Un curso más para ‘Sex Education’: celos, kilómetros, bebés y arcoíris

Un curso más para ‘Sex Education’: celos, kilómetros, bebés y arcoíris

En enero del 2019, Netflix lanzaba una serie podríase decir que perfecta, perfecta para ganar prestigio, para seducir a muchas capas de público, para sentar las bases del estilo de cien futuras series más… ¿Qué productos originales han hecho tanta marca Netflix como ‘Sex Education’? No tantos: ‘Narcos’, ‘Stranger Things’, ‘The Crown’, ‘House of Cards’. Hay otras buenas producciones —se me viene a la mente, por ejemplo, ‘Así nos ven’— pero más minoritarias. Y otras, con ajedreces o calamares, que no gozan de una crítica tan favorable aunque fueran un gran éxito (como siempre, ese éxito no lo podamos medir con cifras, recordemos que los datos reales no los tendremos nunca). A lo que vamos es a que ‘Sex Education’ es muy importante para Netflix.

Cuatro años después, cuarta temporada. Y por fortuna arranca con un necesario «recap» donde la mismísima Jean Milburn (Gillian Anderson) nos resume por dónde íbamos. Tras un par de besos, la tensión sexual entre Otis (Asa Butterfield) y Maeve (Emma Mackey) se agranda 10.000 kilómetros: ella ha conseguido una beca en una universidad estadounidense y se acercará a su sueño de ser escritora: van a intentar la relación a distancia. Pero Otis —y esto no le sienta bien a la temporada— se queda como está y donde está. Aunque no exactamente. Junto a su inseparable Eric (Ncuti Gatwa) y a unos cuantos más, cambiamos de escuela. Dejamos el que llegó a reivindicarse como el «Sex School» y cambiamos pero mucho: el Cavendish College es una fantasía arcoíris donde todo es inclusivo, diverso y tóxicamente ultrapositivo. El cotilleo está mal visto, nadie es violento, y solo se permite criticar a alguien si es para cancelarle porque hizo algo malo. Solo hay un problema para Otis: el campus ya tiene su terapeuta sexual, una chica que se hace llamar «O». Y es buenísima.

Así que gran parte de la trama de Otis nos llevará por esta competición. Por su parte, recordemos que su madre tuvo un bebé, pero el apuesto y nórdico Jakob se marchó. Sola y con una desoladora depresión post-parto, acepta un trabajo en un programa de radio para hacer su terapia con llamadas anónimas. Es el personaje de Jean Milburn el que más relevancia gana esta temporada, un acierto. La serie, coral como pocas, también le dedicará tramas largas a un puñado de personajes más que hemos venido conociendo en las otras temporadas, una serie de jóvenes intérpretes muy a tener en cuenta. Aunque con el cambio de colegio, aproximadamente un tercio se hayan quedado por el camino, sin que nadie les eche demasiado de menos.


La infalible «O», competencia laboral directa de Otis.


Netflix


Como en las temporadas anteriores, resolveremos sin enterarnos unas cuantas dudas sexuales y emocionales, mejor o peor integradas en la trama. Una de las líneas que no estaban cerradas era el bloqueo afectivo de Aimee tras ser agredida sexualmente en un autobús público, y su personaje esta temporada lo afronta con una vitalidad muy especial, un acierto de la serie. El otro gran representante de la espontaneidad, Eric, tiene una interesante trama con el conflicto de ser cristiano y gay, cuando una cosa simboliza el punto de encuentro de su comunidad y su familia, y la otra representa su identidad a la que aprendió a no renunciar. Una historia más arriesgada, sin duda, que igual saca un poco a algunos con tanto misticismo. Desde luego es mejor que la artificial separación —y predecible reencuentro— con su mejor amigo. La serie cae varias veces en la telenovela de los malos entendidos y los celos estériles (aunque sean adolescentes —o lo fueran hace tres temporadas— no tienen por qué ser tan tontos). Aunque todos nos equivoquemos, algunos de los sucesivos errores de Otis son demasiado absurdos en un terapeuta sexual con un don innato. Se echa de menos la frescura de las primeras temporadas.

Hay un detalle fabulosamente imposible: cuando la doctora Milburn hace su mejor programa de radio, todas las tramas (que no son pocas) resulta que tienen puesto el transistor. Todos los personajes disfrutan a la vez de las reflexiones clave de la temporada a través de la FM. Qué bello mundo sería. Y hay otro tema de «wishful thinking». Podemos ver el colegio Cavendish como una exageración de diversidades queer (para los anti-woke será una temporada dura), pero también lo podríamos ver como un buen futuro sin más, sin darle más importancia, y no estaría mal. Lo que falta en la historia, ese pequeño detalle, es que nadie es reaccionario frente a estas coloridas novedades. En la vida real el problema suele venir de conjugar lo nuevo y su reacción (que también sucede porque hay diversidad social, problemas, y muy diferentes mentalidades). Explicar bien los cambios es una fase dolorosa y necesaria porque siempre existirá una resistencia, pero aquí vemos por un momento cómo estaría resuelto el problema saltándose esa parte. Bonito pero difícil.


El grupo popular del instituto, realmente sorprendente.


Netflix


Y si con la escucha de radio hablábamos de atención, lo que trata de mostrar la serie es una cadena de personas hermosas pero que no se hacen caso. Otis, su madre, su tía, su novia, su ex, su mejor amigo… la enseñanza simplemente es que hay que prestar más atención a los demás. No por sencilla es fácil de aplicar, claro, simplemente es algo que debemos recordar periódicamente. Es desasosegante ver cómo todos los terapeutas de la serie responden igual varias veces a diferentes problemas: «Wow, eso debe haber sido muy duro para ti». Cuando lo dicen por quinta vez, ya no les crees.

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