Un año de la masacre de Gaza

Un año de la masacre de Gaza

Domingo, 6 de octubre 2024, 00:01

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«Lo supe desde el primer momento, pero guardé el secreto hasta que llegó el informe de los forenses. A mi mujer se lo dije un poco antes de que se hiciera oficial, a nadie más», Danny Garkovich camina por lo que era la cocina de la casa en la que vivían su hija Dafna y su esposo Iván Illarramendi en el kibutz de Kissufim, comunidad agrícola de unos 300 habitantes situada junto a Gaza.


El padre de Dafna señala los balazos en la puerta del refugio donde se escondía la pareja.


M. A.

Imagen - El padre de Dafna señala los balazos en la puerta del refugio donde se escondía la pareja.

Este bombero de origen chileno se para junto a una pared calcinada y acribillada a balazos. «Son impactos de balas Kalashnikov disparadas a muy corta distancia. Las puertas de los cuartos de seguridad no están diseñadas para recibir balas sino para proteger de la explosión de un misil. Dafna e Iván estaban sujetando la puerta para impedir que los terroristas la pudieran abrir. Todas estas balas atravesaron sus cuerpos. Cayeron acribillados. La muerte fue instantánea», asegura Danny con total seguridad.

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Dafna, de 47 años, e Iván, de 46, son dos de las más de 1.200 víctimas del brutal ataque de Hamás del 7 de octubre contra las bases militares y comunidades agrícolas vecinas a la Franja, en el que también capturaron a más de 200 personas, entre ellas ancianos y bebés.


La pareja asesinada, Dafna Garkovich e Iván Illarramendi.


R. C.

El reloj se paró en Israel, y en todo Oriente Medio, a las 6.29 horas de ese sábado, cuando los islamistas lanzaron la operación ‘Inundación de Al Aqsa’, que arrancó con el lanzamiento masivo de cohetes y le siguió la invasión por tierra de territorio israelí. Hamás, en cooperación con otras milicias palestinas y cientos de civiles, rompió 18 años de bloqueo y superó la insuperable verja de separación.

«Lo supe desde el primer momento, pero guardé el secreto hasta que llegó el informe de los forenses»

Danny escuchó los cohetes y se puso manos a la obra desde su puesto de mando como responsable de los bomberos en esta zona de Israel vecina a la frontera con Egipto. Kissufim es uno de los kibutz situados de forma estratégica a las puertas de Gaza. Se estableció en 1951 como parte del cinturón de seguridad en torno a la Franja y cuenta con una granja de vacas, donde trabajó al comienzo Iván, y diferentes cultivos como el trigo y aguacate. Cada casa tiene su cuarto de seguridad para protegerse en caso de ataque con cohetes, la amenaza más habitual. El 7 de octubre fue diferente porque el enemigo superó las extraordinarias medidas de seguridad de Israel y se plantó en el interior de cada casa.

El origen del conflicto


  • Tras la segunda Guerra Mundial

    Cobra fuerza el viejo principio sionista, por el que la supervivencia del pueblo judío pasaba por crear un estado judío en Palestina, que en aquel momento era protectorado británico.


  • 1947

    La ONU acuerda partir el territorio de Palestina en dos estados distintos: uno judío y otro árabe-palestino, dejando Jerusalén como enclave internacional. Una decisión que atenta contra los vecinos árabes y dispara la conflictividad: Jordania invade Cisjordania y Egipto la franja de Gaza.


  • 1967

    Egipto lanza la llamada `guerra de los seis días’, en la que terminan involucrándose Jordania y Siria.


  • La victoria judía

    Israel gana la batalla y reconfigura los equilibrios de la región tras recuperar Cisjordania y la Franja y arrebatar los altos del Golán a Siria y el Sinaí a Egipto. Además proclama como suya la ciudad vieja de Jerusalén.

