La madre de Rubiales: «Mi hijo me pide que pare pero estaré aquí hasta que mi cuerpo aguante»

La madre de Rubiales: «Mi hijo me pide que pare pero estaré aquí hasta que mi cuerpo aguante»

La iglesia de la Divina Pastora de la ciudad de Motril ha tenido probablemente una de las misas más multitudinarias de su historia. Tras dos días de encierro y de huelga de hambre en el interior del templo, la madre de Luis Rubiales ha roto su silencio justo antes del inicio de la misa del martes. «Mi hijo me pide que pare, pero estaré aquí hasta que mi cuerpo aguante».

A las 19.15 horas se abrieron las puertas de la iglesia. La sacristana, sin esperarse ni por asomo lo que se podía venir, acudió con su llave y se vio sobrepasada por las circunstancias. La estampa en la iglesia era única. Unas pocas personas preparadas para rezar el rosario. Muchos periodistas entrando y saliendo. Todos buscando el lugar en el que estaba escondida Ángeles Béjar, la progenitora.

Justo en una de las cámaras anexas, una puerta cerrándose la delató. Una silla cubría la entrada para evitar que nadie irrumpiera por sorpresa. Tras descubrir el escondite de la señora, ella misma se encontró sin escapatoria. Sabía que, sí o sí, tendría que acabar hablando sobre su encierro, su huelga de hambre y su causa. También la de su hijo Luis Rubiales.

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Un policía de paisano consiguió entrar en la sala, consultó la situación con Ángeles y la propia mujer decidió que se abrieran las puertas. Ahí se llegó a un punto al que jamás se debería haber llegado dentro de una iglesia.

«¡Esta es la casa del Señor!»

Hay que resaltar que mientras se producía todo este suceso, los feligreses trataban de rezar el rosario como hacen cada día antes de misa. En una estampa completamente berlanguiana, la paciencia de algunos oyentes se acabó. Al grito de «¡Esta es la casa del Señor!», acudieron en busca de la Policía, la cual tuvo que desalojar a la gran mayoría de periodistas y cámaras.

La madre de Rubiales habló, pero eso no significa que se haya acabado su protesta. Pese a llegar a su segunda noche de ayuno, la mujer, tal y como ha explicado, no pretende rendirse. «Solo quiero que -Jennifer Hermoso- diga la verdad, ella sabe que mi hijo es muy honrado. Si dice la verdad se soluciona todo. Era una anécdota, como ella misma ha dicho, y mira a dónde ha llegado. Que tenga conciencia y que actúe bajo ella», ha pedido la madre. «Mi hijo está muy preocupado, me pide que no siga, que pare, pero estaré aquí hasta que mi cuerpo aguante», ha añadido, confirmando que ha pasado la noche sentada en una silla y que cuenta con agua, bebidas isotónicas y pastillas. «Ha venido mi médico y me ha dicho que está bien», ha precisado.

El pueblo de Motril no está a favor de Luis Rubiales. Tampoco está en contra. Es imposible encontrar a ningún vecino que defienda los actos que cometió el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol -ahora suspendido-, pero prácticamente todos coinciden en que se está actuando de manera «desproporcionada» tras el polémico beso del motrileño a Jennifer Hermoso. «Hay cientos de problemas más importantes que este a los que no se les está dando importancia», increpa un vecino a los periodistas al salir del templo de la Divina Pastora.

El sacerdote que ofició la ceremonia optó por la prudencia. Si cualquier persona ajena a la polémica hubiese acudido a esta misa, no habría sabido que allí pasaba algo raro, ni que había una mujer atrincherada en una de las salas, más allá de toparse con una parroquia llena hasta la bandera. Llena en parte gracias a Ángeles Béjar, y en parte por una noticia triste de verdad.

Una misa honorífica

La misa se ha oficiado en honor a Paco, un habitante motrileño de 65 años que falleció el pasado domingo. En medio de todo el caos mediático surgido a raíz de que Luis Rubiales besase a la futbolista del Pachuca en la celebración española del Mundial, un vecino muy querido perdió la vida. Y su familia acudió a dedicarle un último adiós.

A la salida, prácticamente había más curiosos que fieles interesados en oír misa. Y eso que se llenó el templo. No era una manifestación en favor de nadie, como ya ocurrió el lunes. Tampoco lo era en contra. Era la curiosidad humana, la curiosidad de un pueblo que todavía no puede creer lo que está pasando en su propia casa.

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