
La vida de Toñi Egea es como una muñeca rusa, que alberga en su interior un conjunto de figuras un poco más pequeñas. La primera matrioska, la más grande, la que se ve hoy, es la profesora de 29 años que da clases en un colegio de Alemania, la que es feliz tras años de resiliencia y lucha por superar las adversidades de su pasado. Pero, al quitar la primera muñeca, la que sonríe, aparecen las siguientes, las que contienen el dolor de una infancia sin padres. Donde residen sus monstruos. Cada cual, peor.
Y surge el padre. El que estuvo ingresado en un psiquiátrico y en prisión varias veces. De él solo tiene un vago recuerdo amable. Ella, con dos años, y él subidos en un caballo. El resto es aliento a alcohol y golpes a su madre. «Se gastaba el dinero de las ayudas sociales en alcohol». Al poco de nacer su hermana, la tercera, su padre se suicidó, en 1997. Se lo encontró su hermano mayor. «Aquello le dejó traumatizado».
La siguiente figura de la matrioska es Josefa, su madre, a la que no llama mamá. «Josefa a secas». De ella recuerda que fue una mujer maltratada, como su hermano mayor.
«Ella viene de una familia marginal, pobre, sin estudios, sin nada. De hecho, ella también estuvo en un centro de acogida y, antes que ella, lo estuvo mi abuela, como si el abandono infantil fuera una enfermedad familiar hereditaria, una cadena viciosa que voy a romper», afirma Toñi.
Nunca supo lo que era una cena familiar y no existían las navidades: «Los juguetes los cogíamos de un vertedero»
Otra capa de dolor es la casa de su familia materna, en una localidad del interior de la Región, donde tuvieron que mudarse tras la muerte de su padre. Su madre ya tenía otra pareja y de esa relación llegó su cuarto hermano. Todos se fueron a vivir a la casa de su abuela. «Allí nadie nos cuidaba, éramos muchos: mis tíos, mis primos, la pareja de mi madre, mi abuela. La casa estaba llena de humedad, olía mal, era fría. Yo la llamaba la cueva. No había dinero, y si había algo, se lo gastaban en alcohol, tabaco y en las máquinas tragaperras». Toñi vivió durante años de espaldas a una infancia normal. Nunca supo, en esos años, lo que era una cena familiar, unas vacaciones, ni unas navidades, nunca oyó hablar de Papá Noel, y los Reyes Magos no pasaban por la casa. «Los juguetes que teníamos los cogíamos de un vertedero». Dice que no recuerda celebraciones de su cumpleaños y que no tiene fotos de cuando era bebé. «Tampoco íbamos al colegio, estábamos desnutridos, con piojos, no nos duchaban y sufrí abusos».
Una familia numerosa
La vida tutelada llegó cuando Toñi tenía 11 años. El 4 de septiembre de 2006, los asistentes sociales dijeron basta y sacaron de la casa a los cuatro niños. Fue una situación impactante, «pero me acuerdo de que no lloré». Josefa montó «un espectáculo», se tiró al suelo gritando que le quitaban a sus hijos, «pero no era la primera vez, porque después ha vuelto a hacer esas cosas».
El primer centro al que les llevaron estaba en la pedanía murciana de Monteagudo. Era un centro de paso, donde iniciaban la adaptación. A las pocas semanas, trasladaron a los cuatro hermanos a un centro de protección en La Albatalía y cuatro meses después, en enero de 2007, a otro en la pedanía de Santa Cruz.
«El centro era nuevo, lo estrenamos nosotros. Los educadores eran muy buenos con nosotros. Tengo cartas escritas por ellos que guardo con cariño. Sabes que no es una familia, pero era lo más parecido que podía tener. Éramos muchos niños, pero los trabajadores hacían que tu estancia allí fuera buena. Creas un vínculo muy especial con ellos, tanto que me acuerdo irme con tristeza de este centro. Allí, tuve mi única referencia paterna, el director del centro fue lo más parecido a un padre que he conocido».
Con esa familia numerosa fueron de campamentos, había villancicos en Navidad, iban a la playa en verano. Los juguetes que tenían no eran del vertedero, pero tampoco eran suyos, porque eran de todos, los compartían. A Josefa apenas la veían ni al resto de su familia. «Había visitas cada fin de semana, pero ellos no venían a vernos». Toñi ejerció el rol de madre para el resto de hermanos.
Eso le llevó a formarse una personalidad en la que le dominaba la preocupación constante por el bienestar de sus hermanos. «Llevaba esa pesada mochila en mi espalda, porque mi hermano mayor estaba en el limbo». Toñi apenas se expresaba, lo impedía su timidez. Lo hacía a través de la escritura. A la adolescente introvertida le faltaba autoestima, pero, en cambio, era capaz de asumir faltas que ella no había cometido en el centro para evitar que castigaran a sus hermanos.
«Me costó mucho valorarme. No quería nada para mí. Lo importante era mis hermanos, que estuvieran felices». De hecho, cuando le dijeron que había una opción de acogimiento, puso como condición que su hermana pequeña debía ir con ella. Aceptaron y las llevaron al centro Nuevo Futuro, en la zona del Zig-Zag. «Esa estancia estaba pensada para evitar que mi hermano sufriera al vernos marchar».
Fue acogida por Susana, y su vida cambió; ahora es profesora en un colegio de Alemania
El 14 de febrero de 2008, Toñi conoció a Susana, su madre. Quedaron en verse en una cafetería. Las dos niñas llegaron enganchadas la una a la otra, sin soltarse. Había miedo y nervios. «Era el día de San Valentín. Ese día, el de los enamorados, las parejas quedan para hacerse regalos y cenar juntos. Yo lo celebro todos los años con mi madre». El primer contacto con Susana le tranquilizó y se sintió muy bien, tanto que la segunda cita con su madre de acogida fue cinco días después, y la convivencia con ella echó a andar, en su nuevo hogar de Murcia.
El pilar fundamental
Lo que ocurrió a partir de entonces se entiende al ver una foto que hoy hay en el salón de su casa. En la imagen aparece Susana con dos niñas que le cuelgan del cuello. Las tres se parten de risa. «Mi adaptación fue muy buena, la de mi hermana no tanto. Yo me quité la mochila de madre protectora y me eché en brazos de Susana. Todos nos trataban como de su propia familia, no había diferencia alguna y sigue siendo así». Toñi estudió en el instituto de la localidad, terminó Bachillerato e ingresó en la universidad, en la Facultad de Educación Acabó la carrera de Magisterio y ahora es la maestra de un montón de niños alemanes.
«Ha sido duro, pero sin el dolor que he pasado no disfrutaría de lo que hoy tengo. Mira, tengo mucha resiliencia. Me ha costado muchísimo trabajo, y gracias al apoyo de mi madre que es mi pilar fundamental. Yo sin ella no habría podido salir de esta».

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Enlace de origen : La matrioska de Toñi: una infancia sin padres