Crítica del episodio 23×01 de ‘Cuéntame’: Una muerte y un heredero

Crítica del episodio 23×01 de ‘Cuéntame’: Una muerte y un heredero

Este artículo revela detalles importantes de la última temporada de ‘Cuéntame’.

Todo empieza y todo acaba. Y en el caso de ‘Cuéntame’, la serie más longeva de nuestra televisión, ese inicio y ese final se producen en el mismo año: 2001. En ese primer año de los 2000 se comenzaron a emitir los primeros capítulos de la primera temporada de las aventuras de la familia Alcántara en TVE. Y en esa misma fecha, ahora en la serie, Mercedes, Antonio, Herminia, Inés, Toni, Carlos y María, dirán adiós a una audiencia que los ha visto pasar casi de todo. De hecho, si el destino fuera caprichoso, cualquiera de ellos podría encender la televisión en la casa familiar, en en el año en que arranca esta última temporada, y encontrarse la sintonía de ‘Cuéntame’, cantada por Ana Belén, y verse a ellos mismos en su propia serie. En esta despedida, es también esa misma cantante quien cierra el círculo en lo musical. Y por eso, porque la ocasión lo merece, vamos a hacer un repaso al detalle de este primer episodio con el que la serie ha empezado a escribir su fin.

El episodio 1 de la temporada 23 arranca en Sagrillas, en septiembre del año 2001. Las campanas de la iglesia tocan lo que en los pueblos solo puede significar una cosa: alguien ha muerto. A partir de ahí vemos el cementerio desde las alturas y un grupo de gente que asiste a un entierro. Sabemos que alguien ha muerto y que es una mujer, por ese ‘acógela’ que le escuchamos al cura, pero necesitamos hacer recuento de los miembros de la familia Alcántara para saber si lo que todos esperábamos ha sucedido. De eso se encarga la realización. Primero nos enseñan a Mercedes (sin guardar luto, que en 2001 ya son otros tiempos), llorar junto a Antonio. A María con Jorge. A Paquita. A Inés con Oriol, a Toni y a Débora (con un desconsolado Santi) y a Carlos y a Carina, que han vuelto desde Nueva York por lo trascendente de la pérdida. Así que sólo puede ser ella. Sólo nos falta Herminia, el pegamento del clan. De una familia que, como vemos, ya ni siquiera llora unida su muerte. Los motivos, los comenzaremos a conocer después.

Herminia López, la abuela de los Alcántara y casi de España, muere en septiembre de 2011, en los primeros minutos de la última temporada. Lo sabemos porque asistimos a su entierro en Sagrillas, el pueblo de Toledo del que descienden los Alcántara. Descubrimos que es ella justo cuando el pequeño de los Alcántara, el heredero, deja un ramo de margaritas en la lápida de su abuela. No hay abrazos, ni palabras de cariño. Solo distancia. La familia ha llegado rota a 2001 y lo comprobamos en el típico besamanos de pésame que se hace a las salidas de los cementerios. Ahí, Antonio y Mercedes reciben las palabras de los vecinos, pero no las de sus hijos. Inés zanja el momento con un lacónico «salimos ya para Madrid». Toni, se despide con un simple «ya hablamos» y María apenas habla para informar de que se vuelve ya a casa. La tensión se puede cortar. Sólo el cariñoso abrazo de Carlos (en la vuelta de Ricardo Gómez para el final de la serie) con su madre y el elocuente «gracias» de Carina, nos dan las primeras pistas de lo que está por llegar. «¿Qué nos ha pasado?» llora Mercedes junto a Antonio. Y ahí finiquitamos el viaje a 2001 para retomar las cosas donde las dejamos la temporada anterior. ‘Cuéntame’ ha vuelto para decir adiós.

Mercedes y Antonio, en el funeral

Mercedes y Antonio, en el funeral


TVE


¿Abrirán el champán?

La Nochevieja es a los Alcántara como las naranjas a las películas de ‘El Padrino’. Si aparecen por la pantalla, mejor ponerse a cubierto. Estamos en la víspera del último día de 1994 y España se prepara para recibir el nuevo año con Ana Obregón y Joaquín Prat (padre) en la Puerta del Sol. Martes y Trece se encargan de la pregala, y los entrantes de las cenas de esa noche llevan el sello de karlos Arguiñano, que para entonces se había convertido en el cocinero estrella de la televisión pública. Por las calles de San Genaro se ven los primeros Renault Twingo de colores pastel, ya ha salido la Sega Megadrive y, sobre todo, internet ha llegado a las primeras casas. Lo sabemos porque Antonio Alcántara ya tiene un ordenador personal en el salón de casa, desde el que reciben fotos de Carlos y Carina en Nueva Tork (con las torres gemelas de fondo), y donde no para de embobarse con los primeros salvapantallas en movimiento.

