Eh! laboras de Cáritas: compañías que ofrecen la oportunidad de volver a empezar

Eh! laboras de Cáritas: compañías que ofrecen la oportunidad de volver a empezar

Javier Sancho Más / Jorge Martínez

Jueves, 17 de octubre 2024, 08:29

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Una señora entra con un perro pequeño en el número 29 de la calle Platería a una tienda de Moda-Re. Es un local pequeño y pulcro con diseños de ropa casual y elegante que se ordenan en tres hileras perfectamente alineadas para dejar un espacio diáfano al paso de los clientes. La señora viene por aquí una vez a la semana, nos dice, y suele llevarse alguna prenda nueva, por su calidad, por su precio. «Nunca sabes lo que puedes encontrar». Además, asegura que hay otras razones por las que vuelve aquí: «Las conozco y sé lo que hacen».

Y ahí está la cuestión. ¿Qué y quiénes lo hacen? ¿A qué se refiere?

La ropa que llega aquí ha pasado por un delicado proceso de recogida, cribado y adecuación de modelos que, en algunos casos, han estado colgados hace muy poco, a un precio diez veces mayor, en grandes superficies comerciales. Se trata de economía circular y también de economía social. Pero la clienta no se refiere a eso, sino a las trabajadoras como Silvia Alexandra Ramón, madre soltera de 43 años, con dos hijos de 8 y 18 años. Está diagnosticada de una enfermedad genética que le ha dificultado poder trabajar en otro tipo de sectores. Antes, era la encargada de un bar de tapas y de helados, pero su enfermedad le afectaba al equilibrio. Además, a causa de un accidente de tráfico tuvo que pasar por una reconstrucción maxilofacial, que en cámara no se nota absolutamente nada.


Después de un periodo de formación, Iván Gil trabaja en la empresa de reformas eh! Cáritas. Cada mañana pedalea desde su casa en Aljucer hasta el almacén donde se reúne con sus compañeros para arrancar la jornada.


Después de 25 años en España, es tan de aquí como de su país natal, Ecuador. Allí estudió diseño de moda y, ahora: «estoy actualizando mis conocimientos». Después de dos años sin empleo, el pasado febrero comenzó en esta tienda de Moda-Re, que se ha convertido en una palanca para volver a empezar y creer que puede seguir adelante. Además, ha contado con la ayuda de sus padres desde Ecuador. Pero estar aquí le ha hecho volver a sentirse «útil, porque esto me abre una puerta».

La de la calle Platería es una de las tres tiendas Moda-Re de la región de Murcia. Al lado de Alexandra, supervisa María López, que coordina los establecimientos de Cartagena, Murcia y Lorca. Este modelo de tiendas de segunda mano de Cáritas se puso en marcha en 2021. María es diseñadora de profesión y ya ha trabajado con nueve chicas en proceso de inserción en todas las tiendas. «Suelen permanecer entre seis meses y un año. Algunas duran más». María ha entablado amistad con la mayoría de las compañeras de inserción que han pasado por las tiendas de Moda-Re durante los dos últimos años. Algunas acaban montando su propio negocio y otras, trabajan en otro sector. Pero aún quedan para tomar café y contarse la vida. Porque se trata de acompañar.

Paco Martínez, el gerente del área de textil de Moda-Re, de la EI eh! laboras, de Cáritas. Tras años de experiencia en el sector (fue responsable de producción de ARTEMUR, y llegó a trabajar con 700 empleados), la empresa entró en crisis durante la pandemia. «Me pilló con 56 años».


Al principio, Iván era muy retraído pero esta oportunidad ha descubierto en él sus dotes para el trabajo en equipo. En la imagen, Iván y sus compañeros almuerzan durante un descanso.


Paco sabía bien los servicios que Cáritas presta a las personas en riesgo de exclusión porque colaboraba con la entidad desde El Palmar desde hacía décadas. «Pero no tenía un conocimiento profundo de lo que significaban las empresas de inserción hasta que vine aquí». Una segunda oportunidad para él también. En Moda-Re trabajan un total de 9 personas con contratos de inserción.

