
Casi 24 horas ininterrumpidas de redobles de tambor, de sentimientos que se hunden en lo más profundo de la memoria y el corazón, y de pura raigambre muleña. La Noche de los Tambores, una de las jornadas más esperadas del año en la localidad, empezó a palparse en el ambiente pasadas las seis de la tarde –y después de calentar motores en el aperitivo y la comida– cuando los muleños y los miles de visitantes que se acercaron hasta el municipio empezaron a poblar las calles aledañas a la plaza del Ayuntamiento, donde no cabía una sola baqueta más poco antes de las diez de la noche. Una vez más, el centro de Mula volvió a quedarse pequeño anoche para acoger una fiesta declarada de Interés Turístico Internacional y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, que se alargará hasta las cinco de la tarde de este miércoles y que provoca en quienes la viven un torrente de sentimientos «indescriptible».
Así al menos lo confesaba, unas horas antes del inicio del estruendo, el edil responsable de Tambores, Diego Boluda, que antes que concejal, y antes incluso de tener uso de razón, ya le pegaba a la piel con los palillos. «Tengo 39 años y con 20 días de vida ya participaba en la fiesta. Mi abuelo y mi padre, que falleció hace siete años, nos inculcaron a toda la familia la pasión por el tambor», recordaba Boluda emocionado. «Y además ahora es todo un honor para mí organizar todo lo relacionado con este día».
«El objetivo es disfrutar dándole palillazos a la piel», explica el concejal Diego Boluda, que empezó a vivir la fiesta 20 días después de haber nacido
Tampoco hay novedades este año, «porque es una fiesta que brilla por sí misma», recalca el concejal. Y ni siquiera la lluvia, que otros años amenazó seriamente con deslucir la tamborada, pudo esta vez con un espectáculo que comenzó, como siempre, con el palpitar de un corazón y el inicio de la fanfarria de Fernando Belijar a cargo de la Agrupación Musical Muleña. Esa llamada a la tamborada ya es el tradicional pistoletazo de salida para que todos y cada uno de los tamboristas inicie su particular ritual. Aquí no hay partitura común que valga, y lo que forma la melodía única de la Noche de los Tambores es el caos sonando al unísono. Cada uno de los instrumentos con su propio ritmo e intensidad, y con la armonía que dicta cada vena de cada brazo convertida en dos palillos, cada pasión intransferible y cada sentimiento retumbando sobre la piel del instrumento.
«Mágico»
«Hay un toque propiamente muleño», reconoce Diego Boluda, «pero miles de tamboristas tocando a la vez provoca ese estruendo que llevamos tan dentro. Es ensordecedor, pero al mismo tiempo es sobrecogedor. Es mágico», define el concejal, que no se atrevía a dar una cifra de asistentes. Solo firmaba «miles de personas» y que «se ve que ha venido gente de muchos países». De hecho, el Ayuntamiento ha instalado este año pantallas gigantes en las calles cercanas para proyectar lo que ocurría en el interior de la plaza, abarrotada un año más con el único objetivo de «disfrutar dándole palillazos a la piel». Y, si uno no tiene tambor, ya habrá un muleño que se lo coloque al cuello para que pueda sentir ese único corazón con el que late la Noche de los Tambores de Mula. Además, al cierre de esta edición, y como suele ser habitual, sin incidentes reseñables.

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