Así se forjan ‘a fuego’ los nuevos bomberos del CEIS

Así se forjan ‘a fuego’ los nuevos bomberos del CEIS

De donde todos huyen, ellos se adentran. En el lugar que más quema y donde el fuego y el miedo amenazan con devorarlo todo a su paso, ellos permanecen fríos como el hielo, con una valentía intacta cuando lo más racional es echarse a temblar o correr sin mirar atrás. Su trabajo es el mismo que ejerce un superhérore en la ficción: salvar vidas. Y a eso, a evitar cualquier desastre o que este se convierta en una catástrofe, es a lo que aspiran los más de 40 bomberos del Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento de la Región de Murcia (CEIS) que ya han sido declarados aptos en la última oposición y se encuentran en el último paso: la academia de formación.

Es aquí donde los encargados de luchar contra las llamas y de rescatar a personas que se debaten entre la vida y la muerte se forjan ‘a fuego’ como bomberos. Tres meses contra reloj, sin apenas descanso, con clases teóricas y actividades prácticas desde que sale el sol hasta que se pone en el parque de bomberos de Molina se Segura. Una fase de especialización en la que todos se juegan el ser o no ser y en la que aprenden a todo, en especial a perder el miedo. «Se les enseña temas sanitarios que pueden encontrar en un accidente de tráfico o en su vida civil, como hacer una RCP, taponar hemorragias o actuar ante un atragantamiento, se familiarizan con la infinidad de herramientas con las que trabajamos, como las motosierras o los equipos de excarcelación, aprenden a saber qué se puede cortar y la forma de hacerlo, y, sobre todo, a actuar con rapidez porque hay vidas en juego», cuenta Ángel Olmos, jefe de Formación y Prevención del CEIS desde hace 13 años.

Ángel Olmos, jefe de Formación y Prevención del CEIS desde hace 13 años.

Ángel Olmos, jefe de Formación y Prevención del CEIS desde hace 13 años.


Vicente Vicéns / AGM


Pero el trabajo no acaba ahí, sino que es solo el principio. A pesar del calor y el sol, muchas veces abrasador, que brilla constantemente en la Región, al entrar en el parque de bomberos de Molina lo primero que se observa son los aparatosos trajes ignífugos en cuyo interior se encuentra la ilusión de poder, algún día, salvar una vida. A la derecha del recinto, un grupo de alumnos corta con motosierras distintas partes de vehículos para poder acceder al interior donde se encuentra una víctima atrapada. Al fondo, otra decena de funcionarios en prácticas descienden de un edificio por la pared para escapar del fuego antes de que sea demasiado tarde. Todo es una simulación, pero solo por ahora. «Practican rescates en accidentes, acuáticos, en altura y son preparados para cualquier tipo de situación que se puedan encontrar. También se les enseña a actuar en incendios forestales, a gestionar mercancías peligrosas, se les introduce en una especia de vivienda en llamas para proceder a su extinción y aprenden a abrir todo tipo de puertas por complicada que sea la cerradura. Tienen que interiorizar maniobras para poder hacerlas con los ojos cerrados y en cuestión de segundos», relata Olmos.

Laura Ibáñez, la primera bombera de la historia del CEIS.

Laura Ibáñez, la primera bombera de la historia del CEIS.


Vicente Vicéns / AGM


La primera bombera

No fue cuestión de segundos precisamente la decisión que tomó Laura Ibáñez para romper con lo establecido en el parque de bomberos de la Región. Esta joven murciana de 31 años dejó Barcelona, donde trabajaba de diseñadora gráfica, para volver a su ciudad natal después de que la idea de ser bombera prendiera la llama dentro de ella. Y no solo prendió, sino que provocó un ‘incendio’ de tal magnitud que hoy está a punto de ser la primera bombera del CEIS. «Dejé mi vida cómo la conocía de un día para otro y me lancé a luchar por esto. Me he tirado casi cinco años opositando y ahora puedo decir que estoy cumpliendo un sueño», revela Laura, que hoy es una alumna más en la academia de formación, aunque en realidad es alguien especial.

