Empresas de inserción: Isol, las personas que vuelven a ser ellas mismas

Empresas de inserción: Isol, las personas que vuelven a ser ellas mismas

Javier Sancho Más / Jorge Martínez

Jueves, 3 de octubre 2024, 01:15

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Podrían ser algo tan cotidiano y comercial como una empresa. Pero se han empeñado en ser algo más. Las empresas de inserción (EI) son plataformas para que muchas personas que cruzaron infiernos recuperen su camino de vuelta a la vida que perdieron.

Una de las que volvieron es Isabel Barquero. Tiene 56 años, viste un uniforme del área de limpieza de la empresa ADI, que gestiona la Asociación Murciana de Rehabilitación Psicosocial (Isol), una de las más veteranas en constituirse como empresas de inserción (EI) en Murcia. Hablamos junto al área de ocio de Los Juncos, en Molina de Segura, donde están las oficinas de Isol.

De cuando era más joven se recuerda fuerte e independiente. Se quedó embarazada muy pronto, fruto de un amor de verano. Madre joven y soltera, tenía una verdadera vocación para el trabajo. Era fuerte, repite. Quería mantenerse activa, alegre. Y cuidar de su hijo y de su propia madre. Pero, pasados los 30 años, se le hizo grande el hueco de un compañero y encontró una segunda pareja. Su infierno comenzó con el ruido al romperse de un teléfono móvil.

A él no le gustaba que ella hablase con otros hombres, aunque fueran amigos. Y el maltrato se incrementó y prolongó durante diez años. Después, la acusó de quedarse con dinero del negocio que tenían juntos. «Aunque yo era la propietaria», dice ahora con una exhalación y una sonrisa medio esbozada de las que salen cuando se mira hacia atrás y se revela la magnitud de una injusticia evidente que, entonces, estaba oculta por la bruma del miedo. Por muy fuerte que ella hubiera sido, él la sometió. «Una se acostumbra hasta a eso».

Lo que sí hizo fue inventar una manera de que la violencia no tocase a su hijo. Se interpuso ella misma de mampara, y lo cubrió. Fingía, ponía buena cara, mitigaba el ruido de todo lo que se rompía por fuera y por dentro. Encubría la tristeza de lo que pasaba al estilo de la película de ‘La vida es bella’. Su hijo, hoy, recuerda pequeños detalles que le hacen comprender, solo ahora, lo que su madre pudo haber sufrido. Pero no fue consciente por el escudo que ella diseñó para él, de pequeño.


Isabel Barquero ha vuelto a ser quién era tras haber superado una fuerte adicción y gracias al trabajo en ADI, que le dio la fuerza necesaria para seguir el camino de vuelta.

Sin embargo, el verdadero viaje para Isabel empezó más tarde, cuando menos lo esperaba. El hijo había crecido, estaba estudiando fuera. Ella, por fin, logró separarse de su expareja. Digamos, su «liberación». Y fue entonces, precisamente entonces, cuando el mundo se le vino abajo, cuando ya parecía terminada una batalla de años.

La herida de Isabel se convirtió en un vacío aún más grande. Y no lo podía llenar. Tenía la bebida al alcance. Ya había recurrido a ella para enfrentar las amenazas y el miedo que su expareja le provocaba cuando convivían. Al principio eran unos vasos de vino blanco. Al poco tiempo, ya eran botellas. «De 8 a 10 litros al día», calcula que se podía beber durante aquel viaje hacia su propio abandono.

Se iba a anestesiando con vino y televisión. El sufrimiento del pasado parecía haberse llevado todo lo que en su vida tenía sentido. «Yo era muy activa, y sobre todo me gustaba trabajar». Y así también recuerda a su madre de joven, con la que sigue conviviendo hoy a sus 88 años. «Era feliz trabajando». Incluso, durante la adicción, no faltaba al trabajo. Había adquirido la destreza de ocultar lo de dentro. Hasta que ya no pudo más y esa fortaleza se vino abajo. El viaje por aquella espiral oscura se inició en 2017. Su cuerpo se fue debilitando lentamente, acabándose. Y llegó la pandemia.