En esas está cuando Mercedes llega a casa después de una revisión médica. Intuimos que de hacerse una prueba relacionada con el cáncer de mama que sufrió en la temporada trece, por la mancha de sangre de su camisa. Ahí, la voz de Carlos, el narrador de toda la serie ya nos explica los motivos que siempre han movido a la matriarca de la familia. «Entre ella y los suyos, siempre elegirá los suyos». Y en este primer episodio de la última temporada, dedicado a ella, a Mercedes, «La Fuerza’, ahondaremos en cómo entiende ella la institución. Mercedes, Milano, Merche, La seca o, simplemente, mamá, es uno de los personajes más queridos de la serie. Una mujer moderna, hecha a sí misma, que ha superado enfermedades, apuros económicos y numerosos problemas familiares. Pero también ha ido a la universidad, ha emprendido, ha criado a cinco hijos y ha hecho paella todos los domingos. Una especie de gallina clueca, de esas que ahorman a los pollitos.

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Mercedes aterriza de la compra con varias botellas de champán y entrantes para la cena del día siguiente. «Quiero que sea el mejor año de todos», dice. Y sin venir a cuento, pregunta a Antonio dónde están guardadas las escrituras de sus propiedades. Y aparecen donde muchas veces se han guardado las cosas importantes: en un cajón, debajo de los manteles. Con ellas en la mano, le explica a Antonio que quiere repartir ya la herencia a sus hijos para poder ver cómo la disfrutan en vida. Antonio no entiende nada y trata de quitarle la idea.

Sabemos que Antonio y Merche se acuestan a las 11:15 horas, porque nos lo chiva el despertador, y que Mercedes se hace el ‘skincare’, porque tiene la mesita llena de cremas. Y en ese momento de intimidad, no tiene más remedio que contarle a Antonio que se ha tenido que hacer una biopsia porque las últimas pruebas no fueron bien. Y ahí, Antonio hace un Antonio. Del susto, el enfermo acaba siendo él, y Mercedes le tiene que poner debajo de la lengua una pastilla del corazón. En ese momento, el personaje de Ana Duato nos da una lección de salud mental. Como si viviera en nuestro tiempo y llevara años de terapia para vencer las anticipaciones. «No consigo nada poniéndome nerviosa ahora».

En esa conversación, Antonio entiende los planes de Mercedes, de comenzar a repartir la herencia. Y el origen de todo. Que el heredero herede. Carlos Alcántara, el hijo pequeño y ojo derecho de su padre, ha sido apodado durante las 23 temporadas ‘el heredero’. Un título que en este final cobra todo su sentido. Mercedes es consciente de que la vida de Carlos y Carina en Estados Unidos es difícil porque su carrera de escritor no le da suficientes ingresos. Por eso, quiere darle a Carlos el chalet de Los Altos, que lo venda y pueda tener algo en Nueva York. Anonio no está muy conforme con los planes porque le gusta acumular propiedades. «No quiero casas, quiero a mis hijos», le responde Mercedes.

Las herencias nos dan más que disgustos

Amanecemos ya el día de Nochevieja, y escuchamos en la radio que Rusia, en aquel entonces, también estaba en guerra. En su día para controlar Chechenia. Los Alcántara se preparan para celebrar el fin de año juntos, en la casa de San Genaro. Cenarán besugo y beberán champán. O eso creen. Mercedes y Antonio acuden a casa de Toni, que además de periodista es abogado, para consultarle sobre las herencias en vida y le explica a sus padres que la parte que da y la que recibe deben estar de acuerdo. Ahí se da cuenta de que sus padres a quien quieren legar bienes es a Carlos, al heredero. Ahí hay también una anécdota muy divertida con los aparatos tecnológicos, que estarán muy presentes esta temporada. Antonio coge el teléfono móvil de Toni, que ahora trabaja en un periódico tras su paso por Moncloa, y fantasea con tener uno. «Son el futuro, Merche, no llamas a las casas, llamas a las personas. Si llamas a Felipe, se pone Felipe», dice. Y efectivamente. Marca el teléfono de Felipe González, entonces presidente del Gobierno, con quien Toni tiene que felicitarse el año por compromiso. Un poco visionaria Mercedes le atribuye a los móviles un futuro incierto. «Se pasarán de moda como las yogurteras».

De vuelta a casa, Antonio y Mercedes retoman la conversación sobre la herencia, al darse cuenta de la cara que su hijo mayor, Toni, ha puesto al enterarse de sus planes de darle un chalet a Carlos. Y ahí Mercedes apuesta por repartir a todos sus hijos su parte. A Toni, porque necesita un despacho («trabaja en el salón», dice su madre), Inés va siempre apurada, con sus trabajos de actriz, María, la médico de la familia no parece necesitarlo, pero sería injusto. Así que hay que cambiar de planes. Herencia para todos. Pero, que las cosas saldrán mal lo anticipa con sabiduría la abuela Herminia, a la que le bastan dos frases para ver el futuro. «Las herencias no dan más que disgustos. Por eso se dan de muertos», dice, y avisa. «Si quieres con la familia reñir, echa algo para repartir». Dicho y hecho.

