Katherine Mansfield y Virginia Woolf, la vida en cartas

Katherine Mansfield y Virginia Woolf, la vida en cartas

Patricia Díaz Pereda

Traductora y editora de la correspondencia de Virginia Woolf y Katherine Mansfield

Sábado, 26 de octubre 2024, 07:41

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Dos mujeres. Dos escritoras. Dos corresponsales infatigables. La mayor, Virginia Woolf (1882), nacida Virginia Stephen en el seno de la aristocracia intelectual, en Londres, el centro del que aún era el mayor imperio de la época. La más joven, Katherine Mansfield (1888), nacida Kathleen Mansfield Beauchamp, en el seno de la élite financiera, en las antípodas, concretamente en Wellington, colonia por entonces del imperio inglés [hoy Nueva Zelanda]. Woolf, orientada hacia la novela, aunque también escribió cuentos, y la crítica literaria; Mansfield, dedicada al relato y también a la crítica periodística por motivos alimenticios. Woolf se quitó la vida a los 59 años; Mansfield, que tan ardientemente deseaba vivir, «si una viviera para siempre no sería suficiente» (carta a VW) murió a los 34 años. Ambas compartieron una misma pasión, la escritura, y una afición en la que brillaron: la correspondencia. Woolf afirmó que escribir cartas «es uno de los dones que las hadas no me dieron cuando se asomaron a mi cuna»; Mansfield, a menudo se quejaba de la limitación de las cartas, de que las suyas eran aburridas y escribió a su amigo Koteliansky: «Pero recuerda el inconveniente de tener que escribir estas cosas. Si estuviéramos hablando, lo podría decir en pocas palabras. Es tan difícil no vestir de domingo las propias ideas y hacerlas parecer fuertes y brillantes en una carta. Mis ideas parecen horribles en sus mejores ropas».

La vida en propia voz

Las personas se retratan en sus cartas, pero solo hasta cierto punto: el estado de ánimo, el momento, la relación con el corresponsal, el deseo, consciente o no, de proyectar cierta imagen, marcan el tono; pero cuando los años han pasado y no nos queda otro recurso, acudimos a diarios, autobiografías y cartas, tanto para componer la idea más aproximada de esa o aquella escritora que ya no está entre nosotros como para disfrutar de su estilo en lo que se ha venido a llamar «las escrituras del yo». En el caso de Woolf, la lectura conjunta de sus diarios y cartas nos acercan a la mujer y escritora; en su diario, más proclive a mostrar su desánimo y a reflexionar sobre la obra que tenía entre manos, en sus cartas se muestra vivaz, directa, divertida y afectuosa y sus comentarios son acerca de los libros ya publicados. El caso de Mansfield es más complejo, no solo por su personalidad más enigmática, sino porque su marido, John Middleton Murry, publicó en 1927, cuatro años después de su muerte, su «diario».


Postal escrita por Katherine Mansfield.


Fue un libro elaborado (está traducido al español) en base a los 17 cuadernos de notas, donde apuntaba recetas, pensamientos, sensaciones, descripciones de objetos o personas, reflexiones sobre otros escritores,con fragmentos cuidadosamente seleccionados por Murry para construir la imagen que de ella quería dar al mundo. Lo mismo sucedió con la selección de cartas que publicó en 1929, mutiladas y esmeradamente elegidas, obviando todo aquello que contraviniera esa mitificación. Murry cultivó hasta su muerte, en 1957, esta imagen, la de una mujer sencilla, etérea, espiritual y casi angelical. La propia Mansfield le escribió, apenas dos meses antes de su muerte: «No sé qué quieres decir, querido, al verme como un ángel con una espada. No me siento así en absoluto». Quizá este constructo sea lo más perdurable de su carrera de letras como periodista, crítico, biógrafo y memorialista, pues logró calar con éxito en buena parte del mundo occidental, y aún hoy sus ecos no se han apagado. El lector inglés tuvo que esperar hasta la biografía de Alpers en 1980 y a la publicación de sus cartas completas en 1984 para descubrir a una Mansfield más genuina y auténtica, bastante distinta de esa imagen, una mujer apasionada, inestable, a veces cruel, irónica, pragmática y afectuosa, libre sexualmente y que mantuvo, en Nueva Zelanda, dos historias de amor homosexuales.