Adaptar los puestos de trabajo

Isol aglutina a tres EI de sectores diferentes (ADI, de limpieza y jardinería Mobiliario&Stands, carpintería y reformas, y Total Print, de imprenta) que dan trabajo a 50 personas con problemas de salud mental, principalmente, o de índole psicosocial, así como adicciones. Los contratos de inserción duran entre 6 meses y 3 años como máximo e incluyen la formación y el acompañamiento psicosocial.


José Nicolás viene de luchar contra una depresión. En Total Print adquiere habilidades para insertarse al mundo laboral.

El doctor Luis Pelegrín, presidente de Isol, que además coordina la atención psicológica en la entidad, explica que el 70% de las personas que atienden padecen algún tipo de esquizofrenia, seguido de algo más de un 20% con bipolaridad. «Pero en casi todos se suele dar una patología dual, con la adicción al consumo de sustancias», aclara Pelegrín.

Se ha incrementado el número de personas con trastornos de la personalidad y, especialmente, «después de la pandemia, se ha reducido la edad de los chicos y chicas que se incorporan con nosotros. Antes, no era tan común ver a menores de 25 años en estos dispositivos de inserción sociolaboral. Ahora más del 25% de las personas que atendemos son de esa edad».

-¿Es muy difícil que las empresas del mercado normalizado abran sus espacios para trabajadores como los que ustedes forman y contratan?

-En los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística se cataloga a la población con problemas de salud mental como de máxima dificultad en cuanto a la incorporación laboral. Pero yo creo que aún hay mucho desconocimiento de lo que significa tener un problema de salud mental. Existe un estigma.

Fermín Andreu, encargado de carpintería, el centro neurálgico de la empresa Mobiliario&Stand de Isol, comenta que cuando se acercan a un cliente particular que aún no los conoce, siempre está la incertidumbre de «cómo será su reacción a la hora de explicar que el trabajo lo van a llevar a cabo un equipo de personas con contratos de inserción» y otras con contratos normalizados.

Sin embargo, Pelegrín está convencido de que «una sociedad moderna, europea tiene que ser inclusiva. Es responsabilidad de toda la sociedad generar los espacios necesarios para permitir que la persona con una discapacidad desarrolle su vida al 100%. No será como el 100% de una persona sin discapacidad, pero si ello supone ir un poquito más lento en un puesto de trabajo, o desarrollar una actividad que conlleva tener a otra persona al lado apoyándola, ¿por qué no vamos a hacerlo? Muchas veces, simplemente acompañando y diciendo ‘no pasa nada; lo estás haciendo muy bien’ es suficiente para tener éxito en el aspecto de la salud mental.

Alguien tuvo que abrir la puerta

Actualmente, Isol trabaja en siete áreas de salud, de las nueve que hay en la Región de Murcia, con sedes en Cartagena, Lorca, Caravaca y la central en Molina de Segura. Allí, en el espacio de ocio Los Juncos, Isabel coordina y acompaña a compañeros, con una fuerza innata y una sonrisa que dibuja siempre achicando sus ojos claros. Sentada junto a las mesas del restaurante, nos cuenta pormenores del infierno que ella conoció.

Las palabras del médico de urgencias: «No sé lo que tienes, pero no te voy a dejar ir»

Isabel es de mente ágil, responde rápido a preguntas difíciles. Habla de su paso por el infierno con la necesidad, la conciencia, de contarlo porque siempre habrá alguien que escuche. De hecho, suelen invitarla a dar charlas a las mujeres que hoy están en el centro donde ella estuvo. Narra su odisea.

Una verdadera odisea. Hablamos un poco de eso, del relato de Ulises, de cómo él se enfrentó a todo por volver a casa, a Ítaca. De los soldados en la playa al final de la guerra de Troya que también esperaban volver.

En sus charlas, Isabel recuerda a otras mujeres que pasan por donde ella pasó, que la vuelta será un trabajo duro; que tendrán que ganarse de nuevo a la familia. «Les digo que, cuando hayan salido de la adicción, no se vayan a quedar en la casa; que se apunten a un curso por pequeño que parezca; que siempre estén con gente».