Ahora Paco gestiona el circuito de reciclaje textil que comienza con la recogida del material en cada uno de los 110 contenedores que están repartidos en toda la región. Mensualmente, son unos 40.000 kilogramos de ropa que se envían en sacos a una planta de Barcelona. Allí, entre un 40 y un 50% se convierte en ropa que se pone de nuevo en circuitos de venta o se destina a la entrega social (como donación). Otro 30% se reutiliza como otro tipo de tejidos.

Lo más importante para Paco es que aquí, a diferencia del sector privado del que él provenía, se prioriza a las personas. «Las personas en exclusión necesitan que se les dedique tiempo. Si las escuchas, las tratas de tú a tú, se sienten reconfortadas». Otro valor añadido de Moda-Re, además de la persona, es el cuidado del medioambiente. «Y esto también puede ser un negocio rentable».


El área de reformas de la empresa de inserción de Cáritas forma y emplea a personas en riesgo de exclusión. En la imagen, Iván Gil finaliza la reforma de un economato de Cáritas en Molina de Segura.


Hace tan solo dos años, el volumen de ropa para reciclar que se acumulaba en este almacén de Moda-Re era mucho menor (casi la mitad de ahora), como las ventas. «En 2023, crecimos en ventas más del 50% en las tiendas», cuenta Paco. «Y eso nos está motivando a abrir otra más».

Para Paco, la satisfacción aquí es algo más íntima y personal. «Antes, mi único fin era responder a lo que la empresa y el jefe necesitaran. Ahora formamos gente para que estén listas para el trabajo normalizado y para que ya no se sientan diferentes».

Lo que le dijo el papa al obispo de Cartagena

La línea de negocio de reciclaje y venta de textil Moda-Re fue la más reciente que la empresa de inserción (EI) de Cáritas de Cartagena (‘eh! laboras’) puso en marcha en la Región. Fue en 2019, según nos explica Eva Rabasco, gerente de las EI de Cáritas. Junto a las líneas de reformas y de hostelería, la empresa permite que cada año se formen más de 200 personas en riesgo de exclusión, bajo el modelo de contratos de inserción, que duran entre seis meses y tres años.


Iván conoció las empresas de inserción de Cáritas siendo voluntario en un centro de reparto de alimentos. Aunque ahora es un trabajador de inserción, no ha dejado de seguir acudiendo cada semana a colaborar.


Es el modelo pensado para que las personas trabajadoras que vienen de situaciones difíciles puedan reengancharse al mercado laboral «normalizado» (de nuevo esa palabra de espinas). La diferencia es que, durante el itinerario de inserción, no solo cuentan con las actividades formativas sino con el apoyo psicosocial y la compañía necesaria para seguir adelante.

De todo ello nos informa Eva Rabasco en una mesa de la terraza de la cafetería eh!, frente al Museo Salzillo, por un lado y a la Escuela de Hostelería, por el otro. Antes, hemos degustado algunos de los dulces de su pastelería étnica inspirados en recetas de países a los que pertenecen los alumnos que aquí se forman como baristas o camareros y que, antes, se han preparado también como auxiliares de cocina.

Eva provenía del sector privado. De la banca, entre otros. Llegó a Cáritas, en 2015, para poner en marcha las empresas de inserción. En Cáritas, según nos explica Eva, ya se hacía formación, sobre todo en el área de reformas y limpieza y, además, y se daban cursos para la búsqueda de empleo, pero faltaba esa otra respuesta: una oferta de empleabilidad propia que incluyera la formación.


Las tiendas de Moda-Re son una empresa de inserción de Cáritas que ofrece ropa de segunda mano o reciclada en muy buen estado. En la imagen, Silvia Ramón, trabajadora de inserción, en la tienda de la calla Platería.


«En realidad fue un encargo que se trajo el obispo de Cartagena tras una conversación con el papa», recuerda Eva. Para conocer más detalles de aquella conversación fuimos al palacio episcopal donde nos esperaba monseñor José Manuel Lorca, un lunes por la mañana temprano, en uno de los corredores de ese vetusto edificio.

«Aquella conversación se produjo durante la visita ad limina, una revisión de los asuntos principales que cada cinco años realizan los obispos junto con el papa», recuerda monseñor Lorca. Aquello fue en 2014. Expresamos nuestra preocupación por los jóvenes a los que llaman ‘ninis’, y por las personas sin empleo que salían de nuestros cursos de formación».

