El viñedo más alto del continente europeo

El viñedo más alto del continente europeo

Jueves, 24 de octubre 2024, 01:37

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«Cuando llegues al pueblo, perderás la cobertura». La frase que José Andrés Prieto nos envía al teléfono móvil poco antes de llegar a su bodega, en la recóndita pedanía de Inazares (Moratalla), ya nos dibuja una idea no solo de la ubicación, sino del alma del proyecto que este arquitecto nacido en París y su esposa Ángela Pina, físico de Novelda (Alicante), fundaron hace ya 14 años «de forma totalmente experimental». Sólo guiados por su pasión por el vino. Y por la vida misma. Después de salirnos de la nacional y recorrer la única carretera que llega al pueblo, y lo de carretera es un término muy generoso, el único sonido que recibe al visitante en Alto de Inazares es el canto de los pájaros acompañado de una ligera brisa que sí pertenece al otoño, con temperaturas que rozan los 15 grados. Casi hay que ponerse una chaqueta, aunque el sol brilla en un cielo totalmente despejado.

Estamos en los viñedos de mayor altitud del continente europeo -que no de Europa, cosas de Canarias-. Concretamente, a 1.373 metros de altitud y a solo un paseo del macizo de Revolcadores, el techo de la Región de Murcia. También se vislumbra a unos pocos metros la enorme propiedad del empresario José Ramón Caravante que, por cierto, es «la obra maestra en el ámbito de la arquitectura» del propio José Andres Prieto, que dirigió el proyecto de construcción.

Hasta 18 grados bajo cero han llegado a marcar en invierno -y 36 en verano- los termómetros del hogar de Ángela y José Andrés (todo hecho a mano por la pareja y la familia), a solo unos pasos de las vides y la bodega, distribuido todo en una parcela de solo tres hectáreas y pico. Más que viñas, aquí hay un inmenso jardín en forma de microviñas que no producen más de 4.000 botellas al año que se rifan restaurantes de la talla de Cabañana Buenavista, Magoga, Quique Dacosta o el madrieño Zalacaín. Aunque, de la añada de 2024, no habrá ni una.

¿Ni una?

-Este año, las viñas han tenido el menor desarrollo en los 14 años que llevamos con el proyecto. Por la falta de agua en momentos determinados, y otras circunstancias, la planta ha frenado su crecimiento y se ha protegido para el año que viene. Hemos sacrificado la cosecha y hemos hecho lo que se llama una cosecha en verde.


La bodega está construida a base de contenedores mrítimos reutilizados y unidos entre sí, forrados con troncos de pinos.


Vicente Vicéns/ AGM


A José Andrés Prieto tampoco le hizo falta cobertura ni red de telecomunicaciones de ningún tipo para conectar automáticamente con este terreno. Fue la primera vez que la pareja pisó Inazares, un fin de semana de turismo rural, cuando el arquitecto se asomó por la ventana, contempló el paisaje y «desapareció» el sábado por la mañana, recuerda Ángela. En realidad fue a visitar esta parcela. El domingo por la mañana también «desapareció y, cuando volvió, «ya había comprado el terreno». Un flechazo en toda regla. «Siempre nos han tratado bien en el pueblo, que cuando llegamos tenía 32 habitantes censados y ahora tiene 16. Aunque durante muchos años fui ‘el que ha ‘comprao’», sonríe el arquitecto y bodeguero. «Y yo, la mujer del que ha ‘comprao’»., apostilla su esposa.

Los inicios del proyecto

Para llegar al meollo del asunto, como hizo en su día y sigue haciendo la familia Prieto Pina, hay que pisar piedra. Mucha piedra. «Roca caliza y margas grises», en concreto, que es precisamente la composición predominante del suelo montañoso donde pelean por crecer de forma «heroica», indica la etiqueta de los vinos, variedades como viognier, chardonnay, sauvignon blanc y syrah. Algunas tan poco habituales de ver en la Región como gewürztraminer y riesling. Y otras de las que se consideran «pioneros» en introducción en esta comunidad, como la pinot noir, célebre por su finísima piel, que en Alto de Inazares se ha hecho un poco más gruesa para protegerse de las condiciones extremas de la zona, y con una intervención mínima. Y eso se nota en nariz y en boca. También producen la murcianísima monastrell en una parcela en Bullas.


José Andrés Prieto y Ángela Pina en el interior de la bodega, con una superfcie de 270 metros cuadrados.


Vicente Vicéns/ AGM


Labores como el despalillado también se hacen a mano. No se maltrata ni una sola uva tampoco en las cajas de transporte, de menos de 10 kilos para que el fruto no se agolpe más de lo debido. Aquí está todo pensado, medido al detalle con la escuadra y el cartabón de José Andrés y las leyes indiscutibles de Ángela, que lo mismo se cose nueve kilómetros de redes de protección de las viñas (por arriba y por abajo) para que los estorninos no se coman las uvas, que organiza los gigantescos libros de bodega que hay cumplimentar (también a mano) para que la «insoportable» burocracia no te acabe comiendo por los pies. «El 50% de mi tiempo de trabajo lo empleo en papeleo», protesta Ángela.

