Adiós a Luisa, la guardiana de la plaza de toros de Murcia

Adiós a Luisa, la guardiana de la plaza de toros de Murcia

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La mañana del jueves amaneció muy triste en la plaza de toros de Murcia. Las candelas de las puertas estaban en silencio. Atrás quedaba el alboroto de las tardes de toros de septiembre. El amplio patio de caballos de La Condomina permanecía en sigilo. El mutismo por los corrales y una calma espesa llenaba las dependencias del centenario coso, y la conserjería aparecía muda en una rara mañana. Faltaba algo. Sobre todo, faltaba alguien. Por sorpresa, la noche anterior, la guardiana de la plaza, nos dejaba. Los mensajes de aflicción de los profesionales del toro y de los aficionados, que iban trasladando la noticia de unos a otros, vía mensaje de móvil, transmitían sorpresa y consternación.

Luisa ya contaba con 82 años y algún achaque, pero se mantenía vital y seguía derrochando la simpatía que la había hecho una mujer queridísima entre todos los que frecuentábamos la plaza. No había torero, ni el más famoso ni el último becerrista, que no pasara por la plaza de toros y acudiera a la conserjería para saludar a Luisa. Alguno incluso tenía aquel lugar como confesionario en los momentos de más necesidad de contar a alguien sus desvelos. Porque Luisa sabía escuchar.

Se ha ido sin hacer demasiado ruido, un día de malestar en el que su gran corazón dijo basta. Estuve con ella un rato el sábado, que pasé por la plaza. Como siempre, no dejó de preguntarme por toda la familia. Persona atenta, cariñosa y sobre todo acogedora. La Conserjería, desde que en 2009 falleciera su marido, Benito Belmar, ya era más conocida como la casa de Luisa que por la función que aportaba a la plaza. Su personalidad llenaba ese gran espacio del patio de caballos. Las tardes de toros eran muchos los forasteros que se arremolinaban en torno a su oronda figura en la puerta de la casa, en unos bancos que facilitaban el corrillo y la conversación, arte en el que Luisa era maestra, rodeada de sus cuidadas macetas. Ella, como buena anfitriona los trataba como si fueran de la casa.

Atrás habían quedado las tardes de verano en las que cosía y preparaba las divisas que lucirían los toros lidiados en la feria.

La vida de los Belmar está unida a la plaza de toros desde su inauguración, mostrando gran fidelidad a la propiedad, la familia Bernal. A ambas familias les une una relación más allá de la profesional. Desde su matrimonio con Benito Belmar, la vinculación de Luisa con esa vivienda ubicada en el patio de caballos de La Condomina ha sido plena. Allí se han criado sus hijos, Ángel y Paco, jugando y corriendo por los corrales y el ruedo del monumental anfiteatro taurómaco. Ellos dos, en los últimos tiempos, no la dejaban sola. La plaza ya era muy grande para Luisa, guardiana de secretos de este edificio que se irán con ella. La última feria, como siempre, pasaba a saludarla cuando llegaba a la plaza, y le noté el cansancio de la edad, pese a que no aparentaba, con su piel blanca y tersa, ser octogenaria. Alguna noche, acabada la crónica, pasé por la conserjería a despedirme y ya me decía la familia que se había acostado. Las tardes de toros son de mucho trajín y agotan. En su función estaba el control sobre ese llavero del que, en una pared de la conserjería, colgaban todas las llaves de la plaza. En su casa, los alguacilillos ponían en custodia sus trajes hasta el momento de vestirse para hacer el paseíllo los días de corrida, los fotógrafos guardaban sus cámaras, y atendía a todo el que entrara, siempre con una amabilidad y una educación que se debería enseñar en los colegios y que transmitió a sus hijos, la quinta generación del apellido Belmar en la plaza. Ahora les toca a ellos tomar el testigo.

Este viernes, a las 12.15 horas del mediodía, tendrá lugar una misa funeral en el Tanatorio Nuestro padre Jesús en recuerdo de Luisa Rodriguez Lorente, la última conserje y guardiana de la plaza de toros de Murcia.

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