
Una botella de plástico tarda 500 años en descomponerse y, según Greenpeace, tiramos unos ocho millones de toneladas de residuos plásticos al océano cada año. Así que algo había que hacer. Y un poco se ha hecho: las botellas reutilizables, pero como en los últimos años al consumo de dos litros de agua al día se le han atribuido propiedades casi divinas, no es suficiente. Y eso que las botellas reutilizables se han convertido en una alegoría de la vida sana. En ese lugar de las redes sociales donde hace unos años el mundo del marketing situó al vaso gigante de café y más tarde al batido verde, ahora ha puesto a la botella de agua de dimensiones cósmicas. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Vamos por partes.
Todo empezó con una obsesión: beber dos litros de agua al día. La teoría se remonta al año 1945 y el organismo que la hizo popular fue la Junta de Alimentos y Nutrición del Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos. En su informe, los expertos señalaban que beber ocho vasos de agua al día era la cantidad idónea para un adulto, pero a los medios de la época se les olvidó recoger otro dato importante que venía más abajo: «Que la mayor parte de esa cantidad está contenida en los alimentos que se consumen habitualmente». El resultado es que la preocupación por hidratarnos se ha vuelto casi hilarante y los datos de consumo de agua embotellada, un ataque directo contra la salud del planeta ya que, según un estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona, el impacto ambiental del agua embotellada es hasta 3500 veces mayor que el del agua del grifo.
La teoría de beber dos litros de agua al día es de 1945, pero cuando se retomó hace unos años, se olvidó aclarar que esa cantidad incluye la contenida en los alimentos
Cada minuto se venden más de un millón de botellas de agua desechables en todo el mundo. Son datos de un informe global de Naciones Unidas, que asegura que este sector no ha parado de crecer y prevé que duplique sus ventas para 2030. Si nos fijamos en España, el gasto medio de agua mineral es de 63 euros al año por familia y también aquí hay divisiones: el consumo es mayor en las comunidades situadas al este. Y, aunque la calidad del agua en cada región es algo fundamental a la hora de evaluar este consumo, a nadie se le escapa que hay mucho de marketing en considerar el agua embotellada como un producto más saludable que el agua del grifo y el personal se está hidratando como si su posición social dependiera de ello.
Estamos ante el “síndrome del camello”, es decir, la obsesión por llevar una botella de agua encima en todo momento, una preocupación que el cómico inglés Russell Kane describe así de manera sarcástica en su cuenta de TikTok: «Tú antes simplemente salías de casa y confiabas en que conseguirías agua allá donde fueras. Hoy salgo sin una botella de agua y ya me entra el pánico. Puedo ver mi esqueleto pudriéndose al lado de la autopista: ¿Qué c*** nos ha pasado?».
Y entonces llegaron las botellas reutilizables…. y con ellas, la locura. Lo que antes eran productos nicho para campistas y excursionistas, ahora son accesorios de moda, casi de culto, y forman parte de un mercado mundial donde una marca, Stanley, ha pasado de facturar 73 millones de dólares en 2019 a 750 el año pasado. Porque ya no solo hablamos de recipientes para llevar agua, sino de la Stanley Cup, una mezcla entre taza y termo (o más bien una suma, porque el cachivache es enorme) que se ha convertido en un fenómeno mundial.
«Tú antes simplemente salías de casa y confiabas en que conseguirías agua allá donde fueras. Hoy salgo sin una botella de agua y ya me entra el pánico. ¿Qué c*** nos ha pasado?»
Clientes asaltando las estanterías de las tiendas para conseguir ediciones limitadas, peleas por ser el primero, empleados despedidos por revender los termos antes de que salieran a la venta… La fiebre ha llegado al extremo de que algunas de estas botella-taza-vaso han llegado a venderse por más de 200 dólares. Y todo por la mentalidad de Terence Reilly, el nuevo presidente que llegó a la compañía en 2020 desde Crocs (los de los zuecos de goma) y que entendió que sus productos debían convertirse en objeto de deseo a través de los influencers y campañas que juegan con el concepto de escasez (si no compras rápidamente un modelo, se agota).
Llegados a este punto y rendidos a la evidencia de que agua hay que beber y mejor en botella reutilizable (sin que haga falta que se nos vaya la nómina en ello), solo cabe preguntarse: ¿Y cuál será la mejor para mantener nuestro compromiso con la sostenibildad? ¿De aluminio, vidrio o plástico? La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) tiene la respuesta y, a diferencia de lo que cabría pensar, las botellas reutilizables con menos impacto son las de plástico, frente a las de acero inoxidable. La razón es que la producción del plástico, desde la obtención de las materias primas hasta la fabricación de la botella, requiere considerablemente menos energía, lo que se traduce en un menor impacto ambiental. Ojo, que hablamos siempre de plástico para recipientes reutilizables, no nos olvidemos. Y añade la OCU: «Y si buscas una térmica, mejor que sea de aluminio. En cualquier caso, intenta cuidarla para que te dure lo máximo posible. No hagas como esos retos virales que coleccionan botellas de acero inoxidable para presumir de su compromiso medioambiental, sin darse cuenta de que están consiguiendo justo lo contrario».

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Enlace de origen : El síndrome del camello: ¿bebemos agua embotellada por encima de nuestras posibilidades?