En 2020, ya se había abandonado tanto que no podía ni levantarse. Un largo deshacerse. En medio de la pandemia, alcoholizada, llegó a sentirse tan débil que «dejaba una llave fuera de la puerta porque sabía que, en algún momento, me podría pasar cualquier cosa y alguien tendría que entrar para ayudarme». Y sucedió tal cual.

Después de tres años sumida en la adicción, llegó ese día que había imaginado: alguien tuvo que abrir la puerta, con esa llave desde fuera, para levantarla del suelo. Y la llevaron al hospital de La Arrixaca.


Isabel llegó a dejar una llave de su casa por fuera, sospechando que algún día tendrían que venir a llevársela al hospital. Y así sucedió. Pero fue a tiempo para salvarla.

Allí le dijeron que lo que estaba haciendo era «un suicidio lento». Pero se acuerda bien de otras palabras, las que a veces pueden levantar más que los brazos. Eran del médico de urgencias, el primero que la atendió: «’No sé lo que tienes, pero no te voy a dejar ir’. Estaba desnutrida y deshidratada. Fue cuando llamaron a mi hijo».

Isabel se emociona al recordar aquellos momentos: «Era muy triste porque yo había querido mostrarle siempre que era fuerte. ¡Y que me viera allí, en esas condiciones…!».

Tras un mes en el hospital, le salvaron la vida. El médico cumplió su palabra. Después, le ofrecieron entrar a un centro de tratamiento para drogodependencias.

Las palabras del hijo

Su hijo, José Eduardo Barquero, estaba en Noruega cuando recibió la llamada del hospital. Había estudiado Teleco y se fue a trabajar allí como analista de datos para un organismo de cooperación internacional que fomenta oportunidades de trabajo en países en desarrollo. «Sí, ¿verdad?», nos decimos. La vida, a veces, establece estas conexiones que prolongan su relato con una cierta forma de magia. Él no tenía idea de hasta qué punto su madre había tocado fondo. No era extraño. Ella se había adiestrado en ocultar el dolor hacia fuera.

Al llegar al hospital, tras superar todas las dificultades de viajes que imponía la pandemia, según recuerda, comprendió que, cuando llaman a un familiar a pesar de que la paciente se resista, es porque temen un desenlace fatal. Isabel estaba a punto de irse.

De las palabras del hijo (otra vez las palabras), obtuvo ella el aliento para el próximo paso que debía dar en su proceso. En el momento de mayores dudas, de no saber si podría superar las etapas de la desintoxicación y desenganche, llegaron las palabras en el momento adecuado. «Mamá ahora te necesito más que nunca porque voy a tener un hijo», le reveló José Eduardo. Allí empezó a moverse hacia delante. Un viaje de vuelta, en su particular versión de la cita célebre: «Dame una palabra-palanca y moveré el mundo».

Después de 18 meses en un centro al que le debe la vida, le llegó la oportunidad de Isol, la de volver a trabajar.


El trabajo y el acompañamiento de las empresas de inserción logran mejorar las patologías de salud mental en sus trabajadores, con el consiguiente ahorro al sistema de salud.

Actualmente Isabel «se viste de madre», como ella lo describe, para trabajar en la empresa ADI de Isol, durante los fines de semana. Tiene «madera de líder», como le han dicho varias veces, y eso le sirve para orientar a compañeras y compañeros de inserción que han atravesado por todo tipo de circunstancias. Le cuentan sus historias, se arriman a ella porque les contagia energía. Esa energía de las posibilidades, de la emoción, del cuando alguien se levanta contra todo pronóstico. Esa energía que habita en los espacios de las empresas de inserción que visitamos en este especial.

Como especialista en salud mental, Luis Pelegrín, de Isol, nos enseña un estudio realizado en coordinación con el Servicio Murciano de Salud en el que se evidencia la mejoría de las personas contratadas en empresas de inserción. Antes de ser contratadas, el promedio de sus ingresos hospitalarios era superior a 11 días al año. El estudio en un total de 58 personas muestra que, un año después de haber entrado al mercado laboral, esos ingresos se redujeron a 1,33 días. El ahorro anual de gastos hospitalarios estimado supone unos 4.950 euros al año por paciente con contrato, teniendo en cuenta que una noche de hospital ronda los 500 euros.


