«Crucé un océano con 10 años huyendo de mi destino y en Murcia encontré un futuro»

«Crucé un océano con 10 años huyendo de mi destino y en Murcia encontré un futuro»

Miras a un lado y al otro. Te giras. Suspiras. Todo a tu alrededor es un páramo yermo. No hay nada en el poblado en el que vives ni por lo que merezca la pena luchar. Tienes 10 años y a pesar de tu energía, flaqueas. Vives en un poblado en Kaél Bessel un pueblo en la región de Kolda, a más de 600 kilómetros de Dakar, la capital de Senegal. La necesidad se manifiesta en tu estómago y tu destino está escrito. Eres el sexto de doce hermanos que tu padre tiene de tres mujeres distintas y convives con ellos en un complejo de chozas.

Duermes con tu madre y, siguiendo las costumbres, cultivarás la tierra cuando la lluvia permita que haya cosecha. En los meses ardientes del verano no tendrás trabajo ni nada que rellene el tiempo vacío. Es en esta época en la que maldices la carestía en la que vives, la precariedad y la nada en forma de ausencia de oportunidades que tienes para convertirte en alguien mejor. Tu padre solo puede costear los estudios de una persona y ese es el primogénito, el único que optará a tener un futuro distinto. Tú estás destinado a ir reemplazando las tareas y los roles de tus hermanos mayores. Tus cinco hermanas saldrán del poblado en el que vivís cuando encuentren marido y tú ocuparás una barraca en el complejo cuando encuentres mujer, y vivirás del campo.

Esa es la vida que hay preparada para ti. Pero, de repente, con 10 años, tu vida cambia por completo sin tú saberlo. Tu progenitor tiene otro plan para ti y tus otros dos hermanos mayores. Sin que nadie lo sepa, ni tu madre, ni la familia, ni tan siquiera tú, vende todo el ganado que tiene –vacas, terneros y caballos– para costear el viaje de tu vida. Tú no lo sabrás hasta que llegues, pero, tras la travesía, el futuro se abrirá ante ti y tendrás la oportunidad de empezarlo a escribir tú.

«Quería cumplir. Cotizar y tener los derechos de un trabajador en España; integrarme y devolver todo lo que recibía»

Kaba Baldé partió de su casa una noche, con una pequeña mochila al hombro y de la mano de su hermano, de 25 años. Ambos viajaron en taxi hasta Dakar. Desde allí fueron hasta la ciudad de Saint Louis, donde cruzaron un río para llegar a Mauritania. El viaje estaba contratado a una mafia de la inmigración para llegar en cayuco a las islas Canarias, pero los hermanos Baldé debían esperar siete meses hasta que la mar tuviese las condiciones favorables para navegar.

Hacinados en una casa

«Durante ese tiempo, vivimos de forma clandestina en una casa de dos habitaciones con otras 25 personas. Dormíamos todos en el suelo cruzados, éramos muchos. Trabajé para aportar a los gastos del día a día. En un restaurante, lavando ropa, limpiando establos».

Pasaron los siete meses y llegó el día en el que debían marchar. A las cinco de la madrugada, los organizadores del viaje los despertaron a todos. Durante ese día, estuvieron yendo de una casa a otra. «No querían que estuviésemos mucho tiempo en una vivienda para que la Policía no nos descubriera, hasta que a las cinco de la tarde llegamos a un piso donde permanecimos unas 40 personas. No podíamos movernos, estábamos todos de pie, apiñados en una habitación cerrada, en silencio. Lo pasé muy mal porque no sabía qué pasaba». A medianoche, abrieron la puerta y salieron todos de la casa. Debían correr cinco kilómetros atravesando el desierto de noche hasta una playa donde aguardaba el cayuco.

«Corrí como nunca lo he hecho. Estaba todo oscuro. Llegué a la playa y no podía subir a la barca, porque no sabía nadar. Mi hermano me empujó al bote. Estaba atestado de gente, pero hubo mucha más que se quedó en tierra; allí no esperaban a nadie».