Ante esa inquietud, el papa Francisco sugirió encontrar una respuesta. Y la respuesta fue poner en marcha una empresa de inserción. La respuesta fue Eh! laboras.

Según monseñor Lorca, «Cáritas se plantea intervenir por las personas sin esperar que las soluciones vengan de arriba». Con la llaneza de expresión que le caracteriza, el obispo reconoce que, aunque las empresas de inserción ofrecen una salida temporal, «nos quedamos cortos, porque dependemos del tiempo que fija la ley para el contrato de inserción».


Cáritas dispone de 3 tiendas Moda-Re en la Región y da empleo a 9 personas con contrato de inserción, reciclando, además, 40.000 kilos de ropa cada mes. En la imagen, María López, diseñadora y coordinadora de las tiendas Moda-Re en Murcia.


Ese contrato no puede superar los tres años y no todas las personas están suficientemente preparadas para entrar al mercado normalizado. Sin embargo, en Murcia, según la asociación de EI (Crysalia), más del 80% de las personas que completan el itinerario de inserción, encuentran trabajo en el mercado laboral. Los sectores en los que trabajan las EI de Cáritas gozan de una empleabilidad alta.

Una escuela para trabajar con estrellas Michelín

Aunque el título de este apartado parezca un poco exagerado, es realidad, al menos en las cocinas del restaurante Almo, del reconocido chef Juan Guillamón. Allí, cada año, se contrata a varios auxiliares de cocina que han pasado por los fogones y los salones del «eh!» de Cáritas.

Antes, nos hemos desplazado con Eva Rabasco, la gerente de la EI de Cáritas, de la cafetería al restaurante «eh!», cuyo salón está en la planta baja de la escuela de hostelería. Hoy es el primer día de prácticas del servicio de camareros. Aún no han empezado a prepararse, así que podemos sentarnos alrededor de una de las mesas ya vestidas de manteles impolutos. La de hostelería fue la segunda línea de negocio que se puso en marcha, en 2017, como empresa de inserción y, al cabo de unos años, le siguió la cafetería.


La escuela de hostelería dispone de un restaurante con menús de alta cocina a precios asequibles. En la imagen, un servicio a medio día en el restaurante eh!, de Cáritas, en la calle San Andrés de Murcia.


«Para ello nos apoyamos en la experiencia de economía social de Cáritas española», aclara Rabasco. «Y a partir de ahí fuimos aprendiendo del día a día, del ensayo y error que, al final, es lo que te da la capacidad de seguir adelante».

De momento, el salón está tranquilo, pero arriba la cocina es un hervidero de actividad, un ir y venir alrededor de los fogones, entre el brillo de aluminio y metal del mobiliario. «Pruébala, pruébala siempre», le dice Gil de Gea a un alumno que está removiendo un caldo.

«Aquí se forman 160 alumnos, cada año, en cursos de cocina»

Gil es formador en cocina y sala. Es su primera experiencia como formador, aunque estudió un máster para ello. Desde 2016, se dedica a la cocina, con experiencia en otros lugares de España. Ha sido alumno de la escuela de La Flota.

Nos da detalles de cómo desarrollan los menús de degustación a 28 euros, y también sobre las prácticas que hacen los alumnos, como los despieces de pescado y de carne. Y se atreven con experimentos más exóticos: «Por ejemplo, la semana que viene, vamos a hacer la deconstrucción de la tortilla de Ferrán Adriá, que se sirve en una copa de coñac y lleva cebolla caramelizada sobre una base de patatas y huevo». Gil no pierde de vista lo que se está cocinando. Se dirige a otro alumno: «Disculpa, ¿esto está ya cocido? De acuerdo, sácalo y lo pones en la bandeja del horno». Algunos de los platos que practican pasan al menú, si lo aprueban el asesor gastronómico y el jefe de cocina.


Paco García, cocinero, es el alma de la escuela de hostelería de Cáritas que ayudó a poner en marcha.


En otros restaurantes, el menú, que aquí es de 28 euros, costaría entre 40 y 80 euros. Según Gil, el precio se ajusta «porque sabemos que el plato no es heterogéneo o uniforme y no siempre sale exactamente igual. Está hecho por gente que aprende. Lo cambiamos cada dos semanas. Pero nos atrevemos con elaboraciones complicadas ya que muchos alumnos ponen interés. El plato más difícil ha sido la dorada a la murciana con espina de queso. Y nuestros postres, por ejemplo, llevan mucho trabajo artesano también», cuenta Gil, y nos muestra unos preparados que hace una estudiante con acetato alimentario.

