Así prepara Silicon Valley su estrategia para el «apocalipsis climático»

Así prepara Silicon Valley su estrategia para el «apocalipsis climático»

A Douglas Rushkoff, profesor de la Universidad de Nueva York y experto en cultura virtual, le entraron dudas cuando recibió la invitación para participar en un encuentro con unos millonarios. La aceptó —eran, confiesa ahora, los mayores honorarios que le habían ofrecido por una charla— y se descubrió volando al medio del desierto, en Estados Unidos, para participar en lo que pensaba que iba a ser un encuentro sobre el futuro de la tecnología. En realidad, cuando llegó allí, acabó hablando del apocalipsis.

Todo lo que sus interlocutores querían saber era cuál era el mejor lugar para protegerse del inevitable —o ellos creen— ‘fin’ de los tiempos. Cuando el planeta no pueda más, ellos tendrán un plan B —por mucho que les preocupe qué zonas serán las más habitables o qué deberán hacer para que sus equipos de seguridad no den un golpe de estado dentro del búnker— en el que refugiarse de la emergencia climática, los efectos secundarios de una sociedad cada vez más polarizada o el incremento de la brecha de la desigualdad.

Son problemas, paradójicamente, que el desarrollo de las nuevas tecnologías y el impacto de los grandes nombres de esta industria y lo que crean —solo hay que pensar en el efecto de las redes sociales para entenderlo— han ayudado a crear, como apunta el experto en el libro que le ha dedicado a la experiencia y que acaba de publicar en España Capitán Swing, ‘La supervivencia de los más ricos’.

«Quieren tener una alternativa», apunta, a muchos kilómetros de distancia a través de videollamada, el propio Rushkoff. No es que estos millonarios estén pensando en un apocalipsis zombi, explica, sino que se plantean el impacto que tendrán cuestiones mucho menos imaginativas, como el cambio climático, el inevitable aumento de los refugiados climáticos o el potencial de nuevas pandemias. Más que pensar en cómo solucionar estos problemas, están pensando en «mudarse a la civilización 2.0» o en tener una red de seguridad.

Los millonarios de los búnkeres y los cálculos sobre si les irá mejor en Alaska o Nueva Zelanda lo hacen a un nivel menos llamativo que lo que proponen los grandes nombres ‘tech’, que llevan años invirtiendo en grandes y caras alternativas para los grandes problemas del momento, y otros milmillonarios de identidades menos reconocibles para el gran público (Rushkoff confirma que esto no es algo solo estadounidense, sino que también en Europa existen estos perfiles).

Como explica en su libro, con esto se conectan desde la carrera espacial a la que están entregados Jeff Bezos o Elon Musk —que quieren, en resumidas cuentas, encontrar alternativas fuera de la Tierra a la propia Tierra, sin pensar en cómo corregir antes los problemas del planeta— hasta el desarrollo del metaverso —que bebe de la idea de que algún día los seres humanos podrán ‘desprenderse’ de su cuerpo y vivir como solo pensamiento—, pasando por ideas como las de crear ciudades de la nada que sigan parámetros diferentes y, en teoría, más resilientes. Este verano, recuerda en la conversación el profesor, los medios estadounidenses hablaron del proceso de compra de terrenos por un grupo de inversores para justamente eso.

Además, como señala en ‘Contra el futuro’ (Debate) Marta Peirano, en cierto modo el papel que estos genios tecnológicos ocupan conecta con la idea un tanto mítica de un salvador que encontrará la llave. Un visionario que tendrá un «momento eureka» y así pondrá fin al problema.

El gran quid de la cuestión está no solo en el papel que las propias tecnologías que han desarrollado en las últimas décadas tienen en los problemas del mundo, sino también en a quién benefician —o para quién estarán disponibles— esas potenciales soluciones.

La carrera espacial es uno de esos ejemplos. «La misión no es humanitaria, es personal», escribe Peirano. Es una carrera por encontrar una solución a los problemas del planeta «pero sin incluir a sus constituyentes». Así, escribe Peirano, todas esas ideas de burbujas en el espacio —ya sean en Marte o flotando en naves especiales— crearán situaciones similares a las que ya están generando las grandes oficinas centrales de las grandes compañías tecnológicas, con espacios de ensueño para sus trabajadores de primer nivel pero que han disparado los costes de la vida en las zonas en las que están y que no están al alcance de la plantilla que les da los servicios menos valorados pero que les permiten seguir funcionando, como el personal de limpieza o de reparto.

Pero incluso la base de por qué hacen las cosas podría ser un tanto distinta a lo que tradicionalmente hemos asumido que era una apuesta por el bien común.

«Esta es una generación diferente de titanes de los negocios», señala en nuestra conversación Douglas Rushkoff. Pensar en ellos como si fuesen una versión distinta de los hombres de negocios de hace 100 años que, por las razones que fueran, creaban con sus fortunas redes de bibliotecas no permite hacer una equivalencia perfecta. Como apunta el profesor, no se trata solo de que vean el futuro o hagan negocio de un modo distinto. Es que además están alejándose demasiado de los propios humanos y de sus necesidades. Están intentando rehacer el mundo, explica, desconectándolo de cómo son en realidad los seres humanos, mucho más complejos y con más matices de lo que simplificarlo todo a la tecnología puede suponer. «No se identifican con lo que es ser humano», sintetiza.

¿Prepararse para el fin del mundo?

Ahora bien, ¿debemos temer el fin del mundo, ese que los milmillonarios a los que les preocupa cómo mantener su búnker o dónde tendrán más posibilidades de sobrevivir a un colapso tanto temen? «No creo que vayamos hacia el fin del mundo», tranquiliza al otro lado de la pantalla Rushkoff, aunque alerta de que tenemos que cambiar nuestra mentalidad. Que no se avecine el apocalipsis no implica que no estemos en un contexto complejo. La emergencia climática o las brechas de desigualdad son cuestiones que toda clase de organismos han evidenciado con cifras. Sí hay, por tanto, que corregir el rumbo para gestionar lo que se avecina.

«Depende de todos nosotros», asegura. Esto implica, por ejemplo, tener una visión más crítica de la tecnología y de esas soluciones que aparecen. Ahí está el Bitcoin, que emergió como una alternativa y se ha convertido en una pieza más del problema, con los abrumadores gastos energéticos de sus servidores. «Estamos quemando el planeta por esto», recuerda el experto.

Rushkoff piensa que el futuro pasará por la vuelta a lo local, «porque lo escojamos o porque no nos quede más remedio». Igualmente, ese cambio mental también implica comprender que hay cosas que resultarán inevitables tal y como han sido las cosas. «Seguirá habiendo refugiados climáticos», apunta, «y tenemos que pensar cómo los humanizamos».

Pero, al final, casi lo importante es tener presente que no, no puedes quedarte al margen de todos los demás. Todos esos millonarios que compraron islas aisladas durante la pandemia, alerta el experto, deberían tener muy presente que, para que sean habitables, necesitarán los suministros que llegan de fuera. Esto es, desde el resto del mundo.

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