Mercedes, protagonista del episodio 1 de la temporada final

Mercedes, protagonista del episodio 1 de la temporada final


TVE


La Nochevieja de 1994 no se comerán las uvas en casa de los Alcántara. Se sabe ya desde la misma hora de comer, cuando llega Inés con los besugos para el horno y unos cuantos centollos, porque hay mucho que celebrar. Ese día ha recibido la llamada de la directora del Centro Dramático Nacional y dirigirá pronto una obra de Lorca. Pero al llegar a casa de sus padres descubre que toda la familia se ha olvidado de ver un documental que Inés ha dirigido y que pasaron por La 2 la noche anterior. La hermana mayor de la familia se siente menospreciada. No sabe que lo peor todavía está por llegar. En esas, Antonio sube de la calle con María, la hermana pequeña, que acaba de llegar de una reunión en el Ministerio para que reconozcan los derechos de los estudiantes de Medicina. Dice que la han entrevistado en el Telediario, así que suben a casa y ponen la tele. Allí aparece María, ante el orgullo de sus padres, y la inquina de su hermana, que ve cómo se vuelcan con todo lo que hace la pequeña y se olvidan de sus cosas. «Qué bien hablas, hija. Pareces una actriz», dice Antonio. «La actriz soy yo», salta enseguida Inés. Y empieza la tragedia. Ahí, «El sitio de mi recreo» de Antonio Vega nos sirve de bálsamo, como toda la banda sonora de la serie. Los últimos compases nos llevan a la cena.

Los besugos salen del horno con éxito y las copas de vino tintinean en casa de los Alcántara, que están a horas de entrar en 1995. Pero con el momento del postre (receta de Arguiñano, con perejil incluido), la tragedia da comienzo. Mercedes, la matriarca, hace pasar a sus hijos a la zona de sofás y les suelta la noticia. «Nos estamos haciendo mayores y queremos daros la herencia en vida», explica el matrimonio. Y ahí, pasan a repartir una lista escrita con el reparto de bienes a cada hijo. En ese momento, Toni abre la caja de los truenos. «Pero, ¿el plan no era darle el chalet a Carlos?». Inés se revuelve. «Ah, que había un plan. ¿todo es por Carlos?», protesta. Antonio intenta templar. «Si Carlos hereda, heredáis todos», explica. Y en ese reparto, hecho por el matrimonio, los hijos descubren que no son iguales para sus padres. Carlos e Inés se quedan más propiedades, que les reportarán más dinero. María y Toni, por contra, menos. Todo les parece mal en este momento. Incluso salir beneficiados. Y se arma la marimorena.

Mercedes explica que Inés y Carlos tienen más porque tienen trabajos más inestables y requieren de más ayuda. Una ofensa para la hija mayor, que destapa su personalidad. «Si no os sintiérais en deuda conmigo esto no estaría pasando». Y surge el ADN del personaje: negativa, inestable, infravalorada. «Mi madre no se conforma ni aunque salga ganado», le llega a espetar Oriol. Toni, por su parte, en su línea. Él no se moja. Como no lo hace para elegir una de las ofertas de trabajo que le han puesto encima de la mesa en este episodio (volver a Moncloa o pasarse al PP de Aznar). Y María, la revolucionaria, con su constante queja para hacer justicia. De Carlos, que no está en casa, sólo se sabe que le parece bien. Algo que también les parece mal a sus hermanos.

Total, que nadie se acaba comiendo las uvas en casa de los Alcántara porque todos se van a sus casa enfadados mientras una Ana Obregón con capa y un fallecido Joaquin Prat, le dan la bienvenida a 1995. Hasta la abuela se va a la cama. Sólo Antonio mastiquea unos granos en otra Nochevieja para olvidar en esa casa. De hecho, la noche continúa a altas horas de la madrugada, con una Mercedes desvelada en el balcón. «¿Crees que hemos sido buenos padres?, le pregunta a Antonio. Que por supuesto lo cree. Sobre todo ella. Merche tiene miedo, porque aún no conoce los resultados de la prueba y teme que estos malos momentos sean los últimos con los suyos. Pero la herencia va a partir a la familia. Lo hemos visto en el avance al 2001, como ya lo aventuró Herminia, que no estará para verlo en su propio funeral. Y el champán, sin abrir, por supuesto.

De nuevo, para resolver el episodio, entra en escena Carlos Hipólito, la voz de Carlos, el narrador a lo largo de estas 23 temporadas. «¿Hay algo más importante para mi madre que la familia. Nada. Ni ella misma», dice, y hace un precioso homenaje a su trayectoria, la de una mujer que ha roto todas las barreras, con la banda sonora de ‘Todo cambia’ de otra Mercedes. Mercedes Sosa en este caso. Y ahí, de fondo, mientras su vida y todos los momentos que hemos vivido con ella pasan en forma de recuerdos, recibe con alivio, en la consulta de la doctora, que está limpia de cáncer. Lo que pasó después yo ya no lo vi, porque no podía dejar de llorar. Pero juraría que ahí acaba el capítulo dedicado a Mercedes. A Merche. A Milano. A La Seca. A la madre de ‘Cuéntame’.

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