Premio Nobel de Medicina para los padres de la vacuna ARNm contra la covid

Premio Nobel de Medicina para los padres de la vacuna ARNm contra la covid

Cuando en diciembre de 2020 se administraron las primeras vacunas contra la covid-19, un sentimiento de sorpresa recorrió el mundo: apenas diez meses después del inicio de la pandemia la ciencia ya era capaz de disponer de un compuesto para mitigar los efectos de la nueva enfermedad. La técnica utilizada, el ARN mensajero (ARNm), pareció un repentino milagro, pero nada más lejos de la realidad. Dos investigadores, Katalin Karikó y Drew Weissman, llevaban más de dos décadas trabajando en esa prometedora tecnología. Este lunes, Karikó y Weissman han sido galardonados con el Premio Nobel de Medicina «por sus descubrimientos sobre las modificaciones de las bases nucleósidas que han permitido desarrollar vacunas contra la covid-19», según ha anunciado la Academia Sueca.

«Gracias a sus revolucionarios descubrimientos, que han cambiado radicalmente nuestra comprensión de cómo interactúa el ARNm con nuestro sistema inmunitario, los galardonados contribuyeron a un ritmo sin precedentes en el desarrollo de vacunas durante una de las mayores amenazas para la salud humana de los tiempos modernos», ha especificado el jurado. Ambos científicos recibieron el año pasado el premio Fronteras del Conocimiento, en la categoría de Biomedicina, otorgado por la Fundación BBVA y en 2021 también fueron reconocidos con el Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

«Mi madre me dijo que yo podía ganar el Nobel porque trabajaba mucho. ‘Mamá’, le respondí, ‘muchos científicos trabajan mucho’», recordaba Karikó tras conocer que era una de las galardonadas, aunque cuando recibió la llamada, contaba, estaba durmiendo y pensaba que era una broma. «Durante los 20 años que trabajamos juntos, antes de que nadie supiera lo que es o le importara el ARN, éramos nosotros dos, literalmente, uno al lado del otro trabajando juntos, hablando y discutiendo nuevos datos», dijo, por su parte, Weissman.

La historia de amor de Karikó y Weissman con el ARNm se remonta a los tiempos de los grandes hallazgos relacionados con el ADN. El descubrimiento de que la información genética codificada en el ADN se transfería al ARNm, que se utiliza para la producción de proteínas, abrió la puerta a un uso para fines terapéuticos cuando ese ácido ribonucleico comenzó a producirse en los laboratorios. Y aunque pronto los científicos vieron las posibilidades de esta técnica en el desarrollo de vacunas, el ARNm provocaba reacciones inflamatorias que desanimaron a los primeros investigadores.

Pero ni los contratiempos ni la precariedad que padecía por no encontrar recursos para sus investigaciones frenaron el entusiasmo de Karikó (Szolnok, 1955), una bióloga molecular húngara que emigró en los años 70 desde su país natal a Estados Unidos. A principios de los 90, ya como profesora adjunta en la Universidad de Pensilvania, se encontró con un colega del campus, el inmunólogo Drew Weissman (Lexington, Estados Unidos, 1959), que también creía en los potenciales beneficios del ARNm. Pronto, sin embargo, se toparon con el gran problema: el ARNm que se elaboraba in vitro era difícil de encapsular, la causa de que, al administrarlo, provocara reacciones inflamatorias.


Caricatura con la que la Academia Sueca ha anunciado el Premio Nobel para Katalin Karikó y Drew Weissman


Premios Nobel


Pero a principios de los 2000 Karikó y Weissman dieron con la clave. Produjeron distintas variantes de ARNm, cada una con alteraciones químicas en sus bases, y descubrieron que con determinadas modificaciones la respuesta inflamatoria desaparecía, lo que abría un mundo de posibilidades terapéuticas. En 2005 publicaron sus primeros trabajos y en los cinco años siguientes consiguieron perfeccionar su tecnología para aumentar la producción de proteínas.

Así se llegó a 2010, cuando la irrupción del MERS, un virus respiratorio con similitudes al SARS-CoV-2, hizo pensar por primera vez en una aplicación práctica de estos avances. Y aunque aquel virus no llegó a convertirse en pandémico, empresas como la alemana BioNTech (de la que Karikó es vicepresidenta desde 2013) o la estadounidense Moderna comenzaron a interesarse por la tecnología del ARNm.

Por eso, a principios del 2020, gran parte del camino ya estaba andado y solo quedaba correr los últimos metros. El 10 de enero, cuando la enfermedad se circunscribía a algunas ciudades chinas como Wuhan, científicos de ese país publicaron la secuencia genética del SARS-CoV-2 y solo tres días después, el 13, los investigadores de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos y los de Moderna ya habían diseñado una vacuna que la farmacéutica comenzó a probar en humanos el 16 de marzo, apenas dos días después de que España decretara el estado de alarma y el confinamiento más duro. En ese punto, Pfizer (en colaboración con BioNTech) y Moderna avanzaban casi a la vez: el 9 de noviembre, la primera farmacéutica anunció que su vacuna tenía un 90% de eficacia. Una semana después, la segunda elevó la eficacia hasta el 94,5% y en diciembre, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea comenzaron a administrar las primeras dosis.

Además de las vacunas, la revolución del ARNm promete llegar a nuevos campos de actuación, como las proteínas terapéuticas o la gran esperanza, el tratamiento de algunos tipos de cáncer. El Nobel a Karikó y Weissman reconoce una nueva herramienta que se vislumbra como el futuro de la medicina.

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