Mientras conversamos, se cruza Antonio Amador Moreno, una de las personas clave en la escuela. «Soy gitano», dice al presentarse, «y el hombre gitano (en general) no cocina. Cocinan las madres, las mujeres. Soy un caso especial. Antes, era chatarrero y también había trabajado en el campo desde los 12 años, que salí del colegio. Todo lo que como y visto viene de lo que he sudado».

Antonio recuerda que el gusanillo de la cocina se le despertó un día viendo un programa de cocina en la televisión. «Le dije a mi mujer que me gustaba. Ella me animó y fui a Cáritas. Me ofrecieron un curso si yo me comprometía. Paco García me preguntó: ‘¿Vas a tener tiempo?’ Y yo le dije que tendría los 365 días. Comencé como alumno en 2017. Después de un contrato de inserción, dos años, empecé como ayudante de cocina. Estuve 4 años fuera y luego me volvieron a contratar en noviembre de 2023. Me encargo del menú gastronómico y enseño lo que he aprendido.

Paco García ha sido casi «un padre» para Amador y es el alma en esta escuela. Entró como asesor gastronómico hace seis años, cuando inició el proyecto. «Mi compromiso era por tres años hasta que me jubilase. Pero aquí sigo. Trabajé en el mundo de la cocina en todos los oficios: pinche de cocina, maître, etc. Y así, por todo el Mediterráneo».


Además del restaurante, la escuela de hostelería también dispone de una cafetería que ofrece formación en repostería y en la profesión de barista. En la imagen, Ysabel Canchucaja, trabajadora de inserción, oriunda de Perú.


En Murcia, Paco ha dado clases en varias escuelas de hostelería como la de La Flota, por ejemplo. Y antes de Cáritas, había asesorado a Isol (Asociación Murciana de Rehabilitación Psicosocial) en el restaurante de Los Juncos. Y al final, el boca a boca: cuando Cáritas contrató a Eva Rabasco para montar la EI, ella le preguntó a José Manuel, el presidente de la asociación de EI murcianas, por si conocía a alguien que pudiera asesorarle en temas de cocina.

«Al principio, aquí tenían la idea de (montar) un aula de cocina, pero vi más posibilidades como escuela de hostelería». Desde entonces, cada año, se forman 160 alumnos en cursos de 4 meses que equivalen a 360 horas.

«En enero de este año, fui al Madrid Fusión y en el stand de Murcia hablé con grandes hosteleros. Les invitamos a ser parte de los cursos de formación», cuenta Paco. Ya tenemos en marcha 8 cursos de especialización a los que vienen formadores de escuelas importantes: son cocineros y empresarios. Y la idea es que estos contraten a quienes vean mejor. Muchos de nuestros alumnos ya están trabajando fuera. Queremos empezar otros cursos de especialización con los mejores, pero aún no hemos podido porque todos están trabajando.

En este ciclo, nos cuenta Gil de Gea, hay 16 alumnos y alumnas, que no solo reciben clases de cocina, sino también de refuerzo en lengua y matemáticas, si lo necesitan. «Todos vienen de estar en riesgo de exclusión. Cuesta un poquito porque para algunos esto no era lo primero que tenían en la cabeza cuando vinieron aquí. Pero, de repente, se ven en un sitio en el que no se esperaban estar, y se van haciendo poco a poco con él. Y la verdad es que lo más duro son las primeros dos semanas, pero a partir de ahí empieza la cosa a ir como un guante». Gil llama a una estudiante por su nombre afgano: Farhnaz.


El chef del restaurante Almo, Juan Guillamón, junto a Karla, auxiliar de cocina formada en la escuela de hostelería de Cáritas. Abogada de 33 años, tuvo que salir de Honduras a causa de la violencia.


