Empresas de inserción: Proyecto Abraham, la belleza que hay en el camino de vuelta

Empresas de inserción: Proyecto Abraham, la belleza que hay en el camino de vuelta

Javier Sancho Más y Jorge Martínez

Jueves, 24 de octubre 2024, 01:36

Opciones para compartir

La voz de Olesia Holovco es suave con un ligero temblor. No te la imaginas en un grito. Es ella la que llega con una caja rectangular repleta de bolsillos traseros de pantalones tejanos. Los trae arreglados para que, en Las Culpass, la tienda y taller de dos conocidas diseñadoras murcianas, Marta E. Martínez y Alexandra Cánovas, puedan ensamblarlos en una pieza que venden como pistoleras. A Olesia la conocimos en el taller de El Costurerico, que es parte de la empresa de reciclaje del Proyecto Abraham. Ella vino de Ucrania, con su marido y dos hijos.

Las Culpass han revolucionado el sector con un sello feminista y reivindicativo. Uno de sus diseños más populares, las «pistoleras» (que los clientes también identifican como riñoneras, cartucheras, o alforjas) se hacen a partir de los bolsillos traseros.

Valen para todo. Se cuelgan por la espalda o por el pecho, con unos tirantes ajustables, y son muy útiles para ir con las manos libres porque dispones de un bolsillo a cada lado. No las inventaron ellas, pero sí las hicieron más populares ampliando la estética que antes se asociaba a un sector más limitado de público.


Olesia Holovco (sentada) tuvo que huir de Ucrania con su familia. Proyecto Abraham le ha ofrecido una oportunidad laboral y de formación en El Costurerico y le han ayudado a regularizar su situación en España.


«Las que se hacen con tejido vaquero reciclado son piezas únicas. La materia prima la confeccionan en El Coturerico. Además de sostenible, se trata de un producto solidario porque allí dan empleo a mujeres en riesgo de exclusión», explican Las Culpass a quienes las compran.

A diferencia de otros proveedores, nos dice Marta, «los bolsillos que llegan del Costurerico ya vienen arreglados con esmero. Se fijan si hay algún hilo de un color que no combine y lo cambian. Ellas hacen el trabajo de confección más grande. Y tienen cuidado con ese tipo de pequeñas cosas que, al final, suponen la diferencia».

Posiblemente, nunca sabremos los nombres de pioneras y pioneros que pusieron en marcha la idea del reciclaje de ropa. En concreto, el Proyecto Abraham lo fundó Rafael Sánchez, un exempresario que acabó conociendo muy de cerca el mundo de la exclusión. Murió en 2013, de ELA. Pero en 1998 fue parte del grupo de personas que puso en marcha el proyecto para apostar por la integración de personas en situación vulnerable, a través de un modelo de economía social como el reciclaje de ropa, calzado y juguetes. Un generador de segundas oportunidades para la ropa y para las personas.

Olesia. Su voz entre bobinas de hilo

Como vino de Ucrania hace dos años, todo el mundo le pregunta lo mismo. Y nosotros también. Pero ella no quiere hablar de eso. De la guerra. Olesia es un mar de nervios delante de la cámara porque aún no domina el español. Sin embargo, la noche anterior escribió una carta que desea leernos. La grabó en su teléfono para practicarla. Lo intenta una y otra vez hasta que le va saliendo a pesar de las oleadas de nervios que la agitan.

«Hola, me llamo Olesia, soy de Ucrania, vivo en España desde hace dos años. Mi familia y yo (marido y dos hijos) tuvimos que salir de mi país para estar más seguros y buscar un futuro, porque en Ucrania empezó la guerra y ahora ahí es peligroso».

Llegaron en largos viajes de tren por cuatro países, con la ayuda de la Cruz Roja. «Nos ayudaron a obtener protección temporal, también a encontrar una vivienda y apoyo económico, y clases de español. Un día yo conocí a Felicidad al apuntarme a un curso de costurera en Proyecto Abraham. Ella me está ayudando hasta ahora y durante todo el tiempo que nos conocemos».

Olesia tenía experiencia de costura en Ucrania, en un negocio de tapizado de muebles. Su marido es carpintero y trabajaba como restaurador y ebanista. Ahora él está contratado en la empresa de inserción de Mobiliario&Stands de Isol, otra de las empresas de inserción (EI) de Murcia. Lo vemos llegar a encontrarse con Olesia, cuando él sale de la carpintería de Isol, en Molina de Segura y regresa a Murcia.