El movimiento táctico de Hamás sorprendió a las fuerzas israelíes, acostumbradas a llevar la iniciativa en las ofensivas lanzadas sobre Gaza en 2008, 2012 y 2014; siempre era Israel quien daba el primer golpe. Las redes sociales se llenaron de vídeos con ataques de drones palestinos contra tanques y vehículos militares, excavadoras destrozando la verja de seguridad, milicianos cruzando la frontera en parapente, furgonetas y motos regresando a la Franja con soldados y civiles capturados… Un escenario apocalíptico para un país que llevaba más de una década levantado un sistema de seguridad con una inversión multimillonaria, que en el momento de la verdad hizo aguas. Cámaras, sensores de última generación, torretas armadas, drones de vigilancia, fuerzas de élite… nada pudo prevenir el mayor desastre de la seguridad israelí de los últimos años, bautizado como el ’11-S israelí’ por los periodistas locales.


Una mujer muestra la fotografía de cadáveres de israelíes en la parada de autobús de Sderot tras los ataques del 7 de octubre de 2023,, en una imagen tomada en el mismo lugar el pasado 26 de septiembre.


EP


«Desde el primer minuto Dafna e Iván se metieron en el cuarto de seguridad y durante casi toda la mañana intercambiamos mensajes. Me contaban que escuchaban voces en árabe que gritaban Alahu Akbar (Dios es grande) y me pedían ayuda. A las 12 de mediodía fue la última vez que mi hija se comunicó conmigo y rogaba auxilio porque los terroristas estaban tratando de ingresar en el refugio. Allí acabó nuestra comunicación», lamenta un padre que nunca podrá olvidar lo sucedido, pero cuyo plan de futuro pasa por regresar al kibutz, «porque si nosotros no volvemos a este lugar, habremos perdido».

Un año después del ataque, las comunidades agrícolas cercanas a Gaza siguen desiertas. El ejército controla los accesos, grupos de voluntarios de todo el país acuden para ayudar en las cosechas, algunas agencias organizan viajes para turistas y vecinos como Danny trabajan de manera particular, sin haber recibido ayuda hasta el momento de las autoridades, en las reparaciones de sus casas. En los últimos meses ha arreglado los daños sufridos en su vivienda, pintado paredes y techos, comprado nuevos electrodomésticos, y prepara el jardín para volver lo antes posible con su esposa.

Este año les ha tocado pasar una gran parte del tiempo viviendo en hoteles del Mar Muerto, igual que a decenas de miles de desplazados internos en Israel por culpa de la situación de seguridad en el sur y en el norte, donde Hizbolá lanza cohetes desde el 8 de octubre en solidaridad con Hamás. Hay un debate abierto sobre si conviene dejar los kibutz tal y como quedaron tras los combates, no reparar los daños para que nadie olvide lo ocurrido. Vecinos como Danny prefieren «dejar alguna casa como ejemplo y preparar allí una especie de museo que recoja los hechos, pero el resto es mejor arreglarlo y mirar hacia adelante».


Cadáveres esparcidos en una carretera, en la zona de Sderot, al sur de Israel.


REUTERS


Los milicianos que asaltaron la casa de Dafna e Iván arrastraron sus cuerpos hasta el salón. Uno de los principales objetivos para Hamás era llevarse la mayor cantidad posible de rehenes, vivos o muertos, sabían que esa podía ser su arma más valiosa ante la segura venganza del enemigo. En este caso no lograron su objetivo porque el ejército llegó a Kissufim y comenzaron los choques dentro del kibutz. «Los terroristas intentaron escapar y fueron abatidos a apenas 50 metros de la casa, pero antes de huir le prendieron fuego y durante más de una hora estuvo ardiendo, la casa se convirtió en un horno», explica Danny pasando el dedo por los orificios dejados por las balas en las paredes negruzcas.


La joven alemana Shani Louk fue secuestrada y asesinada, y después los terroristas de Hamás exhibieron su cadáver.


Instagram

Imagen - La joven alemana Shani Louk fue secuestrada y asesinada, y después los terroristas de Hamás exhibieron su cadáver.

Poco a poco se iba conociendo la magnitud del desastre. Además de los kibutz y las bases militares, Hamás se encontró con un festival en plena verja de separación donde miles de jóvenes disfrutaban de una larga velada de música electrónica. Pasadas cinco horas desde el inicio del ataque, Israel respondió con el anuncio de la puesta en marcha de la operación ‘Espadas de Hierro’ y la aviación comenzó a bombardear la Franja con dureza.