Personas con estudios universitarios que salen de la exclusión en las cocinas

Farhnaz Aira tiene 29 años y vino de Afganistán hace dos. Allí trabajaba como abogada apoyando a grupos de mujeres, cuando los talibanes se hicieron con el poder. Al principio, le resultó todo muy difícil aquí. «Ahora, en el trabajo me siento como en casa, pero cuando llegué, claro, era abogada, tenía estudios y, aquí, en cambio, no podía hablar ni escribir nada». Dentro de un tiempo, su plan sería montar un restaurante de comida vegetariana o con platos de Afganistán.

Antes, en el salón comedor, Eva Rabasco nos decía que la escuela se encuentra en un momento de consolidación, con una larga lista de espera de personas esperando a entrar en el itinerario de inserción y, por tanto, esperando a que alguien lo culmine. Al igual que el caso de Farhnaz, Eva nos confirma que detectan, cada vez, a más personas en riesgo de exclusión con formación universitaria.

Es sábado, a las 8:15 de la noche. La cocina del restaurante Almo ya está en plena ebullición. Karla Barrera se encarga hoy de asistir en la preparación y servicio de los entrantes para la cena. Al igual que lo que vimos en la cocina de la escuela de hostelería, aquí el mobiliario de metal y aluminio espejea el ir y venir de los cocineros y auxiliares. Una de ellas es Karla. Tiene 33 años y es de Honduras. Era abogada en su país y llevaba el litigio de un caso de invasión de tierras. Tras sufrir amenazas de muerte y de secuestro, tuvo que salir en 2018. Vino a Murcia por el consejo de unos amigos. Pidió asilo y, aunque no se lo concedieron, tuvo la ocasión de formarse en la escuela de hostelería de Cáritas. Hizo las prácticas en Almo, y el chef Guillamón la contrató al finalizar la formación.

«En ese momento», recuerda ella, «se estaba a punto de conseguir la estrella Michelín. Fue (un trabajo) muy exigente, pero ya nos habían preparado bien en la escuela de Cáritas». En la eh! se especializó también en pastelería. Ahora lleva un año y medio como auxiliar de cocina en el Almo. Y piensa seguir formándose en el oficio, pero, además, planea estudiar un master de Derecho Internacional.

Ahora llega Juan Guillamón, el joven chef murciano galardonado con una estrella Michelín y dos soles Repsol. En 2021, se le nombró chef revelación en Madrid Fusión y el mejor de la región de Murcia. Nos sentamos en una de las mesas, ya preparadas para la cena que empieza en breve, y nos habla de las características de su cocina, en este establecimiento que inició su andadura en 2019.

«Nuestras señas son los productos de proximidad y la cocina mediterránea, a la que le añado elementos que traigo de mis propios viajes. Le damos mucha importancia al sabor, a la combinación de sabores dentro del plato, a las texturas, a que esté bien ejecutado y afinado. Que todos los elementos cumplan su función, que mantengan su punto de cocción».

El chef se curtió en la dureza de los diferentes oficios de la cocina. No había tradición de este oficio en su familia. Él empezó en 2006. Estudiaba ADE en Murcia, pero vio que lo suyo era cocinar. Se fue a Londres para trabajar de pinche. Volvió a Murcia y se formó en la Escuela de la Flota, con Paco García, entre otros profesores. En sus comentarios, Guillamón utiliza recurrentemente palabras como «motivar, pensar, imaginar, crear, divertirse».

Sin conocer a fondo la función social de las empresas de inserción, suele recibir a tres alumnos de prácticas de la escuela de Cáritas cada año. En su restaurante, dependiendo de la época del año, puede contratar a entre 15 y 17 empleados. «Somos como una pequeña familia. Los alumnos de la escuela de Cáritas vienen porque están bien preparados y se lo han ganado. Y además nos aportan mucho. Gente como Mory, que proviene de otra cultura gastronómica y de una experiencia muy importante».

Mory Fofana (37 años) también es auxiliar de cocina y lleva más de tres años en el Almo. Es de Guinea Conakry, pero, por problemas «económicos y familiares», tuvo que salir de su país y, desde Marruecos, cruzó el Mediterráneo en patera hasta Almería. Llegó en octubre de 2018. Hace cinco años que no ha vuelto a su país. En septiembre, encontró la oportunidad de estudiar en la eh! de Cáritas. Mory no sabe si la cocina seguirá siendo parte de su futuro. También le gusta el trabajo social. De momento, planea reencontrarse con su familia pronto.