«Después de terminar el curso, me invitaron un puesto en Atelier El Costurerico, como auxiliar de costurera», explica Olesia leyendo sus apuntes en la carta.

Gracias a los contratos de inserción que tienen ambos, pueden vivir en un apartamento alquilado. Y con el tiempo, una vez que acabe su período de inserción (que es de un máximo de tres años), sueña, con su marido, poder montar un negocio propio de reparación de muebles.


En su apuesta por la economía social, IKEA Murcia ha habilitado un espacio donde El Costurerico ofrece arreglos y personalización de cortinas, cojines y otras prendas.


Los hijos de Olesia son adolescentes y están afrontando los problemas habituales de adaptación, por las diferencias de idioma principalmente, nos explica.

Y ahora lee de nuevo su carta, ya más tranquila: «Coso con una máquina plana y una remalladora; coso a mano y corto los detalles para coser bolsas. Antonia me enseña a hacer cosas nuevas y a veces creamos nuevos productos. Me siento feliz porque trabajo en lo que me gusta y me apoyan cuando no me encuentro bien».

La voz de Olesia va adquiriendo seguridad a medida que repite el texto aprendido. No quiere cometer ningún fallo y que se entienda bien. Finalmente, su voz se impone. Y lo que quiere decir no es fácil. Aquí encontró una oportunidad para seguir contando su historia. De este modo, las empresas de inserción también son un lugar para rescatar las voces de quienes pudieron haber sido silenciados por la violencia y la muerte. Como esta voz que Olesia ha grabado en su teléfono, y que se atreve a reproducir ahora, en vivo, en medio de las bobinas de hilo y de las máquinas de coser.

La rentabilidad es cada persona que se recupera

María José Chumillas es la gerente del Proyecto Abraham. Supervisa que todo funcione correctamente como empresa con un fin social. Calcula que, de 2 millones de kilogramos de ropa, se clasifican unos 100.000 kilogramos. «El resto se vende a empresas mayoristas del sector».

La nueva ley española de gestión de residuos prohibirá, a partir del próximo año, 2025, que la ropa vaya a parar a vertederos, por lo que la demanda de reciclaje y de segundos usos será cada vez mayor.


María José Chumillas es gerente de Proyecto Abraham, un proyecto de economía social que apuesta por la integración de personas en situación vulnerable a través del reciclaje de ropa, calzado y juguetes.


María José conoció a Proyecto Abraham en un reportaje que hizo en la vivienda de acogida que tiene la organización, en 2007. Ella es también comunicadora y colaboraba en proyectos sociales en África. «Cuando oí lo del efecto llamada, me dio vergüenza por lo bien que a mí me habían tratado allí (en África) y lo mal que nosotros acogíamos a los migrantes aquí». Por eso, se enamoró, confiesa, de Proyecto Abraham. Por la forma de recibir a migrantes, aunque no solo se atienda a ese colectivo.

Otra de las áreas del proyecto es de la vivienda social, donde el año pasado acogieron a 24 personas en riesgos de exclusión por períodos de varios meses. De todas ellas, 16 se reinsertaron laboralmente. Y mientras convivían en el piso, recibían formación y hacían voluntariado en la recogida y selección de ropa reciclada. Además, el proyecto ofrece un banco de alimentos por el que se atendió, el pasado año, a más de 350 personas con necesidades alimentarias, en colaboración con otras entidades.

La ruta de Rusel y algunos recuerdos que aún no pueden habitar las palabras

La voz de Rusel suena a sonrisa. Nos lo presenta María José en la nave de Proyecto Abraham en Puente Tocinos. Rusel Nguefang tiene 45 años y nació en un pueblo de Camerún. Y sí, tiene una de esas voces que cuando se callan aún se quedan en el oído de quien la escucha como el eco de una risa lejana. Está encargado de la logística y recogida de la ropa de los más de 1.000 contenedores de ropa que Proyecto Abraham tiene en toda la región.

Rusel se crio con una tía, pero la situación económica no le permitió seguir los estudios de electricidad que había empezado. Tuvo que salir de su país antes del año 2000. Su pareja estaba embarazada. Hizo largas rutas en las que vio morir compañeros, pasó por centros de detención y fue arrojado a los otros lados de las fronteras. Lo cuenta ahora desviando la mirada brevemente, a sabiendas de que hay palabras que no podrá encontrar y quizás no quiere. Pero algunas encuentra: «Llegué a Argelia y, después, Marruecos. Desde allí nos repatriaron, pero lo que hicieron fue tirarme en la frontera. Fui a Libia; después a Argelia de nuevo». Fueron muchos días de desierto.