Benjamín Netanyahu compareció ante la nación para declarar el «estado de guerra» y el general Ghassan Alian, enlace militar con los palestinos en los territorios ocupados, dijo que «Hamás ha abierto las puertas del infierno, ha tomado su decisión y ahora pagará el precio». Algunos milicianos se habían atrincherado en los kibutz, en Sderot y llegaron incluso hasta Ofakim, a 26 kilómetros de la Franja. Fueron necesarias 72 horas para acabar con quienes se habían infiltrado.

Un año en cifras

1.481
israelíes

han perdido la vida en un año de conflicto y 14.341 han resultado heridos.

11.000
niños y niñas

han perdido la vida en Gaza, según los datos de Oxfam Intermon.

Mientras el ejército ponía en marcha la operación de «venganza» anunciada por Netanyahu, Dafna e Iván fueron incluidos en el grupo de secuestrados y desaparecidos.


Netanyahu charla con miembros de las FDI.


EP


Los militares realizaron dos revisiones de la casa y concluyeron que se los habían llevado, aunque no aparecían en ninguna de las fotografías y vídeos. No había ni rastro de ellos. Danny decidió enviar a su equipo de bomberos de confianza, expertos en incendios, y no tardó en darse cuenta de lo sucedido. «Yo estaba en mi despacho controlando la operación y seguía en directo el trabajo gracias a las cámaras. Cuando entraron al salón les pedí un zoom en un lugar concreto donde había cenizas y allí vi un diente humano quemado. Cerca, un trozo de hueso y, en ese mismo momento, me di cuenta de que se trataba de Iván y de Dafna, porque también estaban el arito que ella tenía en la nariz y la pulsera de metal que usaba él». El equipo recogió las cenizas y se las llevaron al departamento especializado en estos casos para realizar las pruebas de ADN.

Danny sabía que había perdido a su única hija y a su yerno, el vasco que conquistó su corazón y que se había convertido en un cocinero querido por la comunidad, pero mantuvo el silencio.

«Me di cuenta de que se trataba de Iván y de Dafna porque también estaban el arito que ella tenía en la nariz y la pulsera de metal que usaba él»

Toda la maquinaria bélica de Israel se puso en marcha. Netanyahu invocó al pasaje bíblico de Amalek, el nombre de la tribu que atacó a los judíos tras su salida de Egipto, un nombre que personifica el mal que amenaza a los hebreos y al resto de la humanidad. El primer ministro anunció una guerra «larga y difícil» que «cambiará Oriente Medio», comparó a Hamás con el ISIS y aseguró que «como el ISIS fue aplastado, Hamás debe ser aplastado». El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ordenó imponer un bloqueo total que incluía el no acceso a agua, medicinas y comida, y dijo a sus tropas que Israel «combate contra animales y debe actuar de acuerdo a ello». El general Herzi Halevi, jefe del ejército, adelantó que «Gaza nunca más volverá a parecerse a lo que era» y fijó como objetivos «atacar y desmantelar a Hamás». También aseguró que «Yahya Sinwar y el resto de la jefatura de Hamás son hombres muertos» y prometió hacer «todo lo posible para devolver a los rehenes a casa».En Gaza «todos son terroristas y hay que destruirlos», declaró a los medios el responsable de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir.


Un blindado israelí abre fuego cerca de la ciudad de Sderot contra objetivos en la Franja de Gaza.


AFP


Israel lanzó una operación masiva de bombardeos y, pasada apenas una semana, el ejército realizó las primeras incursiones terrestres y ordenó la evacuación forzosa de 1,1 millones de personas del norte de la Franja. Los militares lanzaron panfletos que decían que «toda persona que opte por no abandonar el norte de la Franja y no dirigirse hacia el sur puede ser considerada cómplice de una organización terrorista».

La ONU, que advirtió que era «imposible hacerlo sin consecuencias humanitarias devastadoras», volvía a levantar campos con tiendas de campaña en el sur y los gazatíes revivían lo sucedido en 1948 y 1967, cuando fueron expulsados de sus tierras por el Ejército de Israel y llegaron a Gaza como refugiados. Otra vez perdían sus casas y una tela era de nuevo su techo.


