El alcalde de Kiev: «¿Que si aspiro a la presidencia? No pongamos más nervioso a Zelenski»

El alcalde de Kiev: «¿Que si aspiro a la presidencia? No pongamos más nervioso a Zelenski»

En las oficinas de la Alcaldía, el equipo que dirige la defensa de Kiev está sentado en torno a una gran mesa. En el centro hay un frasco de cristal lleno de monedas. Vitali Klichkó levanta el frasco con la mano gigantesca que antaño derribara a sus oponentes en el cuadrilátero. «Este dinero lo ha donado un niño pequeño con un gran corazón», explica Klichkó, de 51 años. El frasco llegó a la capital ucraniana junto con una remesa de autobuses enviada por el alcalde de Riga, en Letonia, para facilitar la evacuación de los civiles. «El chaval explica que son los ahorros de toda su vida, pero que quiere dárselos a los niños de Kiev».

«¿Cómo voy a odiar a los rusos? Soy incapaz de odiar a mi madre. La mitad de la sangre que corre por mis venas es rusa. Y en Ucrania hay millones de personas como yo»

El antiguo campeón de boxeo es mucho más que el alcalde de la ciudad y se emociona al hablar de los niños implicados en la guerra de Ucrania. Uno de los ucranianos más conocidos del mundo, hasta que Volodímir Zelenski dejó el espectáculo por la política, nuestro hombre lleva dos décadas luchando por apartar Ucrania de la órbita rusa, como parlamentario primero, como candidato a la Presidencia y como instigador de las protestas de Euromaidán en 2013 y 2014 que llevaron al derrocamiento del presidente respaldado por el Kremlin, Víktor Yanukóvich.

En los listados elaborados por el Kremlin, Klichkó ocupaba el segundo lugar, después del propio Zelenski, como enemigo al que debían liquidar los escuadrones de la muerte enviados por Putin.

Sus familiares también formaban parte del listado de los que tenían que eliminar. Lo primero que Klichkó hizo fue poner a salvo a su mujer, su madre y sus tres hijos fuera de Ucrania. «La familia es mi punto débil –reconoce–. Una vez que conseguimos sacarlos del país, todo se volvió más fácil. Ahora soy libre de hacer mi trabajo».

Klichkó y sus colaboradores dejaron sus casas y se mudaron a un gigantesco edificio administrativo en el centro de Kiev donde trabajan y duermen. Los primeros días de la invasión fueron duros, pero se negó a ser evacuado. «Este es nuestro hogar –dice–. ¿Por qué tenemos que irnos? Estamos obligados a defender nuestra casa. No veo motivo para abandonar mi ciudad, mi país». Cuando le comento que podría haber muerto en las calles, responde encogiéndose de hombros. «Mi padre siempre decía que morir por tu país es un privilegio –cuenta–. Y no luchamos por nosotros. Defendemos a nuestras familias y nuestro futuro».

Klichkó difícilmente pensaba que un día llegaría a combatir al Ejército ruso. Su padre era teniente general del Ejército soviético, y tanto él como su hermano crecieron en una serie de bases militares como leales súbditos del Imperio soviético y creyentes absolutos en el comunismo.

«Creía que los soldados de la OTAN eran bestias»

Nacido en una base de la actual república de Kirguistán, el pequeño Vitali fue educado por la propaganda soviética en la maldad intrínseca de los países occidentales enemigos de Moscú. «Delante del edificio donde vivíamos, había un gran cartelón con un soldado de la OTAN cuya cabeza era la cabeza de un lobo armado hasta los dientes y cubierto de sangre –recuerda–. Por las mañanas salía para ir al colegio y me tropezaba con aquella mirada despiadada. Era una figura espantosa de veras. Es comprensible que creciésemos convencidos de que el soldado de la OTAN era una bestia humana».

Cuando tenía 11 años, se produjo el fallecimiento de Leonid Brézhnev, el presidente soviético y héroe personal de su padre. «Mi padre era un comunista a machamartillo. Y yo crecí pensando lo mismo que él… y que todo el mundo: los americanos estaban empeñados en destruir nuestro país y esclavizarnos, y Brézhnev era nuestro protector». Según añade, «al morir Brézhnev, me pasé semanas llorando, pues nuestro defensor nos había dejado y ahora estábamos a merced de los americanos».

Klichkó siguió siendo un firme creyente en las bondades de la URSS hasta sus inicios como boxeador profesional, coincidentes con la perestroika de Mijaíl Gorbachov, que sacaron a la Unión Soviética del aislamiento internacional. A los 18 años viajó a Estados Unidos. «Volví y expliqué a mi padre que había estado en Florida y en un montón de lugares. Le dije que me perdonara, pero le aseguré que todo cuanto le habían dicho sobre Estados Unidos era propaganda de mierda. ‘Es un gran país’, le solté. ‘La gente es estupenda’».