1. Rusel Nguefang, trabajador de la empresa de inserción, en la ruta de recolección por la red de contenedores de reciclaje que Proyecto Abraham tiene por toda la Región de Murcia. 2. Rusel Nguefang, oriundo de Camerún, llegó a España después de un periplo migratorio en el que murieron muchos de sus compañeros. 3. Tuvieron que pasar 10 años hasta que Rusel pudo obtener su permiso de residencia y viajar a Camerún para conocer a su hija. Ahora ella estudia medicina gracias al dinero que su padre le envía desde Murcia.

Imagen principal - 1. Rusel Nguefang, trabajador de la empresa de inserción, en la ruta de recolección por la red de contenedores de reciclaje que Proyecto Abraham tiene por toda la Región de Murcia. 2. Rusel Nguefang, oriundo de Camerún, llegó a España después de un periplo migratorio en el que murieron muchos de sus compañeros. 3. Tuvieron que pasar 10 años hasta que Rusel pudo obtener su permiso de residencia y viajar a Camerún para conocer a su hija. Ahora ella estudia medicina gracias al dinero que su padre le envía desde Murcia.

Imagen secundaria 1 - 1. Rusel Nguefang, trabajador de la empresa de inserción, en la ruta de recolección por la red de contenedores de reciclaje que Proyecto Abraham tiene por toda la Región de Murcia. 2. Rusel Nguefang, oriundo de Camerún, llegó a España después de un periplo migratorio en el que murieron muchos de sus compañeros. 3. Tuvieron que pasar 10 años hasta que Rusel pudo obtener su permiso de residencia y viajar a Camerún para conocer a su hija. Ahora ella estudia medicina gracias al dinero que su padre le envía desde Murcia.

Imagen secundaria 2 - 1. Rusel Nguefang, trabajador de la empresa de inserción, en la ruta de recolección por la red de contenedores de reciclaje que Proyecto Abraham tiene por toda la Región de Murcia. 2. Rusel Nguefang, oriundo de Camerún, llegó a España después de un periplo migratorio en el que murieron muchos de sus compañeros. 3. Tuvieron que pasar 10 años hasta que Rusel pudo obtener su permiso de residencia y viajar a Camerún para conocer a su hija. Ahora ella estudia medicina gracias al dinero que su padre le envía desde Murcia.

«Hay cosas de aquello que yo no puedo explicar, porque son dolorosas. En el desierto se muere mucha gente». Recuerda la imagen de compañeros tapando los cuerpos de los que se quedaban. Pero «es que yo no puedo explicarlo porque…» Son esas otras palabras que no se encuentran o se quedaron en el camino.

En ese ir y venir pasaron tres largos años hasta llegar de nuevo a Marruecos. En Melilla, después de un mes y medio, se unió a un grupo que organizó un salto masivo a la valla, en 2002, y aún lleva las marcas en su cuerpo de las concertinas con las que España recibe en aquella frontera a quien busca un futuro. «Algún compañero quedó en el suelo y no logró sobrevivir», dice. A Rusel lo trasladaron a Madrid para, después, dejarlo en la calle. Estuvo viviendo un año en una iglesia. A través de la Cruz Roja, encontró orientación para buscar trabajo en los campos de Murcia.


Proyecto Abraham recicla ropa y otros enseres que recogen por medio de 1.000 contenedores. En la imagen Rusel Nguefang realiza labores de descarga en el almacén de Proyecto Abraham.


Al llegar a Murcia, como muchos otros migrantes, fue a esperar en la gasolinera El Rollo a que le contrataran por un día, por unas horas. Apareció una persona clave en su vida: Rafa, su primer jefe. Le llevó a cargar camiones. No pudo contratarlo hasta que no tuviera papeles, pero le buscó una vivienda de acogida, la del Proyecto Abraham. Cuatro años después de su salida de Camerún, encontró por fin acogida. Al año siguiente empezó a colaborar en los trabajaos de recogida de textil.