Guillamón considera que la eh! llegó en un momento clave, con la gastronomía murciana en plena evolución. «Es un buen sitio para empezar a buscarse la vida. Animo a cualquier restaurante a contar con estos trabajadores. La cocina es algo versátil y siempre se encuentra perfiles diversos que pueden trabajar en este sector».

Todo empezó con las reformas

Apenas se ve aún la luz del día en la pedanía de Aljucer cuando Iván Gil, de 43 años, sale de casa recién duchado y se monta en una bicicleta. Pedalea unos pocos kilómetros hasta un almacén de Cáritas. Allí se sube a una furgoneta con otros compañeros y se dirigen hasta un local que albergará, dentro de poco, un economato y unas oficinas de Cáritas en Molina de Segura. Por fuera no puede verse la hondura del local y los múltiples espacios y salones que se van sucediendo a medida que se penetra en él.

Como recordaba Eva Rabasco, la construcción y las reformas se constituyó en la primera línea de la nueva empresa de inserción que se montó en 2015, basándose en la experiencia de formación que tenía la entidad en ese sector.

Iván está aprendiendo el oficio de las reformas con un contrato de inserción. Es alto, con gafas, un cierto parecido a Abraham Lincoln, le decimos. Tiene la voz grave. Desde joven trabajó en un bar con su padre.

«Prefiero equivocarme a no intentarlo»

Iván, trabajador de inserción de eh! laboras

En este economato, donde entrevistamos a Iván, empezó a formarse y ahora está dando los últimos retoques para entregarlo totalmente reformado. Sentado en una de las pocas sillas que hay en el local, aún sin amueblar, con sus compañeros preparándose en el fondo, nos cuenta que trabajó en el bar con su padre entre 2002 y 2005. Dejó el bachillerato antes de poderlo acabar. Muchas veces tenía que interrumpir los estudios para ayudar en el bar, «especialmente cuando había partido de Champions».

—¿Tu padre te obligaba a trabajar en el bar?

—No. Directamente no. Pero yo sabía que le había supuesto una gran inversión económica. Y había que hacer el esfuerzo.

Aquella aventura acabó a los tres años. Más tarde, Iván empezó a trabajar en una empresa de jardinería y en un kebab. Quiso retomar los estudios. Pero ya era más grande y le faltaba la suficiente motivación. Pasaba más tiempo en el parque bebiendo litronas o jugando al baloncesto. «Algún porrito también, pero nada más». Confiesa que le tiene mucho respeto a eso, por un familiar que cayó en la adicción e incluso pasó por la cárcel.

Los padres de Iván se habían separado y, como su abuela vivía sola, se mudó con ella para cuidarla. Con la crisis de 2008, el trabajo era escaso. Conseguía solo «algunos trabajitos».

En 2021, empezó de voluntario en el reparto de alimentos de Cáritas. Y a través del contacto con la entidad, en 2022, accedió al contrato de inserción en el área de reformas, en el que no tenía ninguna experiencia. Aquí ha aprendido cosas de sí mismo que desconocía.

«Yo me veo con capacidad de organización y de adaptarme a los cambios. No me dan miedo. Hay que probar a hacer las cosas. Prefiero equivocarme a no intentarlo». De sus aprendizajes aquí, también valora que «con los años he ido adquiriendo paciencia». Antes, cuando algunas cosas salían mal, se enrabietaba y le daba una patada a la carretilla.

Parte de los actuales mejores amigos de Iván son los que hicieron con él el curso de formación en Cáritas. Algunas tardes a la semana sigue acudiendo al centro de reparto de alimentos como voluntario. Continúa «por agradecimiento y para devolver lo que yo he recibido».

Juan José Lucas es el responsable de la línea de reformas en la EI de Cáritas. Vive en Guadalupe. En Cáritas entró, primero como docente, en 2022, y luego como responsable de la línea de reformas, en 2023.

Iván fue alumno de Juan José en el curso de formación, junto con otros 15. El curso dura 8 meses después de los cuales, se insertan laboralmente en Cáritas dos de ellos, y el resto suele encontrar trabajo en el sector. «Iván era muy retraído al principio, pero encajó muy bien y hace grupo con todos. Él era diferente a la mayoría porque era joven, pero tenía algo de experiencia laboral».