José Manuel García, presidente de la Asociación de Empresas de Inserción de la Región de Murcia (CRYSALIA) y gerente de Isol.

Pero no hay que olvidar que al final «estamos hablando de empresas que deben competir con calidad y demostrar que son rentables, también en lo económico», enfatiza José Manuel García, gerente de las empresas de inserción de Isol y presidente de Crysalia, la asociación de las EI de Murcia, quien nos acompaña durante el especial por las diferentes EI y organismos públicos relacionados con su gestión. Él mismo nos lleva a conocer las historias de superación que hay en otros trabajadores de las EI que gestiona Isol. En la carpintería de Mobiliario&Stands acompañamos en su primer día de trabajo a Denis, que vino de Moldavia y ha luchado contra la depresión. Lo mismo que está enfrentando José Nicolás, mientras aprende el oficio en la imprenta Total Print.


Denis Niculiseanu en su primer día de trabajo en la carpintería de Mobiliario&Stands, gestionada por Isol.

Todos cuenta con el respaldo de los técnicos de acompañamiento y también de compañeros como Fermín Andreu, el encargado o Carlos Bermúdez, responsable de producción que no deja de sorprenderse de cómo gente con problemas de salud mental entran en este sector, sin saber nada y, después de un tiempo, se desenvuelven bien. «Eso es muy gratificante».

Muchos de los trabajadores con los que comparte Carlos la labor de la carpintería están bajo medicación. Algunas veces tienen que ausentarse por no sentirse muy bien. Es parte de las peculiaridades que hacen diferente este lugar. Por eso, le admira la cantidad de personas con problemas de salud mental que luchan día a día con sus patologías y, a la vez, tratan de ser productivos.


José Nicolás, trabajador con contrato de inserción en Total Print, empresa de Isol.

Isabel vuelve a Ítaca

La Isabel de hoy ha vuelto a cuidar de otras personas, como cuando era joven: de su madre, de sus compañeros y, pronto, de su nieto. En su casa, algunas cosas han cambiado. Aquellas que le recuerdan sus años de adicción. Ya no ve la televisión desde el sofá, por ejemplo, porque era lo único que hacía mientras bebía botellas y botellas de vino. A cambio, ahora le encanta ver series coreanas en una tableta mientras desayuna en la mesa de la cocina. Las ve en versión original subtitulada. Y hasta se sabe algunas frases en coreano, de tanto escucharlas.


En Isol y en su casa cuida de quienes le rodean. Ahora que va a ser abuela, su trabajo y su ilusión se multiplican.

Las adicciones y las patologías de salud mental sacan a las personas de la vida por momentos. Momentos que pueden durar años. La lucha con sus frecuentes recaídas es una auténtica odisea.

-¿Conoces esa historia Isabel? -nos atrevemos a preguntarle-. ¿La de La Odisea?

-La he oído mencionar, pero no la he leído. ¿Cómo era?

-Es la de Ulises que, después de la guerra, se propone regresar a Ítaca con su familia. Pero el camino se le hace más largo y penoso de lo esperado. Lleno de aventuras. Atraviesa hasta el mismo infierno. Pasa muchos años fuera de su patria. El viaje le cambia tanto que cuando llega a su ciudad, vestido como un mendigo, ya nadie lo reconoce: ni su mujer ni su hijo. El único que sí le reconoce es el perro, muy viejo y agonizante. Pero, finalmente, se revela como el rey que era de aquel lugar. Tú, Isabel, has vuelto también de una odisea, como la de Ulises ¿no crees? ¿Adónde has vuelto tú?

-Sí. Ahora soy como era hace más de treinta años: libre, independiente, aunque mayor. Ahora lo tengo todo y no me hace falta nada. De joven quería ser y estar como soy ahora. Muy feliz. He vuelto a ser yo.

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