Solo hasta 2010 (once años después) pudo conseguir su permiso de residencia y volver temporalmente a su país. Allí conoció a su hija de 11 años. Y empezó los trámites para la reagrupación familiar. Actualmente, su mujer está con él, pero la hija aún está en espera de poder venir. Estudia Medicina. «Me gusta porque ella podrá salvar vidas. He visto a tanta gente morir a la que me hubiera gustado ayudar si hubiera estudiado. Pero no pude. Mi hija sí podrá».

«Una empresa común se fija en la productividad. No se fija en la mochila de la persona que contrata. Nosotras la ayudamos a cargarla. O vaciarla»

Durante todo el tiempo que Rusel lleva trabajando con otros compañeros con contratos de inserción ha visto pasar a muchos con historias de todo tipo, por eso él aplica un método siempre: «lo primero es entender a la persona que llega». Cada uno trae una carga que le puede hacer reaccionar de manera diferente. Por eso, si hay un problema, Rusel se va con la persona a tomar un café y a escuchar.

El valor añadido de las empresas de inserción es que se centran en la persona. Como dice José Manuel García, presidente de la Asociación de Empresas de Inserción de la Región de Murcia (Crysalia), en las empresas del mercado laboral normalizado no suelen atender a las particularidades de cada uno de los trabajadores. «En las EI los acompañamos en sus dificultades. En algunas empresas, por ejemplo, donde trabajan personas con problemas de salud mental tienes que aceptar que algunos días no van a llegar porque el tiempo ha cambiado y los cambios de estación les afecta mucho, por ejemplo, o porque han tenido un mal fin de semana que les afecta profundamente». Pero el éxito es que estas personas consigan ser de nuevo hábiles y útiles para trabajar.

La ropa se recicla, las personas se recuperan. ¿Qué hacer con lo que no puede reciclarse?

Durante un tiempo, María José Chumillas volvió al periodismo y la comunicación. Con la pandemia sufrió una crisis de ingresos muy importante. Es madre de dos hijos, de seis y cuatro años respectivamente. «Me hundió económicamente la pandemia. Pude haber sido una trabajadora de inserción».

Maria José resume con una imagen en qué consiste un itinerario de inserción, la gran diferencia entre las EI y las empresas del mercado normalizado: «una empresa común se fija en la productividad y la competitividad. No se fija en la mochila de la persona que contrata. Nosotras la acogemos con esa mochila y la ayudamos a cargarla. O vaciarla», aclara. «El foco de las EI es la persona, aunque vaya en paralelo con un objetivo de calidad y de conseguir ser sostenibles y rentables».

En la EI de Proyecto Abraham trabajan 16 personas con contratos de inserción, lo que suele durar entre seis meses y tres años.


En el almacén principal de Proyecto Abraham, se clasifican unos 100.000 kilos de ropa cada año.


El equipo de recogida de ropa trae al «ropero» de Abraham todo lo que la gente ha depositado en los más de 1000 contenedores de la región, fácilmente identificables en muchas de nuestras calles, por su color blanco con un círculo rosa en el que se dibuja el logo en diagonal de una camiseta y un corazón. Después de una selección cuidadosa, el 30% se distribuyen entre las cuatro tiendas que tiene la organización, el ropero regional y la venta a mayoristas. En muchos casos, un 70% de la ropa recogida no se puede reciclar ni reutilizar. Por ello, nos explica María José Chumillas, la gerente de la EI de Abraham, que trabajan en red con otras entidades de reciclaje textil para la investigación sobre la gestión de esos residuos, que supone un grave problema para el medioambiente.

Desde el ropero, se seleccionan los artículos que van para venta, los que van a mayoristas y los que irán a donación para familias vulnerables.

Ángeles se hace grande

La voz de Ángeles García es la de la gente que está acostumbrada a dar ánimos a quien no puede más. Tiene 55 años y trabaja actualmente en el ropero regional de Proyecto Abraham. Desde allí, entre otras cosas, donan ropa a la gente que lo necesita (más de 1000 personas el año pasado). Ella misma sabe lo que es la necesidad. Se vio en una situación muy crítica a raíz de la pandemia. Después de estar trabajando toda la vida y pasar por hostelería y trabajos de limpieza se fue al paro, teniendo que aceptar, en el mejor de los casos, trabajos en negro para salir adelante.