Lo que aporta la experiencia de inserción a personas que vienen de condiciones muy difíciles, según Juan José, es, entre otras cosas, «la necesidad de un orden». Pero también, añade con énfasis «buscamos que se potencie y contemple sus propias posibilidades».

El sector de las reformas es muy competitivo, pero al mismo tiempo, nos explica Juan José, «hay tanta necesidad de mano de obra formada que no todas las empresas pueden subvencionar la formación de sus empleados. Además de ello, los técnicos de producción nos garantizan que los resultados y las entregas se hagan conforme a los plazos».

A Iván le queda aún bastante tiempo antes de que acabe su plazo de tres años de inserción. Pero piensa en diferentes opciones para cuando llegue ese momento. Considera que, al llegar a cierta edad, ya no podrá seguir cargando tanto peso.

—¿Y qué te gustaría hacer?

—Quizá algo de impartir formación. Pero ahora, prefiero tranquilidad. Por así decirlo. Cimentarlo bien todo. Y una vez que esté todo cimentado, que Dios disponga.

El futuro pasa por ser rentables, dando más trabajo para más personas

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Está a punto de empezar el servicio del almuerzo en el restaurante eh! Tenemos poco tiempo antes de que entren los primeros comensales y Eva Rabasco evalúa el éxito de las empresas de inserción. «El éxito consiste en si las personas consiguen salir o no de la situación de exclusión, o si encuentran trabajo». Y, además, añade que «nuestro objetivo es llegar a ser rentables. Pero hacer rentable un negocio social es muy difícil», advierte. «Tenemos un sobrecoste de personal que no tienen otras empresas. Contamos con técnicos de producción y de acompañamiento. Nuestro objetivo es cerrar el ejercicio con el mayor número de personas formadas y contratadas. Queremos que las personas se inserten, como mucho al cabo de 12 y 15 meses, después de salir de aquí.

«Es decir», resume Rabasco, «si somos capaces de dar soporte a una mayor demanda de servicios, seremos capaces de contratar a un mayor número de personas en riesgo de exclusión y, segundo, con el paso del tiempo, ser sostenibles».

—¿Cómo se consigue eso?

—Pues gestionando muy bien. No es fácil, no es fácil porque, al final, priorizamos sobre todo el bienestar, la formación y el acompañamiento a las personas que están en situación de exclusión, pero estamos rodeados de profesionales que saben que tenemos que estirar al máximo cada euro, y hemos aprendido a sobrevivir en un contexto muy complicado.

Para Rabasco, la ley que incluye la reserva de contrataciones de EI por parte de la administración pública ofrece una gran oportunidad. Porque, al final, las EI «estamos ayudando a que las personas encuentren su lugar. Estamos ayudando a la integración, dando oportunidades de empleo y liberando de una carga a la administración pública. En el momento que nosotros contratamos a una persona que está en situación de exclusión, su situación cambia. Comienza a percibir un sueldo, al mismo tiempo que se le está formando, con lo que la administración pública ahorra la parte de prestaciones o subvenciones que le daba a esa persona».

Rabasco opina que la administración pública debe apoyar con más contrataciones a las EI. Para la gerente de estas empresas de Cáritas, las EI no aspiran a vivir de subvenciones públicas. «La exclusión no se palía solo con ayuda, y menos la exclusión heredada. La dignidad del ser humano requiere un compromiso mayor. No estamos pidiendo dinero. Estamos pidiendo trabajo», según lo que dicta la ley de contratación.

Para Rabasco, este tipo de empresas tienen la capacidad de responder profesionalmente a la demanda. Pone como ejemplo a otras empresas del sector privado que han tenido una experiencia gratificante con el personal que sale formado de las EI de Cáritas.

«Crecer en servicios, en volumen y ser capaces de acoger a más personas y ofrecer más oportunidades. Eso es lo que buscamos», dice Rabasco.

Tanto en la administración como en la sociedad en general, aún queda mucho porque se conozcan a fondo a las empresas de inserción. Pero todo empieza por cruzar una puerta de cualquiera de ellas. Puede ser la de una tienda de la calle Platería. Entras y nunca sabes qué vestido o qué historias te puedes encontrar.

Este reportaje forma parte del Especial ‘Empresas de Inserción. Un lugar para volver’.

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