Veinticinco años de Fe frailuna

Veinticinco años de Fe frailuna

Nadie recuerda, pues la memoria nazarena siempre se embelesa con los primeros azahares de la primavera, el instante preciso en que sucedió. La leyenda comienza a abrirse paso. Cuentan que ocurrió hace veinticinco años, veinticinco primaveras con sus sinsabores y alegrías, su terrible pandemia y muchas lluvias de por medio.

Pero pocos dudan que fue entonces cuando el Cristo capuchino bajó sus ojos azules e imploró: «Yo también quiero salir a la calle». Testigos de ello fueron Juan de Dios Rogel y el hermano Cayetano Martínez una tarde de 1998 mientras contemplaban tan espléndida talla. «Merecería salir en procesión», concluyeron.

Otra versión sostiene que la escena ocurrió tomando un café en un bar de la Redonda, acompañados por las profesoras Ana Pérez y Marta Riosalido. Sea como fuere, todos los docentes del colegio San Buenaventura, sus alumnos y las familias, por complacer a su Señor, se sumaron a la idea y a este cortejo frailuno que desde entonces se enseñorea del corazón cofrade de Murcia.

Arranca la procesión con el ya tradicional izado y descendimiento del Cristo de la Fe, atado por dos cuerdas su madero y tantas palabras también atadas de emoción a la garganta, por la fachada misma del templo para cruzar ya sobre el trono la Redonda, donde las pocas palmeras que quedan entreveran sus afiladas hojas y el sol de la tarde que decae. Son los primeros juegos de luces y sombras camino de Belluga.

Cristo de la Fe lo llamaron, pues ya reinaban en la Semana Santa murciana los Cristos de la Esperanza y de la Caridad. Faltaba, por tanto, la tercera virtud sobrenatural. Tres como tres son los golpes que recibe la puerta del templo para anunciar la procesión.

Y Murcia, a propuesta del recordado sacerdote don Luis Martínez, a quien no se puede citar sin su don ni su eterna sotana y el usted con que a todos se dirigía, supo completar la terna con elegancia y fervor. Con el inicio del siglo, un 15 de abril desde San Francisco de Asís, se celebró la primera procesión.

Avanza el cortejo capuchino en riguroso silencio. Silencio que parece extenderse, entre aromas a incienso y entonados motetes, a cuantos murcianos se cruzan, tantas veces sin esperarlo, con la solemnidad y el recogiendo hechos túnicas marrones con cíngulos frailunos. O con la mirada al cielo del Cristo que Antonio Fernández Dorrego tallara hace setenta años justos. Otro aniversario para el recuerdo.

En este fructífero tiempo se sumaría otro valioso pilar franciscano: María Santísima de los Ángeles, esa espléndida pieza de Yuste Navarro que, incluso desde su primera salida, pareció a muchos que siempre había procesionado con la Fe. Y es muy posible, vista la vitalidad y el buen gusto de la institución en organizar su estación de penitencia, que dentro de otros 25 años siga colmando de fervor la ciudad de Murcia cada Sábado Santo al caer la tarde en la Redonda.

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