El Perdón vuelve a mirar a los ojos de sus fieles en Murcia

Este descendimiento se ha realizado, en esta ocasión, con un ojo puesto en el cielo -y no sólo por cuestiones de fe-, a la espera de que el mal tiempo que frustró la procesión de la Esperanza, durante este Domingo de Ramos, no vuelva a hacer de las suyas y permita la salida a la calle del Cortejo del Perdón y de su venerada imagen titular. Vecinos del barrio procedieron a bajar la escultura, que fue entregada a soldados de la Marina del Arsenal de Cartagena, entre los cantos de la Coral Discantus. «Se trata de un acto sencillo, pero cargado de sentido, en el que Jesús nos pide a sus discípulos que seamos transmisores de la paz», señalaba el prelado a los centenares de devotos que abarrotaban la iglesia, donde los aguardaban ya los once pasos de la procesión de Lunes Santo.

Con el pie ya en tierra, y tras una explosión de aplausos, los fieles comenzaron a cumplir con el ritual del besapié, presentando sus respetos a la imagen. Primero era el turno de las feligresas con problemas de movilidad. Y allí estaba Bárbara, que a sus 89 años, ha afrontado buena parte de las dificultades de su vida gracias al Señor del barrio en el que nació. «Me quedé viuda a los 30, con una niña de 4 años y embarazada de 5 meses; no falto ningún año, porque siempre me he apoyado en él», confesaba con lágrimas en los ojos. Tras estas personas, fue el turno para presentar sus respetos de las autoridades, incluyendo a un presidente de la Comunidad Autónoma, Fernando López Miras, que volvía a concurrir con la voz algo tomada tras un intenso Domingo de Ramos lorquino.

Y a las 12.30 horas, comenzó a fluir la larga cola que rebasaba la plaza de San Antolín. «Este año se me ha hecho un poco tarde; me he escapado cuando he podido del trabajo para poder venir, como hago todos los años», comentaba Pilar, que desfila como penitente durante la procesión del Perdón, y que aguardaba su turno al final de la cola. «Sé que me queda un rato», señalaba, mientras se colaban en la plaza unos cuantos rayos de sol en la plaza de San Antolín. Simbolizaban estos la esperanza: la de poder echarse a la calle, como cada Lunes Santo, escoltado al querido Señor del Malecón.