Al principio, cuando este terreno no era más que campo sin puertas, las preocupaciones eran otras. Por supuesto, lo primero fue hacer un informe exhaustivo de las condiciones meteorológicas de este rincón que, por cierto, tiene el cielo con menor contaminación lumínica de toda Europa y es ideal para la observación astronómica, según la NASA. También era el lugar perfecto para que Elliot, el cocker spaniel de la pareja fallecido hace unos años, descansara para siempre, con placa incluida.

Después de dos años sin recoger ni una sola uva, fueron los jabalíes los que ‘vendimiaron’

«Toda la información que recopilamos la llevamos a Burdeos, para que la vieran unos expertos en vino, porque nosotros éramos unos simples aficionados. Y nos dijeron: ‘Si no cultiváis vosotros, lo haremos nosotros’», relata Ángela Pina. Así que buscaron la sabiduría de un enólogo como Pedro Olivares, experto en cultivos en altas latitudes como Chile y Argentina. Ahora la enóloga responsable del proyecto es María José Fernández.


Ángela Pina trabaja con las redes que protegen las viñas, que hay que coser por arriba y abajo para que no se cuelen los pájaros.


Vicente Vicéns/ AGM


Preguntamos qué dificultades entraña producir vino a 1.373 metros de altitud, con nevadas habituales habituales, en un territorio plagado de jabalíes, cabras montesas y estorninos, y la primera respuesta son aspavientos. «Aquí luchamos contra unas heladas muy fuertes, y vientos de hasta 120 kilómetros por hora», explica José Andres Prieto. En otras zonas soportan una o dos granizadas al año, mientras que aquí lo normal es que haya cinco o seis por temporada. Para lograr esquivar estas condiciones, las redes que cubren todas las viñas son fundamentales. Redes que hay que colocar y desmontar con cada cosecha.

Por no hablar del suelo, claro. La roca sobre la que crecen las viñas obliga a la pareja a llevar un control exhaustivo de cada planta, que no puede desarrollarse de forma natural. «Cada una de las vides produce entre 200 y 800 gramos de uva. Prácticamente ninguna llega al kilo, lo que en otra bodega sería impensable, algo ruinoso. Pero aquí primamos la calidad por encima de la cantidad. Son vinos honestos», continúa Prieto. Y todo esto con precios en botella que van desde los 10 euros del Mulato a los 30 del Pinot Noir (en la propia bodega). Calidad-precio de risa. «Muchas veces no puedes marcar el precio que tú quieres, sino el que dicta el mercado».

Siete años sin vino

Los dos primeros años de trabajos e investigaciones «no sacamos ni un solo grano de uva de las viñas», recuerda Ángela Pina. Y la primera vez que fueron a cosechar los primeros racimos, ansiosos por fin durante la noche con todo listo para obtener el fruto del trabajo duro, el disgusto fue mayúsculo a la mañana siguiente al comprobar que habían sido otros ‘vecinos’ los que habían ‘vendimiado’. «Por la noche pasaron unos jabalíes y arrasaron con todas las uvas. No dejaron ni una», relata Ángela.


José Andrés Prieto, rellenando el ‘impuesto de los ángeles’ en una de las cuatro barricas de la bodega: «somos más de crianza sobre las lías».


Vicente Vicéns/ AGM


Fue en aquel momento cuando la bodega se puso las pilas con el vallado perimetral. Y eso que la pareja se ha esforzado al máximo en estos años por mimetizarse con el entorno con un respeto casi reverencial. Algo que se demuestra también al visitar la bodega, fabricada con contenedores marítimos reutilizados y ‘forrados’ con troncos de pino de la zona y un ‘aire acondicionado’ natural compuesto por balas de paja. Los aparatos que la pareja utiliza en el interior para trabajar el vino, algunos de ellos nacidos del ingenio familiar, al que se unen las dos hijas de la pareja (ingenieras) y los cuñados (expertos en Economía e Historia). Y todo ello sobre un terreno que, hasta su llegada, permanecía completamente inalterado desde el paso de los romanos. Lógico que José Andrés se haya encontrado por aquí alguna que otra moneda de la época como dinares y sestercios, relata con la emoción de quien no deja de encontrar tesoros, en la concepción más literal de la palabra.

No es la única recompensa a un trabajo titánico que ya se encamina a los tres lustros. Además de varios premios en el certamen mundial de vinos extremos, de calificaciones en la Guía Peñín que no han bajado de los 90 puntos, hasta los 96 del Pinot Noir, esta viticultura «heroica», con los viñedos más próximos al cielo del continente, aporta unas ventajas indiscutibles para obtener un vino divino tras superar tantas dificultades iniciales. Las uvas son «excelentes, muy equilibradas en acidez y azúcar gracias al frío del invierno y el calor del verano», resume José Andrés Prieto. Es un escándalo el carácter «floral y aromático» de los vinos, además de la «agilidad» en boca. Por supuesto, las bajas temperaturas ayudan a combatir las habituales plagas con las que lidian los bodegueros de la Región de Murcia, muchos de ellos agrupados en denominaciones de origen de las que José Andrés y Ángela no se plantean formar parte: «Estamos muy contentos con nuestra calificación de vino varietal», coinciden quienes podrían colgar aquí, perfectamente, un cartel de ‘Grand Cru’. «Mi sueño es conseguir la denominación de Vino de Pago, pero claro, para eso hay que estar diez años antes en una denominación de origen, y va a ser que no», resume Ángela Pina. Más papeleo, no.

Otro vino sí, por favor.

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