Palestinos caminan entre escombros en el campo de refugiados de al-Bureij, en el sur de la Franja de Gaza.


EFE


La cifra de palestinos muertos en apenas una semana superaba los 3.000 y, si alguien tenía alguna duda, estaba en marcha una operación que no tenía nada que ver con las de 2008, 2012 y 2014; esta vez no había líneas rojas de ningún tipo.

La invasión de Gaza

La operación por tierra a gran escala se lanzó a finales de octubre e Israel no tardó en avanzar con toda la fuerza hacia Ciudad de Gaza. Qatar y Egipto se erigieron en mediadores y desde Estados Unidos pedían cada día a su aliado que respetara pausas humanitarias para la entrada de ayuda o que tomara todas las precauciones posibles para evitar la muerte de civiles, pero Netanyahu no escuchaba. El ejército aplicó desde el primer minuto la conocida como ‘Doctrina Dahiya’, que se formuló durante la guerra del Líbano de 2006, y que «consiste en ataques desproporcionados contra estructuras e infraestructuras civiles (…) los bombardeos masivos sobre Gaza en las últimas semanas están deliberadamente dirigidos a dañar infraestructura y propiedades pertenecientes a civiles inocentes», según la explicación ofrecida por la ONG israelí Breaking The Silence, formada por veteranos del ejército. Esta doctrina es básicamente un castigo colectivo por el apoyo popular a Hamás en la Franja.


Una gran humareda se extiende sobre el norte de Gaza tras un ataque israelí.


AFP


El 8 de noviembre el equipo forense confirmó a Danny lo que sabía desde el primer día, que Dafna e Iván nunca llegaron a estar secuestrados por Hamás. «Los expertos lograron aislar las cenizas de los cuerpos del resto de ceniza que había en el salón. Eran las cenizas de los dos cuerpos juntos, no había forma de separarlos. Murieron uno al lado del otro», recuerda emocionado el veterano bombero chileno, que sale de la casa para volver a su furgoneta. Antes de arrancar, echa la vista atrás. El aspecto exterior es fantasmagórico.

Un año en cifras

41.800
muertos

registrados en Gaza. La cifra de heridos supera los 97.000 sin contar los cuerpos que aún siguen enterrados.

200.000
personas

han sido evacuadas en territorio israelí. La cifra de desaparecidos asciende a cinco.

La trágica noticia le llegó a la familia Garkovich en una jornada marcada por los mensajes de Qatar y Egipto sobre la proximidad de una posible tregua. La negociación se desarrollaba en mitad del asalto israelí al hospital Al Shifa, principal centro de referencia de una Franja donde los centros sanitarios sufrían por la falta de combustible para sus generadores y de medicinas y anestesia. Después de tres días de cerco, los soldados obligaron a vaciar el edificio a punta de pistola, pacientes incluidos. 120 enfermos y heridos sin capacidad para caminar se quedaron en sus camas, incluidos decenas de recién nacidos, a la espera de una evacuación milagrosa. Las inteligencias israelí y estadounidense situaban el cuartel general de Hamás bajo este hospital, pero nunca apareció. Lo que sí hallaron fue un túnel como los que han ido encontrando a lo largo y ancho de toda la Franja.

En medio de este asalto militar a gran escala a un hospital, la diplomacia logró una ventana de tregua temporal. Después de 46 días de extrema violencia, con 1.200 israelíes y más de 13.000 palestinos muertos, la mayoría de ellos civiles a ambos lados de la verja de separación, las armas callaron durante una semana en la que 105 rehenes fueron liberados a cambio de la puesta en libertad de 240 presos palestinos. En ambos lados, la mayoría fueron mujeres y niños. Las armas cayeron por siete días e Israel permitió la entrada de algo más de ayuda humanitaria, pero fue sólo un espejismo porque Netanyahu mantenía su palabra de que la guerra sería «larga y dura».


