Los Vivancos, el placer del espectáculo por el espectáculo

Los Vivancos, el placer del espectáculo por el espectáculo

Después de cinco años, Los Vivancos volvieron al festival Cante de las Minas, la noche del lunes, transformándola en jornada festiva, con un compendio de los cuadros más interesante de sus tres espectáculos: ‘7 hermanos’, ‘Aeternum’ y ‘Nacidos para Bailar’, con unas coreografías ensambladas con un ritmo cinematográfico, en las que no solo jugaban las luces, también las sombras.

Aquí se presentaron a darlo todos los seis hermanos: Elías, aportando la creatividad, con su Violoncelo Eléctrico; Judah, con su talento musical y su Chelo de cinco cuerdas; Josua, con ritmo e ingenio y su cajón flamenco; Cristo, con su naturalidad y su instrumento Iwi; e Israel con la velocidad y la fuerza y su flauta travesera y Aarón, con la pasión y el violín eléctrico.

Nada más salir al escenario con trajes y sombreros con una coreografía al estilo de Quentin Tarantino, con un frenético ritmo ya se vislumbraba que el espectáculo simplemente era un puro espectáculo en sí mismo, con la música y el juego de luces. Después, taconeando al ritmo de tangos, fundían unas escenas con otras. Hasta que llegó el momento de Judah en esa pieza llamada ‘Sentir’, sin más atrezzo que el potente cañón que iluminaba su taconeo y sus desplantes por todo el escenario durante más de diez minutos, en la que también se pudo apreciar la fuerza que tiene esa escenografía del fondo del escenario, con sus relieves, del artista Esteban Bernal. Con las tonalidades de los distintos colores de los focos de luz.

Un espectáculo visual trepidante, en la que el ritmo no cesa, y el espectador se va metiendo en la propia dinámica de los cuadros que se van sucediendo, desde ese baile encima del cajón acompañado de la flauta travesera.

Otros momentos muy especiales acontecen cuando salen al escenario, en penumbra, con unos faroles chinos, que abandonan y comienzan una frenética danza oriental entre ellos, con técnicas de Kung-fu. O esa otra coreografía, en la que, al ritmo de farruca, después de vendarse con un turbante los ojos, bailan de un lado a otro del escenario y se van uniendo en grupo a través de los brazos extendidos.

Entre acrobacias, danza contemporánea, taconeos al compás flamenco, artes marciales, música y un gran juego de luces, el momento espectacular llegó cuando con la adaptación instrumental del famoso ‘Nothing Else Matters’ del grupo Metálica, comenzaron a bailar, a pedir las palmas del público en el acompañamiento y se desató la euforia. Los Vivancos bajaron y se mezclaron entre el público, saludando de un lado otro. Volvieron a subir y entre bises se marcharon con el sonido de los aplausos. Ahí no más, no hay más pretensiones que el placer del espectáculo en sí mismo.

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