Una travesía de tres días

Esa noche, unas 70 personas iniciaron una travesía por el océano Atlántico en dirección a las islas españolas. Se alimentaban de galletas y se calentaban gracias al fuego que encendían en un bidón. «Al principio del trayecto, había buen ambiente, pero, cuando llegamos a alta mar, la situación cambió. Hubo personas que se arrepintieron de estar allí y lloraban. Otras no paraban de vomitar. Hubo dos hombres que sufrieron alucinaciones, se volvieron locos. Uno quería lanzarse al agua; el otro decía, mirando al infinito, que estaba viendo a su hijo y que lo estaba llamando. El que gobernaba la barcaza dio la orden de atarlos».

El cayuco llegó a orillas de una playa de Gran Canaria tres días después de salir de Mauritania. «Llegamos de noche. El agua estaba tranquila. Se veían todas las luces de la isla. El aire era diferente y la gente estaba emocionada. Era bonito verlo», recuerda Kaba.

Allí fueron interceptados por la Guardia Civil y los trasladaron hasta el puerto, donde voluntarios de la Cruz Roja los atendieron. Kaba llegó en 2008 a España. Era un niño inmigrante que salió de su país jugándose la vida en busca de un futuro y que, al llegar a España, se quedó solo porque a su hermano lo enviaron a un CIE con los adultos. Era, al llegar, lo que ahora se conoce como ‘mena’.

Lo trasladaron a un centro de menores de la isla y una semana después lo derivaron a la Región, a un centro gestionado por la Fundación Diagrama en Molina de Segura. «A los menores que sabíamos leer y escribir nos mandaban en avión a la Península. Yo llegué a Molina de Segura, donde éramos 14 menores».

Salió de su país cuando era un niño jugándose la vida en busca de un porvenir y al llegar se quedó solo en España, lo que ahora se conoce como un ‘mena’

–¿Qué te aportó el personal del centro de menores?

–Todo. Me dieron todas las oportunidades para tener lo que hoy tengo. Yo tenía claro que iba a aprovechar la ayuda que me ofrecían. Había trabajadores sociales, psicólogos y educadores mañana, tarde y noche. Fui al colegio, luego al instituto. Iba a clase todas las mañanas, a refuerzo por las tardes, acudía a talleres, cursos de informática, aprendí el idioma y las costumbres de España. Tenía claro que no había venido a un mundo mejor para seguir trabajando en el campo o para dedicarme a actividades ilegales. Quería cumplir con todo. Cotizar y tener los derechos de un trabajador en España; integrarme y devolver todo lo que estaba recibiendo. Me brindaron la oportunidad de poder ser lo que soy hoy, un hombre con futuro.

Kaba es técnico en operaciones de transformaciones de plásticos. Desde los 20 años, trabaja en una empresa de fabricación de material sanitario en Las Torres de Cotillas. Actualmente, tiene 29 años, vive en La Alberca con su pareja, con la que tiene una niña de 9 meses y esperan otro bebé que está en camino. También da charlas en el centro en el que estuvo a niños inmigrantes que, como él, buscan las oportunidades que en su país no tienen.

  1. Cruz Roja atiende a casi 2.500 inmigrantes llegados en patera

La Asamblea General de la ONU proclamó en el año 2000 el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante con la que se pretende visibilizar los retos, dificultades y adversidades que deben afrontar los inmigrantes en el mundo, así como efectuar un llamamiento a las naciones para contribuir a que la migración sea un proceso seguro, regular y digno.

Según la ONU, más de 59 millones de personas fueron desplazadas en 2021 de sus hogares por diversas razones: conflictos, inseguridad y efectos del cambio climático. Por su parte, Cruz Roja ha atendido a 2.494 personas llegadas en 228 pateras a las costas de la Región de Murcia hasta el mes de diciembre de este año. En 2022, fueron 2.822 inmigrantes auxiliados y el año anterior fueron 4.022 hombres, mujeres y niños intervenidos por los equipos voluntarios de Cruz Roja. Para la ONU las migraciones no siempre se realizan de forma segura y ordenada, y millones de personas emprenden rutas peligrosas año tras año. Por ello, el lema elegido este año en el Día Internacional del Migrante, que se conmemora mañana lunes, es ‘Por el bien de todos, gestión humana y ordenada de la migración’.

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