«Conozco la propaganda rusa. Han lavado el cerebro a la gente. Esa es su arma principal, más que los tanques o los aviones de combate. Los medios de comunicación son decisivos»

Su padre se negaba a creerlo y daba por sentado que los americanos habían sometido a Klichkó a una clásica añagaza que relatan los libros de historia rusa: la construcción de ‘aldeas Potemkin’, estructuras tridimensionales de pega, con las que habían engañado al joven pugilista. «Los americanos construyen esas poblaciones tan bonitas para engañar a los ilusos –soltó a su hijo–. ¡Estados Unidos es el mal!». Sin embargo, según explica el alcalde, «con el tiempo tuve oportunidad de llevar a mi padre a Estados Unidos». Y su padre se quedó boquiabierto al caérsele la venda de los ojos. «Me pidió disculpas. Todos éramos víctimas del sistema soviético».

Añade que los rusos han estado recurriendo a una campaña del mismo tenor en contra de Ucrania.

«Sé cómo funciona la propaganda de guerra en Rusia. Pintan Ucrania como un nido de nacionalistas fanáticos, de fascistas, y los rusos lo creen a pies juntillas –dice–. He hablado con mis amigos rusos, personas con estudios, y lo creen a pies juntillas. La propaganda ha funcionado mucho mejor que en la época soviética. El 70 por ciento de la población rusa respalda la invasión de Ucrania. Han lavado el cerebro a la gente. Esa es el arma principal.  Mucho más decisiva que los tanques o los aviones de combate. Los medios de comunicación son  decisivos».

Klichkó deja claro que el responsable directo del sufrimiento de los ucranianos es Vladímir Putin, y no algún intangible impulso imperial en el carácter o la cultura de los rusos. Él mismo es medio ruso por parte de madre, una mujer que, como tantos otros en Ucrania, apenas habla la lengua del país. «¿Cómo puedo odiar a los rusos? –apunta él–. Soy incapaz de odiar a mi madre. La mitad de la sangre que corre por mis venas es rusa. Y en Ucrania hay millones de personas como yo. Personas de nacionalidad rusa que están luchando por Ucrania porque es el país donde viven, el país al que aman».

«El objetivo no es el Dombás; era y sigue siendo Kiev»

La enconada resistencia ucraniana al invasor sigue conmoviéndolo. «Durante la primera semana de la guerra, los rusos llegaron a las afueras de Kiev. Era una noche de perros, nevaba y soplaba el viento. A las tres de la madrugada advertí que en el flanco izquierdo de la ciudad había una fila de personas que se extendía kilómetros». Fue a investigar y vio que hombres y mujeres hacían cola para integrarse en la fuerza de defensa territorial y conseguir un arma. «Siguieron haciéndola día y noche –agrega–. No estaban dispuestos a irse. Se quedaron en Kiev y siguen preparados para combatir y defender su ciudad».

Los ucranianos expulsaron a los invasores de la capital a finales de marzo, pero Klichkó no se cree las afirmaciones rusas de que el único objetivo hoy es conquistar la región del Dombás. «Está claro que el objetivo de los rusos no se limita al Dombás o Crimea. El objetivo era y sigue siendo la capital de Ucrania».

La invasión ha dejado en suspenso otra disputa, la sostenida entre el alcalde y Zelenski, quien en su día ordenó la investigación de Klichkó en el marco de una campaña contra la corrupción vinculada a Poroshenko, el anterior presidente, y sus acólitos, entre los que está el alcalde de Kiev. Klichkó había protestado con vehemencia contra otras iniciativas de investigar ciertos negocios inmobiliarios en principio poco claros, acusando a Zelenski de llevar a cabo una persecución política.

Poroshenko se libró de ser juzgado gracias a la invasión rusa. La vista ha sido pospuesta. Klichkó aspiraba a la Presidencia al mismo tiempo que Zelenski, pero se vio inmerso en una controversia centrada en sus años de residencia en Alemania; sus oponentes políticos hicieron lo posible por excluirlo de las elecciones basándose en un supuesto incumplimiento de las leyes de residencia. El hoy alcalde terminó por retirarse y dar su apoyo a Poroshenko.

¿Sigue pensando en competir por la Presidencia? «Muchos creen que eso de ser presidente es un privilegio –responde–. Pero no lo es. Es una responsabilidad gigantesca, colosal. De pronto ya no tienes una vida privada. Tu existencia se resume en desvivirte por tu gente». Comento que, al igual que Zelenski, él era famoso antes de entrar en la política, es un patrón que en Ucrania se repite. «Mire, Zelenski tiene suficientes dolores de cabeza sin necesidad de que usted escriba que hay otro que quiere quitarle el puesto –contesta–. Se lo pido por favor. No ponga a Zelenski más nervioso de lo que está».


© The Times Magazine

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