Su marido padecía una depresión crónica y no trabajaba desde hacía mucho tiempo, y sus dos hijas estaban estudiando y trabajando en lo que podían. Aunque él había sido muy trabajador de joven, llegó un momento que colapsó y sufrió ansiedad. De la ansiedad pasó a la depresión y, de ahí, a la dependencia de los antidepresivos sin salir adelante ni tener las ganas de volverse a poner en pie en el mundo laboral.


1. Ángeles García, 55 años. Trabajadora de inserción en una de las cuatro tiendas que Proyecto Abraham tiene en la Región de Murcia. 2. Una mala situación económica la llevó a la depresión. Gracias a las terapias, el apoyo de su familia, y su trabajo en Proyecto Abraham, ha salido adelante. 3. Las empresas de inserción ofrecen oportunidades para personas cuya edad les dificulta la búsqueda de empleo. Ángeles García reconoce que su trabajo en Proyecto Abraham le hace sentir útil y que eso le hace bien. En la imagen, en su casa junto a sus hijas.

Imagen principal - 1. Ángeles García, 55 años. Trabajadora de inserción en una de las cuatro tiendas que Proyecto Abraham tiene en la Región de Murcia. 2. Una mala situación económica la llevó a la depresión. Gracias a las terapias, el apoyo de su familia, y su trabajo en Proyecto Abraham, ha salido adelante. 3. Las empresas de inserción ofrecen oportunidades para personas cuya edad les dificulta la búsqueda de empleo. Ángeles García reconoce que su trabajo en Proyecto Abraham le hace sentir útil y que eso le hace bien. En la imagen, en su casa junto a sus hijas.

Imagen secundaria 1 - 1. Ángeles García, 55 años. Trabajadora de inserción en una de las cuatro tiendas que Proyecto Abraham tiene en la Región de Murcia. 2. Una mala situación económica la llevó a la depresión. Gracias a las terapias, el apoyo de su familia, y su trabajo en Proyecto Abraham, ha salido adelante. 3. Las empresas de inserción ofrecen oportunidades para personas cuya edad les dificulta la búsqueda de empleo. Ángeles García reconoce que su trabajo en Proyecto Abraham le hace sentir útil y que eso le hace bien. En la imagen, en su casa junto a sus hijas.

Imagen secundaria 2 - 1. Ángeles García, 55 años. Trabajadora de inserción en una de las cuatro tiendas que Proyecto Abraham tiene en la Región de Murcia. 2. Una mala situación económica la llevó a la depresión. Gracias a las terapias, el apoyo de su familia, y su trabajo en Proyecto Abraham, ha salido adelante. 3. Las empresas de inserción ofrecen oportunidades para personas cuya edad les dificulta la búsqueda de empleo. Ángeles García reconoce que su trabajo en Proyecto Abraham le hace sentir útil y que eso le hace bien. En la imagen, en su casa junto a sus hijas.

«Mis hijas querían dejar los estudios y trabajar, pero yo me sentía sola, porque mi pareja tampoco podía hacer nada». Ángeles cargó con la familia todo lo que pudo. Pero hubo un momento límite y tuvo que pedir ayuda en la iglesia y en los servicios sociales porque llegó a faltar hasta la comida en casa.

Ángeles no se amilanó y se apuntó a varios cursos de formación antes de que la llamaran de la empresa de inserción. Además, en 2022, se separó de su pareja. Cuando entró en Proyecto Abraham, estuvo formándose en El Costurerico con máquinas industriales, algo que la impresionó porque nunca las había manejado. «Pero nadie nace aprendiendo ni sabe hacer las cosas a la primera», nos dice Ángeles. Está muy agradecida con la «paciencia infinita» que han tenido con ella sus compañeras del Costurerico.

Se ha hecho una experta en salir de situaciones difíciles, en, como suele repetir en una frase que parece su lema, «tirar pa’lante». Como muestra, nos cuenta que sufrió tres abortos. El primero fue muy complicado. «Creí que no sobreviviría». Las hijas de Ángeles han sido un gran apoyo, y han trabajado mientas estudiaban.

«Ahora estoy encargada del ropero regional», nos cuenta Ángeles. «Llevo los pedidos para donaciones y a mí me enriquece mucho. Y yo, no sé cómo decirte, me enorgullece poder donar ropa a la gente que está en la calle, que no tiene para vivir, que se le quema a la casa, o 40 cosas que pasan. Esto me hace grande. Desde que estoy aquí, mi vida va más encaminada, va mejor. Y tengo que dar las gracias siempre».

