Domingo, 8 de septiembre 2024, 17:50
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Con el soberbio concierto ofrecido por Sôber el pasado mes de marzo en la sala Mamba de Murcia todavía en el recuerdo, el festival Molina Rock City prometía este sábado una nueva oportunidad para disfrutar del formidable estado de forma actual de una de las formaciones clave del rock español, que se encuentra celebrando sus 30 años de carrera. Ciertamente fue una noche inolvidable, aunque no por las razones que habrían querido los asistentes, la organización y los propios músicos.
Debido a la dificultad para aparcar propia de una Molina en fiestas, llegué al recinto a mitad del concierto de Vacío. Como un mal presagio, el cielo encapotado estuvo amenazando la velada con precipitaciones que finalmente no llegaron a producirse -algo sí llovió, aunque no fue agua, pero ya llegaremos a esa parte-. Una persona supersticiosa habría visto señales en el cielo.
Sin estar previamente familiarizado con el ya veterano grupo murciano de rock melódico, me causó una buena impresión inicial su propuesta, una versión oscura de Héroes del Silencio. Una referencia reforzada por las pintas del cantante, Carlos García, que podría pasar por un mellizo del Enrique Bunbury de mitad de los 90. Por fortuna, su aspecto fue la única semejanza con el zaragozano y cantó como una persona normal.
Lo más destacable de su concierto fueron los ramalazos de rock gótico que afloraron en ocasiones en unas canciones que se me antojaron algo estáticas, y no lo digo solo porque su bajista tuviera que tocar sentado por llevar una pierna fracturada. Quizá les faltó ‘la chispa adecuada’ -suenan risas enlatadas-. Tampoco ayudó el sonido, que impidió escuchar el teclado, salvo en momentos muy puntuales.
Si con Vacío, una banda con un equipamiento relativamente básico, la producción ya había mostrado sus limitaciones, el comienzo de Sôber con ‘Sombras’ dejó claro que iba a resultar difícil apreciar en todo su esplendor la sofisticación técnica que habitualmente acompaña a los madrileños. Pero a ver quién se iba a quejar de que no se apreciaban los arreglos electrónicos o de la falta de definición de los efectos de guitarra cuando ni siquiera se podía distinguir con claridad la voz de Carlos Escobedo, quien tuvo que pedir que le subieran el volumen, y una batería que sonaba como un tambor de detergente. En una ocasión asistí a un concierto clandestino de punk en una nave industrial okupada y el sonido era de mejor calidad.
Imperfecciones mediante, las primeras canciones se sucedieron en un clima de relativa normalidad, con la banda mostrando una energía y una entrega muy notables, dadas las circunstancias. Impecables en lo musical, destacaron en este primer tercio ‘La araña’, la preciosa ‘El hombre de hielo’ y ‘Arrepentido’, probablemente su canción más conocida del conjunto. Pero después de ‘Blancanieve’, que casi logró hacer olvidar al público los problemas técnicos, todo fue cuesta abajo y sin frenos.
La cerveza del infortunio
La actual gira de Sôber es una celebración de su trigésimo aniversario y tiene la particularidad de dedicar una parte importante del repertorio a rescatar algunas canciones de Skizoo y Savia, las dos formaciones en las que se dividieron los componentes de la banda principal durante su separación, entre los años 2005 y 2010.
De este modo, ‘Habrá que olvidar’, de Skizoo, introdujo una dinámica diferente en el escenario. A partir de ese momento se fueron alternando canciones de Savia y Skizoo durante la segunda mitad del concierto, lo que supuso la aparición de Jesús Pulido como bajista y Morti como cantante invitado, quien le fue dando el relevo Carlos Escobedo cuando la canción lo requería. Esta complejidad adicional pareció ser demasiado para el equipo técnico, que se vio sobrepasado a la hora de hacer los ajustes oportunos sobre la marcha.
