¿Por qué todo el mundo habla de ‘Mi reno de peluche’?

¿Por qué todo el mundo habla de ‘Mi reno de peluche’?

¿Qué hace todo el mundo hablando de una serie nueva que Netflix ha colgado en su catálogo sin ninguna promoción? Desafiar al algoritmo. O tal vez no y todo está más estudiado de lo que imaginamos. Sea como sea ‘Mi reno de peluche’ ha logrado la cuadratura del circulo, se estrenó hace diez días sin apenas publicidad y se ha colocado al frente de las listas de lo más visto de la plataforma en varios países del mundo, entre otros Estados Unidos, Reino Unido y España.

¿Cómo se consigue eso? Con buenas críticas. Pero no solo de los profesionales -que se han mostrado entusiasmados con ella- sino también de usuarios anónimos que han pasado por ella de casualidad (ni su nombre ni su cartel invitan a verla) y, tal cual han comenzado, no han podido dejar de verla, un capítulo tras otro. Es un comentario muy repetido en las redes sociales y en las redes de las de toda la vida, el boca-oreja, vamos. La trama, la manera en que se van narrando los acontecimientos incita a devorar los siete episodios casi sin pestañear, en una misma sentada.

No sé si es buena idea. Ni mala. Pero es lo que está sucediendo. Hemos aprendido la lección, es mejor no dejarse llevar por las apariencias. Esta serie parece muchas cosas que luego no son. Parece una comedia. Y como mucho podríamos catalogarla como una comedia oscura. Que nadie se deje engañar por la forma, lo que narra es terriblemente dramático. Parece que va a ir por unos derroteros y termina yendo por otros. Más devastadores, menos previsibles. Conviene no ir con una idea prejuiciada porque esta ficción se empeña en desafiar al espectador, en ir más allá de los tópicos, en jugar con todas las caras de los personajes. Nada es blanco o negro. Esta historia está plagada de grises.

‘Mi reno de peluche’ está basada en una obra teatral que el propio Richard Gadd (protagonista y autor de la serie) creó para el festival Fringe de Edimburgo. Narraba un suceso que él mismo había sufrido, cuando una mujer empezó a acosarle persiguiéndole y enviándole miles de correos electrónicos, mensajes de voz, cartas y regalos extraños. Basada en hechos reales, eso siempre tira mucho. Funcionó tan bien que surgió la oportunidad de trasladarla a la pantalla y se hizo con Jessica Gunning como acosadora y con el propio Gadd como protagonista. Interpreta a Donny Dunn, un cómico sin mucho éxito que para ganarse la vida sirve copas en un bar. Hasta allí acude un día Martha que malinterpreta la amabilidad del camarero y se obsesiona con él. Entre ellos surge una retorcida relación que va a despertar los peores fantasmas que ambos llevan dentro.

Hemos visto ya unas cuantas películas y series que toman como argumento un acoso. Y se suele repetir un patrón en los argumentos. Normalmente el acosado es alguien atractivo y exitoso, alguien realmente especial, capaz de despertar deseos y admiración extremas. No es el caso de Dunn. Ese es uno de los puntos que llaman la atención de esta propuesta de Netflix, que trasciende algunos clichés y ahonda en los problemas de salud mental que acompañan a estos casos, en los motivos que llevan a víctimas y verdugos a comportarse de determinadas maneras no siempre justificables ni comprensibles.

Más que una historia de acoso

Pero el acoso es solo una parte de este relato. También se exploran las inseguridades y la falta de autoestima de los personajes y las decisiones erróneas que toman por ello. Habla de la frustración provocada por unas expectativas vitales y laborales autoimpuestas demasiado altas. Y habla del abuso. Todo eso ya estaba en el proyecto teatral de Gadd y en sus propias vivencias. Porque ‘Mi reno de peluche’ es una historia catártica, que le sirve al cómico para sacarse de encima traumas que lleva dentro, y para representar de un modo extraordinario sentimientos como la ansiedad, el estrés, la angustia, que todos somos capaces de identificar.

De este modo conecta con otro título impactante, ‘Podría destruirte’, una de las mejores producciones que vimos en 2021, escrita, codirigida e interpretada por Michaela Coel. Basada en sus experiencias personales la actriz y escritora planteaba cómo se reacciona después de una agresión sexual de la que apenas recuerdas nada. Y en aquella -como en esta- se trataba un tema manido, pero sorprendía el arriesgado enfoque por el que se optaba y por los claroscuros con los que se dibuja a los protagonistas. Con las dos la sensación del espectador tras verlas es similar: abatimiento. Por lo que cuenta y por las preguntas y dudas que surgen al final. Y esa es una experiencia bien satisfactoria. Podríamos perdonar a Netflix muchas cosas si de vez en cuando nos trajese joyas de este tipo.

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