En ‘Poco tiempo en cualquier lugar’, una selección de sus cartas [en Páginas de Espuma], el lector español encontrará a esta Mansfield, salvando el criterio de extensión y el de selección, en el que inevitablemente siempre habrá un factor subjetivo. El propósito de la edición ha sido doble: por una parte, como se ha dicho, mostrar una imagen más auténtica que la edulcorada elaborada por su marido; por otra, dar a través de sus propias palabras junto con notas y cronología, un esbozo lo más completo posible de su breve e intensavida, pues en español es muy escaso el material biográfico. El título está tomado de una carta a lady Ottoline Morrell: «Pero una siempre vive poco tiempo en cualquier lugar…».

La neozelandesa siempre fue una outsider, que se sintió muy limitada en su patria natal, pero extraña en Inglaterra, y a pesar de su continuo cambio de casas y países, nunca consideró demasiado tiempo un lugar al que llamar suyo. Su deambular fue por motivos económicos, de insatisfacción, de enfermedad: «Me iría de aquí mañana, pero ¿a dónde se puede ir? Una comienza el vagabundeo de una tísica, ¡fatal! Todo el mundo lo hace y muere» (carta a Dorothy Brett). Con este criterio biográfico, asistimos a la evolución desde una Mansfield muy joven que, estudiante en Londres, se siente maravillada por todo lo que la ciudad tiene que ofrecer, que decide convertirse en escritora y tiene muy claras las ideas en cuanto al papel de la mujer: «Me entusiasma tanto que las mujeres tengan un futuro definido, ¿a ti no? La idea de quedarse sentada y esperar a un marido es absolutamente repugnante -y ciertamente es la actitud de muchas chicas-». El volumen finaliza con una carta a su padre, nueve días antes de morir en Fontainebleu.

En el caso de la correspondencia de Virginia Woolf, mucho más dilatada que la de Katherine Mansfield (no solo por una vida más larga, sino porque esta última obligó en varias ocasiones a sus amigas a destruir y quemar sus cartas), el criterio de selección es quizá menos biográfico que temático, pues Woolf llevó una vida más sedentaria y ordenada que Mansfield. Los temas que aborda la selección son la literatura, las casas (pues los espacios de vida y trabajo tenían gran relevancia para ella) y los amigos, que nos muestran a una mujer cercana, en su día a día, más vital y entusiasta que la imagen de mujer depresiva y enfermiza que el lector no especializado podría tener, dadas sus crisis mentales y su suicidio.


A la izquierda, de perfil, A la derecha, Virginia Woolf.


Páginas de Espuma


Los amigos y conocidos de Woolf, a quienes retrata o de quienes habla en sus cartas, formaron parte, en su mayoría, de élite literaria, artística e intelectual de su época; no solo los miembros del llamado grupo de Bloomsbury, sino otras figuras como T. S. Eliot, W. B. Yeats, Gerald Brenan, David Garnett, Stephen Spender… Los de Katherine Mansfield, que aparecen en su correspondencia o son sus destinatarios, son más limitados en número: D. H. Lawrence, Bertrand Russell, T. S. Eliot, S. S. Koteliansky, Dorothy Brett o la anfitriona y mecenas lady Ottoline Morrell, también amiga de Virginia Woolf.

Una relación compleja

Aunque la neozelandesa sentía, en general, una fuerte antipatía por el círculo de Bloomsbury, era casi inevitable que, en el mundillo literario y artístico, con amigos comunes, ambas escritoras se conocieran. Fue en febrero de 1917 y las presentó uno de los viejos amigos de Virginia, Lytton Strachey, que había conocido a Mansfield en Garsington Manor, la casa de los Morrell en Oxfordshire. A Mansfield le había encantado la primera novela de Woolf, ‘Fin de viaje’, y unos meses antes le había dicho a Strachey que Virginia era la persona del mundo a quien más le interesaba conocer.

La primera impresión de Woolf del primer encuentro, anotada en su diario, fue que su vulgaridad se olvidaba enseguida porque era muy inteligente, además de inescrutable. Enseguida la vio como posible colaboradora para la editorial de los Woolf y escribió a su hermana, Vanessa Bell: «Voy a ver a Katherine Mansfield, quizá le saque un relato»; esto las llevaría a verse a solas y conocerse mejor. Unos meses más tarde, Mansfield escribió a lady Ottoline Morrell, acerca de Virginia: «La semana pasada cené con ella y fue encantadora -me gusta muchísimo- pero sentí por primera vez la extraña, temblorosa, centelleante cualidad de su mente, y por primera vez me pareció una de esas mujeres de Dostoievski cuya «inocencia» ha sido herida -de pronto sentí que la comprendía totalmente…- me pregunto si estás de acuerdo».