Los músicos, visiblemente incómodos, tuvieron que tirar de oficio para sacar adelante el concierto, hasta el punto de tener que improvisar pasajes instrumentales durante varios minutos para ganar tiempo. Lejos de mejorar, cada nuevo ajuste parecía empeorar el resultado, llegando a producirse incluso algunos acoples muy desagradables. En ocasiones ni siquiera el grupo era capaz de escucharse a sí mismo a través de los monitores ‘in-ear’, como pareció dar a entender Carlos Escobedo durante uno de los momentos de mayor confusión.
Con los nervios a flor de piel y una tensión palpable sobre el escenario, llegó el desastre. A un asistente no se le ocurrió mejor cosa que lanzarle un ‘mini’ de cerveza al guitarrista Jorge Escobedo, no se sabe si con ánimo de hacer una gracia o como protesta por los fallos técnicos. Lo que al tipo le faltó de educación lo compensó con puntería y le acertó de lleno, dejando al músico con el pantalón empapado y su caja de pedales, cargada con equipamiento valorado en miles de euros, perdida de cerveza.
Aquello fue la gota que colmó el vaso para Escobedo, que perdió los papeles y tuvieron que sujetarlo para que no bajara del escenario para enfrentarse al gamberro. Con el guitarrista fuera de sí, el concierto se detuvo durante varios minutos que parecieron eternos, durante los cuales el público abucheó sonoramente al responsable del ataque para exigirle que abandonara el recinto, a falta de una figura de autoridad con capacidad para echarlo. Y es que, sin personal de seguridad contratado -otro de los fallos garrafales de la organización-, lo único que se interponía entre la banda y los asistentes eran unas endebles vallas de plástico unidas con cinta. La situación no llegó a desmadrarse, pero pudo haberlo hecho.
Reír por no llorar
Cuando parecía que el concierto iba a suspenderse definitivamente, Jorge Escobedo volvió de los camerinos, donde aparentemente lograron calmarlo un poco, y se pudo retomar el espectáculo, aunque costó un poco recuperar el ritmo. El guitarrista evidenció algunas dificultades para concentrarse tras el incidente y el ambiente un tanto enrarecido hizo difícil disfrutar de ‘Renuncia al sol’, a pesar de los intentos de Morti por calmar los ánimos ironizando sobre la situación vivida en un concierto que calificó como «diferente». También Carlos Escobedo, en su regreso a escena, trató de tirar de humor y simpatía para encauzar la situación.
Después del tramo dedicado a Skizoo y Savia, la cosa mejoró con la llegada de ‘Vulcano’ y ‘Diez años’, dos grandes canciones que sonaron razonablemente bien y permitieron que se recuperara la sensación de normalidad. Ya en la recta del final de la noche, con la tranquilidad de ver ya la luz al final del túnel, los integrantes de Sôber se mostraron más relajados e incluso llegaron a parecer a punto de partirse de risa en algún momento, conscientes de que se encontraban en medio de uno de los conciertos más surrealistas de sus 30 años de carrera.
La banda madrileña se despidió de la ciudad con ‘Tiempo’ y ‘Náufrago’, interpretadas por Carlos Escobedo y Morti en formato dueto, y con la intensa ‘Loco’, que cerró definitivamente una actuación que supo a poco por culpa de las interrupciones y los graves problemas técnicos, y que salió adelante gracias a la irreprochable profesionalidad del grupo.
No se puede decir lo mismo de la organización del festival Molina Rock City, a cargo del Ayuntamiento y la Asociación Amigos del Rock Táder. Cuesta enfadarse con una iniciativa nacida de un grupo de amantes de la música que se meten en semejante berenjenal con los medios justos y la mejor de las intenciones. Sin embargo, de poco sirven las buenas intenciones si no se tiene un equipo humano y técnico adecuado para llevar a buen puerto un espectáculo de este tipo.
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Enlace de origen : Sôber, de la celebración al bochorno en Molina de Segura