Almog Meir Jan, un rehén liberado,


Reuters


Tras el colapso de la tregua el ejército extendió sus operaciones al sur de Gaza con Rafah y Khan Younis como nuevos grandes objetivos. Con la Franja partida en dos, Israel ordenó a los palestinos que habían obedecido en masa la primera orden de evacuación del norte, que se dirigieran a Al Mawasi. Esta pequeña aldea beduina, situada en la costa y en plena frontera con Egipto, se convirtió de pronto en la supuesta ‘zona segura’. Antes de la guerra, unas 1.400 personas vivían en un área de 6,5 kilómetros cuadrados; ahora Israel esperaba hacinar allí a los 1,8 millones de gazatíes que se concentraban entre Khan Younis y Rafah.

James Elder, portavoz de UNICEF, recordó a Israel que «según el derecho internacional humanitario, el lugar al que se evacúa a las personas debe tener recursos suficientes para su supervivencia: instalaciones médicas, alimentos y agua». Al Mawasi era una zona semiabandonada sin agua, electricidad, ni servicios mínimos de ningún tipo y la gente que llegaba escapando de las bombas se instalaba en mitad de la nada. Tedros Adhanom Ghebreyesus, el secretario general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), advirtió que «intentar hacinar a tanta gente en un área tan pequeña con tan poca infraestructura o servicios aumentará significativamente los riesgos para la salud de las personas que ya están al borde del abismo».


Una niña recioge alimento donado por una organización benéfica en el campamento de Khan Yuni.


EFE


Al hambre y la sed provocados por el férreo bloqueo, Israel sumaba la enfermedad como arma de guerra y en pocos meses las diarreas crónicas, infecciones respiratorias y la hepatitis A, entre otras enfermedades, campaban a sus anchas en Gaza. También volvió la poliomielitis por primera vez en 25 años y se tuvo que organizar una campaña de vacunación de urgencia entre los niños.

Israel comenzó a realizar detenciones masivas de palestinos y las imágenes en las que se veía a decenas de hombres semidesnudos, algunos con los ojos vendados, maniatados y transportados en camiones como animales, dieron la vuelta al mundo. Los sectores ultranacionalistas del gobierno se mostraron exultantes y el vicealcalde de Jerusalén, Arieh King, dijo en su perfil de X que «no son seres humanos, ni siquiera animales humanos, son subhumanos y así es como deben ser tratados«. King pidió «enterrar vivos» con las excavadoras blindadas D9 a quienes etiquetó de «musulmanes nazis».


Soldados israelíes trasladan a los palestinos detenidos fuera de la Franja.


AFP


Las denuncias y alertas desde el exterior no servían para que Israel rebajara la intensidad de los bombardeos y Gaza pasaba de ser «la mayor cárcel del mundo, al mayor cementerio al aire libre», en palabras de Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea. Las cifras de muertos aumentaban cada día con ataques sobre hospitales, escuelas de la ONU convertidas en refugio, mezquitas y campos para desplazados. Israel justificaba cada ataque diciendo que Hamás se esconde entre los civiles. Cuando la guerra entraba en su cuarto mes y los muertos superaban los 23.000, el Estado judío se sentó por primera vez en el banquillo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) bajo la acusación de «genocidio contra el pueblo palestino en Gaza». La demanda la presentó Sudáfrica, que pidió «la inmediata suspensión de todas las operaciones militares de Israel» en la Franja.

«Gaza ha pasado de ser la mayor cárcel del mundo al mayor cementerio al aire libre»

Josep Borrell

Jefe de la diplomacia europea

Esta nueva situación no afectó a las operaciones militares. Los frentes se multiplicaban con combates diarios contra Hizbolá en el norte, misiles lanzados por los hutíes desde Yemen y bombardeos en Siria, donde Israel atacó la Embajada iraní en Damasco y mató a importantes miembros de la Guardia Revolucionaria. La respuesta de la república islámica llegó con el lanzamiento de 350 misiles y drones, el primer ataque directo de Irán contra Israel. Lo que empezó en Gaza, se extendía de forma peligrosa por toda la región.

