. Su vida taurina se truncó el 7 de diciembre de 1969 en la plaza de Almería. Según cuentan, Pepe estuvo dudando hasta última hora torear en ese festejo, una vez finalizada la temporada, pero al final decidió acudir. La ‘Hoja del Lunes’ lo contó así: «El banderillero murciano José Castillo Navarro resultó herido de pronóstico gravísimo al ser cogido por el tercer novillo, cuando lo preparaba con el capote junto a la barrera, en el festival taurino celebrado esta tarde». El parte facultativo firmado por el Dr. Luis Gómez Angulo describía dos grandes cornadas de pronóstico gravísimo.

Llegó a la enfermería con dos cornalones, uno de 40 cm. de longitud que y otro de 30 cm. del que fue operado en la misma plaza, con grandes desgarros y roturas vasculares, que provocaron una gran hemorragia y shock traumático. Después de intervenido y transfusionado en la enfermería pasó al sanatorio del doctor Gómez Campana. Las heridas se fueron complicando y Castillo tuvo que ser trasladado a Madrid, al Sanatorio de Toreros, y allí pasados los días, el Dr. Máximo García de la Torre, cirujano de la plaza de toros de Las Ventas, no vio otra solución que amputar la pierna el 30 de diciembre.

Murcia se volcó con un festival taurino en el que se llenó La Condomina en su homenaje. Las figuras del toreo acudieron a la llamada y el cartel del festival anunció a Diego Puerta, Paco Camino, Manuel Cascales, Vicente Fernández ‘El Caracol’, Francisco Rivera ‘Paquirri’ y ‘Utrerita’. Las reseñas de los medios dejaban patente el cariño que le tenían a este torero.

Yo conocí a Pepe Castillo en su labor de asesor en la plaza de toros de Murcia y tuve la suerte de coincidir con él en muchas ocasiones. Fue un ejemplo de vida. Modélico en su manera de afrontar la adversidad y superarla. Destacaría de él, además del amor que derrochaba a su familia, su conversación culta y pausada, su saber estar, su conocimiento profundo del toreo y su respeto a la tauromaquia. Nunca le escuché una queja, pese a conocer en sus propias carnes el lado más duro de la fiesta.

Me encantaba verle entrar a La Condomina los días de corrida con ese aire tan especial que tienen los toreros que han mamado la tauromaquia. Su enhiesta figura, su elegancia natural, la manera de andar por la vida, incluso como lo hacía con sus muletas, llevaban a asegurar a cualquiera que lo viera, sin concerlo siquiera, que «¡ahí va un torero!». El mayor de mis respetos como persona y como torero para José Castillo Navarro en este momento de su último paseíllo.

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