‘Lost in Translation’: veinte años no es nada

‘Lost in Translation’: veinte años no es nada

En mis primeros años de carrera viví en una residencia universitaria. Compartí habitación con una chica llamada Patricia, de Zaragoza, que rápidamente se convirtió en mi amiga y me hizo mucho más fácil esa salida del nido (provinciano) y el aterrizaje en la capital.

De aquel cuarto recuerdo poco: el color de la madera barata, el cajón al que arrojaba todo lo que no quería ordenar y el póster que veía frente a mí cada día al levantarme antes de acudir a Teoría de la Comunicación Mediática: una jovencísima Scarlett Johansson se resguardaba bajo un paraguas translúcido, mientras al fondo se erigían los altísimos edificios de la ciudad de Tokio. Sobre una de las fachadas se formaba la imagen de un dinosaurio caminando. «Everyone wants to be found», decía la frase promocional. «A todos nos gustaría que alguien nos encontrara». ¿Cómo una chica de 18 años recién llegada a Madrid no iba a identificarse con aquello?

‘Lost in Translation’ fue un éxito de taquilla, supuso la consolidación de Sofia Coppola como una cineasta a tener en cuenta (y no solo ‘la hija de’) y convirtió a Johansson en una estrella. La película me marcó a mí (que una noche de Halloween salí con una peluca rosa y un micro en la mano), pero también a toda una generación de millennials que la sentimos como un espejo donde quedó reflejada nuestra desubicación vital.

En España se estrenó el 3 de octubre de 2003 y para celebrar sus veinte años me han pedido volver a verla. Cito una línea de diálogo de «Cerrar los ojos», la última película de Víctor Erice, para explicar mi estado de ánimo antes de darle al play: «Sin temor, ni esperanza», así me sentía, porque dos décadas son muchas y justo estas últimas han supuesto grandes cambios (empezando por la irrupción del feminismo en nuestro día a día). Pero aunque estaba segura de que el paso del tiempo se dejaría notar, tampoco me suponía ningún problema dejar por escrito que en su día me había sentido fascinada por algo que quizá ahora, moralmente, resultaba discutible.


Los caminos de Charlotte y Bob se cruzan en Tokio y comienzan a compartir sus días


RC


En mi cabeza, yo ya tenía detectadas las debilidades de la película. El primer impacto, intuía, sería la diferencia de edad entre los protagonistas. En su momento pudo pasar desapercibida, pero ahora… Ahora sería imposible de ignorar: en el rodaje Scarlett Johansson tenía 17 años y Bill Murray 52 y, aunque la trama de la película se sostiene en una ambigüedad cercada por el amor platónico y la amistad, en 2023 aquello sería, con algo de buena suerta, inverosímil o, con algo de mala, directamente turbador.

Experiencia desmitificada

A esto habría que sumarle, según ha informado The Guardian, las acusaciones de «mal comportamiento» que está recibiendo Murray en los últimos meses por parte de actrices como Geena Davis o Lucy Liu. Y en el lado de Johansson también tocaba actualizar el recuerdo, ya que ella misma se ha encargado de desmitificar aquella experiencia. Tal y como ha contado, con ‘Lost in Translation’ dejó de ser una actriz infantil y, muy a su pesar, Hollywood la descubrió como una mujer explosiva a la que encasillar en ese papel.

Eso cuanto a lo carnal, ¿pero y en lo cultural? Otro problema que yo misma avanzaba era el retrato que se hacía de los japoneses y sus costumbres. En la cinta, Bob (Murray) interpreta a un actor que está en Tokio para hacer una campaña publicitaria. Allí es una auténtica estrella al que piden autógrafos y al que bañan de regalos, siendo uno de ellos la visita de una prostituta («Madre mía, la escena de la prostituta, ya verás tú», rumiaba yo los días previos a este visionado). Por su parte, Charlotte (Johansson) es una recién graduada de Yale que acompaña a su marido, fotógrafo, en otro viaje de trabajo.

Bob y Charlotte, desencantados con sus parejas, se cruzan en ese lujoso hotel y diríamos que se reconocen. Lo que les rodea les resulta tan ajeno que la complicidad es inmediata. Y sí, de los japoneses recordaba que se reían, sin duda: de su forma de pronunciar el inglés, de sus protocolos y reverencias… También había algún chiste sobre su baja estatura, como cuando veíamos a Bob destacar por encima de la media en un ascensor lleno de locales.


Antes de conocer a Bob, Charlotte pasa gran parte de sus días asomada a la ventana y esperando a que regrese su pareja


Esa es una de las imágenes icónicas de la película, pero hay muchas más: el momento en el que, en el pasillo del karaoke, ella apoya su cabeza en el hombro de él; Charlotte sentada junto a la ventana observando las apabullantes vistas de la ciudad; ambos corriendo y esquivando a la gente en el Cruce de Shibuya (un paso de cebra que, a raíz de la película, posiblemente acoja a más influencers que a peatones); el abrazo final y esas palabras secretas; o el plano de apertura con la actriz vista de espaldas y con ropa interior transparente.

Una película viva

Se podría pensar que describo estas instantáneas con tanto detalle porque acabo de volver a ver la película, pero han estado alojadas en mi cabeza todo este tiempo. Lo sorprendente es que me las he vuelto a encontrar tal cual. No es que ‘Lost in Translation’ resista el paso de los años, sino que es una película viva: habiendo sido rodada en la época pre-redes sociales, su visión sobre el aislamiento y la falta de comunicación parece hablarnos del ahora. Solo haría falta que Charlotte cogiera un móvil e hiciera un scroll infinito por Instagram para certificar que su desconexión con el mundo es la nuestra.

De hecho, la capacidad visionaria de Sofia Coppola se distingue en una conversación que había pasado por alto, cuando Charlotte le confiesa a Bob sus intentos por ser fotógrafa: «Lo intenté pero eran fotografías muy mediocres», dice ella. «Supongo que todas las chicas pasan por esa fase. Ya sabes, sacar fotos de tus pies», a lo que a día de hoy solamente haría falta añadir los ‘hashtags’: #photooftheday #blackandwhite #portraitphotography.

Yo, que siempre la había concebido como un himno millennial, compruebo ahora que en Tiktok hay decenas de vídeos rindiendo homenaje a las imágenes y diálogos de ‘Lost in Translation’ y que en Youtube siguen publicándose videos explicativos del final ralentizado para interpretar la frase que Bob susurra al oído de Charlotte.

Cabe entonces preguntarse si a lo mejor nuestra desorientación no era tan generacional y sí generalizada. ¿O acaso será que siempre estamos perdidos? O si soy una paleta porque Tokio me continúa evocando ese escenario futurista que puede sobrepasarte. O quizá, vete tú a saber, es que el mundo, en 2023, aún puede parecernos grande.

*Nota final. Todas las flaquezas que anticipé existen, están ahí y son palpables, pero me atrevo a decir que no son definitorias.

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