El Costurerico de Ikea. Empresa privada y administraciones públicas pueden hacer mucho

Abraham ha sido pionero en la región de Murcia en la recogida del residuo textil en Murcia. Actualmente recogen el 11%. Hasta ahora han trabajado bajo convenios de colaboración con algunos ayuntamientos. Pero con la ley de contratación, las administraciones deben licitar. Empresas de inserción como Proyecto Abraham entran a competir con otras empresas que no tienen los costes de inversión social que las EI sí tienen. «Si la contratación no tiene en cuenta las condiciones de reserva de mercado para las EI, estamos en riesgo», advierte Chumillas.

Según nos explican en la asociación de las EI y en la administración pública, la ley está orientada a que las administraciones públicas reserven hasta un 10% de las contrataciones públicas a las empresas de inserción. Pero en Murcia, a día de hoy, no llegan ni al 1% en la mayoría de los casos. Algo que, como reconoce el propio director de Autónomos y Economía Social, Tono Pascual, es algo que se tiene que mejorar, lo que implica «que las EI se conozcan mejor en los órganos de contratación». Ya se ha dado el caso de que un ayuntamiento con el que Proyecto Abraham trabajaba ha otorgado un contrato por licitación a una empresa privada que no es de inserción.

María José Chumillas afirma que Proyecto Abraham está creciendo y por eso ya cuenta con cuatro tiendas de ropa de segunda mano. «Y podemos gestionar más». Pero, sobre todo, advierte: «podemos rescatar a más personas de situaciones que les impiden avanzar».

En El Costurerico de Murcia, hay dos mujeres con contratos de inserción, como el de Olesia. Desde allí, Felicidad Cano, integradora social y coordinadora del taller, además de una trabajadora llena de energía, nos pone en contacto con la empresa Ikea, donde El Costurerico dispone de un espacio para el arreglo de cortinas, fundas de cojines y otras prendas.

El Costurerico de Ikea se puso en marcha en 2018, nos cuenta Josefa Rodríguez, responsable de sostenibilidad de Ikea Murcia. Nos acompaña al espacio cedido al Costurerico. Detrás del mostrador, se muestran creaciones del propio taller, como fundas de cojines y hasta un traje de zagalejos para la fiesta del Bando de la Huerta. Una empleada, Luisa, atiende a los clientes particulares que compran en Ikeay necesitan un ajuste o una adaptación.

Según nos explica Josefa, Ikea colabora con proyectos de empleabilidad desde hace tiempo. De hecho, actualmente ofrecen contratos a personas refugiadas en las tiendas. «Este espacio funciona como una plataforma de capacitación laboral porque aquí vienen mujeres que se forman con Luisa, aprenden el oficio; se van y vienen otras. Se trata de personas que se encuentran sin un sustento suficiente pero aún tienen una vida laboral por delante», dice Josefa.

En las tiendas de Ikea de Madrid siguieron el modelo de Murcia y también facilitaron un espacio para una organización que favorece la inserción laboral de mujeres en riesgo de exclusión, llamada «Ellas lo bordan».

En gran medida, el modelo económico actual favorece un mercado de ropa de escasa calidad. «Está hecha», como dice, Marta, de Las Culpass, «para que no dure. Algunos tejidos son tan débiles que es casi forzoso cambiarlos en poco tiempo o tirarlos. Los vaqueros, por ejemplo, que llevan elastano, apenas aguantan». Y, además, recuerda que su compañera, Alexandra, ha podido ver de primera mano la cadena de explotación que se genera en países en desarrollo para mantener viva la industria de la ropa.

Las empresas de inserción que se dedican al reciclaje son una opción para conservar el medioambiente y para recuperar el sentido común en medio de una voracidad de mercado insaciable. Y sobre todo, para que personas en riesgo puedan recuperar el derecho a una segunda oportunidad.

Las administraciones públicas tienen una ley que deben cumplir para que estas empresas favorezcan a más personas y nos beneficien a todas y todos. Las pequeñas y grandes empresas privadas que ya las conocen, como hemos comprobado en este especial en Seur, DHL, Ikea o las Culpass, por ejemplo, avalan la calidad de los servicios que prestan. Falta que se conozcan todavía más y se reconozca el aporte social junto a los productos que generan.

Enlace de origen : Empresas de inserción: Proyecto Abraham, la belleza que hay en el camino de vuelta