La ecoansiedad prende en la Región ante las evidencias de cambio climático

La ecoansiedad prende en la Región ante las evidencias de cambio climático

Angustia y temor. Estas dos emociones negativas también caracterizan a las personas que sufren ecoansiedad, un término que parece prosperar conforme avanza el calentamiento del planeta. No está considerada como enfermedad desde el punto de vista médico y apenas se estudia. Incluso algunos especialistas la desprecian. No obstante, la Asociación Americana de Psicología la acuñó como «el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones». En la sociedad, en continúa evolución, se aprecia un aumento considerable de personas que creen que en el futuro inmediato van a tener una vida hostil por la escasez de alimentos, la desertificación de los suelos y el menor acceso al agua, entre otros. Precisamente, España presenta el nivel más alto de preocupación en torno al cambio climático: un 78% de las personas encuestadas señalaron sentir fuertes respuestas emocionales negativas, según una investigación llevada a cabo en 32 países publicada en la revista ‘Psicología ambiental’.

«El mundo está sufriendo; hay que cuidarlo», recita una niña de tres años a la salida de un cole de Murcia, donde se intenta inculcar el amor y respeto a la naturaleza. La menor aún no es consciente de que la Tierra se calienta, con temperaturas récords que aumentan de manera constante y cuyas consecuencias se traducen en un incremento e intensificación de catástrofes naturales.

«Cuando pienso en la emergencia climática, siento que me falta la respiración y entro en estado de pánico por lo que vamos a dejar a las futuras generaciones», relata Sally Johnstone, una londinense de 49 años que se mudó a Murcia hace casi dos décadas. Esta profesora de inglés y madre de dos hijos –de 15 y 11 años– asegura que la inacción contra el cambio climático le provoca «rabia» porque «resulta completamente evitable». «Desde que descubrí hace unos siete años que no funciona el proceso de reciclaje y que todo es un engaño, me he recluido en mí misma», confiesa la británica, que vive en una casa aislada, apartadas de otras, dentro de la pedanía murciana de La Arboleja, donde cría varias especies de animales como gallinas y cuida un pequeño huerto.

Los niños no están exentos de esta dolencia por la información que escuchan en su entorno, advierte una experta

El cambio climático –que incluye el aumento del nivel del mar, la reducción de los glaciares de montaña; la aceleración del derretimiento del hielo en Groenlandia, la Antártida y el Ártico; y los cambios en los tiempos de floración– la dejan «sin ganas de hacer nada», asegura Johnstone. «Hay algún psicólogo que piensa que soy autista, otros que no, así que quién sabe, pero yo me siento muy autista», prosigue esta mujer, que rechaza acudir a encuentros ecológicos porque le da pavor la idea de tener que usar el coche para desplazarse. Además, utiliza productos que dañan lo menos posible al medio ambiente, al tiempo que intenta ahorrar agua, que reutiliza para regar las plantas.

«La cruda realidad»

Los síntomas de la ecoansiedad van desde un estrés leve a trastornos clínicos como depresión, ansiedad, estrés postraumáticos y suicidio. Y la padecen, sobre todo, personas que luchan en primera línea contra el cambio climático como científicos, activistas y periodistas medioambientales, pero también niños, afirma la psicóloga Laura Aránega, cuya consulta se sitúa en la Gran Vía, en el corazón de Murcia. La profesional, que ha tratado a unas 20 personas en el último año y medio, advierte de que los mensajes que alertan sobre «la cruda realidad» están afectando cada vez más a un mayor segmento de la población, sobre todo mujeres jóvenes.

«Aquellos que sufren este trastorno se han sentido muy poco entendidos y respetados anteriormente por otros especialistas, incluso con desprecio», cuenta Aránega. Subraya que trabaja el trastorno como si fuera un duelo. «Su sintomatología es la misma que en una situación de ansiedad generalizada, pero está asociada a eventos que tienen que ver con la emergencia climática», explica Aránega, que incide en que hay picos de casos cuando se produce un acontecimiento externo que les recuerda la crisis climática como una ola de calor o incendios forestales.

La especialista murciana acompaña a investigadores y comunicadores que sienten cómo el cambio climático les afecta en el desempeño de su propio trabajo. Pero recalca que también «hay padres que se cuestionan por qué han traído niños a este mundo» ante unas predicciones catastróficas. Remarca que dejan de hacer actividades de ocio con sus más allegados y se cierran en sí mismos. También los menores sufren esta dolencia por la información que escuchan en su entorno, los medios y la escuela, destaca. Aránega encomienda hablar abiertamente de ese temor con personas sensibles, dosificar las noticias y disfrutar de la tranquilidad que transmite la naturaleza.

  1. Voluntariado y reflexión, pautas contra una dolencia en aumento

«Uno siente esa frustración de que vamos a sufrir las peores consecuencias de la crisis climática en un futuro cada vez más cercano y la obligación de que tenemos que empujar a los gobiernos a que hagan presión a las multinacionales para evitar el sobrecalentamiento del planeta», indica Helena Vidal, psicóloga social y portavoz de la formación política Equo-Verde. «Pero también genera sensación de culpa porque pensamos que podemos siempre hacer más, que nunca es suficiente», asevera la activista en defensa del medio ambiente.

Vidal precisa que, primero, «hace falta validar esos sentimientos de angustia y de miedo porque no es lo mismo una ansiedad que no se basa en algo subjetivo sino en evidencias científicas» y, segundo, «animar a emprender acciones que permitan sentir una coherencia entre lo que hacemos y lo que defendemos a nivel de sostenibilidad».

La psicóloga insiste en que no hay que pasar tiempo leyendo noticias relacionadas con la crisis climática, sobre todo de carácter negativo, sino buscar actividades como voluntariado, así como meditar y reflexionar para entender que la acción individual sirve para mejorar el entorno. «Yo misma he sufrido episodios de ecoansiedad porque leía mucho durante mi periodo universitario, lo que me causó preocupación y tristeza, al mismo tiempo que me llevó a participar en el activismo climático», apunta Vidal. Confiesa que logra «canalizar y cambiar esa frustración ante la emergencia climático como un empoderamiento a través de la acción».

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