A diferencia de muchos de sus compañeros, en ella no nació desde pequeña la idea de meterse de lleno en el fuego para acabar con él. «Surgió de las frustraciones que tenía en mi anterior trabajo y del golpe que te da el mercado laboral cuando sales a él. Mis compañeros de escalada me picaron la curiosidad y me informé sobre ello. A veces tú quieres ir por un camino y la vida te cambia de sitio y te redirige. Cuando me metí de lleno en la oposición, sabía que no pararía hasta que entrase», cuenta con orgullo y dentro del traje de bombera que no quiere quitarse jamás.

El rostro de Laura debajo del casco muestra la satisfacción del trabajo bien hecho. No el de acabar de cortar la puerta de un coche para rescatar a un herido, un ejercicio simulado que sube sus pulsaciones y pone a prueba su energía y su valía, sino el de aprobar una oposición que puso al límite su paciencia pero que derrotó con esfuerzo y tesón. «El día que vi la nota no dejé de llorar. Era una montaña rusa de emociones, entre lágrimas y risas. Lo que más recuerdo es la sensación de tranquilidad que me quedó en el cuerpo. Fue el día que mejor he dormido de mi vida. Ahora, forjándome en la academia, siento que estoy en el mejor trabajo del mundo», asegura.

Siente que puede haber roto esa pequeña barrera hasta ahora instaurada en un equipo de bomberos que siempre ha hablado en masculino. Pero lo que tiene interiorizado de verdad es que no hay obstáculos más grandes que el que se pone uno mismo para lograr algo. «Hay mucha gente a la que le gustaría ser bombero o policía y no se ve haciendo algo así. Animo a que se motiven y piensen que por supuesto que son capaces. Quiero dar el empujón que necesitan muchas otras chicas para llegar hasta aquí», reconoce Laura.


Jorge Satorres, alumno de la academia de formación.


Vicente Vicéns / AGM

«Hoy contamos con bomberos con mayor nivel intelectual pero con menos habilidades manuales»

El perfil del opositor a bombero está cambiando con el tiempo. Ahora, la mayoría de los que se presentan y aprueban son graduados. «De los 43 que tenemos en la academia, el 75% son licenciados. Tenemos dos arquitectos, media docena de ingenieros… Contamos con un nivel intelectual mucho más alto y es papel nuestro ahora potenciar esas habilidades manuales que no están tan presentes», indica Ángel Olmos.

Ejemplo de ello es Jorge Satorres, otro alumno de la academia que tiene 35 años y que se metió dentro del traje de bombero tras un intento que se alargó siete años y con el título de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en el bolsillo. «Estoy especializado en salvamento y socorrismo y está muy relacionado con este mundo. Llegó el día en el que pensé de qué manera podía ser yo más feliz y aportar algo a la sociedad y decidí seguir este camino», reconoce Jorge justo tras descender de un edificio por la pared.

Cada día que pasa se observa menos miedo en los ojos y los gestos de Jorge y sus compañeros cuando miran, desde las alturas, la distancia a la que está el suelo y la cuerda por la que tienen que bajar. Tirarse al vacío para salvar su pellejo del fuego es una de tantas prácticas que dejan al borde del agotamiento a los alumnos pero, también, más cerca de su sueño: «Pasamos por distintos módulos. Ahora estamos en autosalvamento y después nos tocará incendios forestales y todo tipo de rescates. Hay un esfuerzo físico y mental y una fatiga muy grande que llevamos con nervios pero también con emoción. Al principio había más miedo, hoy estamos para lo que nos echen. Es una aventura que vives junto a unos compañeros con los que formas una piña. Sufrimos juntos y disfrutamos juntos. Ese es uno de los principales valores de este oficio», confiesa Jorge.

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