Pasados ocho meses, Joe Biden puso por primera vez una línea roja sobre la mesa: Rafah. Con la llegada de la festividad sagrada del ramadán la posibilidad de una nueva tregua sonaba con fuerza, pero nunca llegó pese a los esfuerzos de los mediadores y a un plan por fases elaborado por Estados Unidos que los israelíes nunca vieron con buenos ojos. Hamás exigía un alto el fuego definitivo e Israel no estaba dispuesto a detener la guerra bajo ningún concepto. El objetivo era asaltar Rafah para cazar a Sinwar y liberar a los rehenes. Era la última ciudad de Gaza que quedaba por conquistar y tenían que estar allí.


Netanyahu en un visita al Kibbutz Be’eri.


EP


Netanyahu desoyó una vez más las palabras de Washington y anunció una «operación limitada» en Rafah. Cruzaba la línea roja y se lanzaba a por lo que consideraba la victoria total sobre Hamás. Se produjo el enésimo desplazamiento masivo de población y los militares asestaron un golpe definitivo al bloqueo con el cierre del paso de Rafah, clave para la entrada de ayuda humanitaria a la Franja. Desde entonces ese paso permanece cerrado.

Rafah fue la última gran operación para un ejército que, cumplidos once meses desde el inicio de la venganza prometida por Netanyahu, proclamó que Hamás «ya no existe como formación militar (…) En este momento lleva a cabo guerra de guerrillas». Fueron las palabras de Gallant, ministro de Defensa, antes de anunciar que Hizbolá pasaba a convertirse en el frente prioritario para Israel. Más de 41.000 muertos después Gaza pasaba a un segundo plano, aunque Netanyahu no había logrado ni la liberación de los rehenes -las familias aseguran que quedan 101 entre vivos y muertos-, ni la cabeza de Yahya Sinwar, líder de Hamás y cerebro de los ataques del 7 de octubre.

El cielo ha dejado de rugir

Danny recorre la verja de separación con su furgoneta. El cielo ha dejado de rugir y Hamás apenas lanza ya cohetes. A lo lejos se divisa Deir el Balah, son 6 kilómetros los que separan Kissufim de esta ciudad palestina castigada duramente en los últimos meses.

Sentado en el asiento de copiloto, pienso que es la vez que más cerca he estado de Gaza en el último año. Israel no permite el acceso de prensa internacional y ha matado a más de cien colegas y trabajadores de medios locales. Unos pocos reporteros han tenido acceso a la Franja, pero siempre empotrados con las fuerzas israelíes. No poder informar de esta guerra desde el interior de la Franja es una impotencia máxima.


Tumba de la pareja asesinada. Dafna e Iván descansan juntos en el cementerio de Kissufim


Mikel Ayestaran


«Yo no me muevo por el odio, no me muevo por el rencor, hay que asimilar lo que ha pasado y avanzar. Una persona que se basa en el rencor no puede avanzar. Yo lo único que puedo decir es que tengo que estar preparado para que no me pase otra vez lo mismo», comenta el veterano jefe de bomberos mientras conduce lentamente en paralelo a una masa deforme de color gris de edificios destrozados que se ve en dirección al mar. «No todos los que están del otro lado son terroristas. Para que podamos tener paz en esta zona, la del otro lado también debe estar en paz, no hay otra solución. La convivencia es posible porque en ambos lados hay personas buenas, de buena voluntad, que quieren trabajar, vivir la vida y dar de comer a sus hijos», reflexiona en voz alta.

«Yo no me muevo por el odio, no me muevo por el rencor, hay que asimilar lo que ha pasado y avanzar»

Poco a poco la furgoneta se dirige a la gran puerta amarilla que sella el kibutz. Un militar saluda a Danny y abre el paso para que pueda salir. A pocos metros, aparca el vehículo y detiene el motor. Camina muy lentamente por el pequeño cementerio de Kissufim. «¿Qué es lo que necesita ahora mismo Israel? Tratar de crear una situación de paz en conjunto con los vecinos», susurra hasta plantarse frente a la tumba en la que descansan las cenizas de Dafna e Iván y en la que han dejado una parte ya preparada para él y su esposa.

Dani mira fijamente a una foto de la pareja en la que Iván besa a su mujer, «vivieron juntos, se amaron juntos, les asesinaron juntos, les quemaron juntos y les enterramos juntos».

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