Por su parte, Woolf le escribió, a su amiga Violet Dickinson, en junio de 1918, cuando los Woolf ya habían publicado ‘Preludio’: «Fue muy generoso por tu parte comprar dos ejemplares del libro de Katherine Mansfield. Espero que te guste; creo que sí. Es una neozelandesa con pasión por escribir y ha tenido todo tipo de experiencias, vagabundeando con un circo itinerante por los páramos de Escocia y se ha mantenido escribiendo historias en el New Age, pero esto es con mucho lo mejor que ha hecho hasta ahora». Fue una amistad no exenta de malos entendidos, celos y recelos.


Una carta original de Kathernine Mansfield a su marido, Murry, fechada el 1 de abril de 1918.


Páginas de Espuma

Imagen - Una carta original de Kathernine Mansfield a su marido, Murry, fechada el 1 de abril de 1918.

Woolf tuvo dificultades con la inconsistencia y volubilidad de Mansfield; tampoco fue muy consciente de la gravedad de su enfermedad, ni comprendió su relación con Murry (a quien no profesaba ninguna simpatía). En general, tras el inicio de su amistad, se mostró más interesada por Katherine que a la inversa; conservó todas sus cartas, mientras que de las suyas a la neozelandesa solo se han conservado dos o tres. Mansfield percibía a Woolf mucho más delicada y frágil de lo que era en realidad; en su relación con ella se mostró a menudo difícil, esquiva y reservada, y como corresponsal, inconstante. Pero a pesar de todo, cuando conversaban a solas de su pasión compartida, la literatura, encontraban una comprensión, un terreno común y una afinidad en sus objetivos muy difícil de alcanzar con otras personas. Así, la neozelandesa le escribió a Woolf solo cinco meses después de conocerse: «Fue bueno tener tiempo de hablar contigo. Tenemos el mismo trabajo, Virginia, y es muy curioso y emocionante que ambas, bastante por separado la una de la otra, persigamos algo tan parecido. Lo hacemos, lo sabes, no se puede negar». Y en 1919: «Virginia, he leído tu artículo de las ‘Novelas Modernas’. Escribes tan condenadamente bien, tan endiabladamente bien. Están esos pequeñajos, ya sabes, esquivando y dando tropiezos, cogiendo una bocanada de aire aquí y mirando fijamente allá -y ahí está tu mente, tan acostumbrada a coger aire a lo grande-. Para decir la verdad, estoy orgullosa de tu escritura. Leo y pienso ‘Cómo los derrota’…». Por su parte, Woolf anotó en su diario, tras la muerte de Katherine, que era la única persona de cuya escritura había sentido celos.

Los últimos años de Mansfield

La amistad entre ambas duró desde 1917 a 1920, cuando Mansfield tuvo que marcharse de Inglaterra definitivamente a causa de su enfermedad y solo volvió ocasionalmente a Londres un par de meses en 1922. Katherine no la escribió, pero cuando Virginia le envió a Francia una carta en diciembre de 1920, felicitándola por el éxito de ‘Felicidad’ y otras historias, Mansfield contestó: «Por favor, no hables de triunfo, ni siquiera en broma. Me hace agachar la cabeza. Deseo que algún día pueda merecer tu larga y generosa carta, pero ese día es lejano, lo sé. Gracias de todas formas. (…) Pienso en ti a menudo, muy a menudo. Ya es hora de que hablemos. (…) Adiós, querida amiga (si puedo llamarte así)». Sin embargo, unos meses antes, le había escrito a su marido que no podían incluir a Virginia en la lista de sus verdaderos amigos, aunque sí entre la gente «agradable».

En la primavera de 1921, cuando Mansfield estaba muy enferma y sola en Menton, Murry, que mantenía un romance con la princesa Bibesco en Londres, se encontró con Virginia y le pidió que escribiera a su esposa. Woolf lo hizo, como le contó en una carta a Dorothy Brett posteriormente: «He estado mirando en mi diario y veo que debí de escribirla en algún momento en marzo de 1921. Por lo que dices, quizá nunca le llegó mi carta. Me hace lamentar más que nunca el no haber persistido; sin embargo, me gustaría pensar que no me tomó antipatía, como creí, o se cansó de tener noticias mías. Me había estado viendo con Murry, que justo iba a reunirse con ella y dijo que se sentía sola y me pidió que la escribiera. Así que la escribí enseguida, una carta muy larga, diciendo que solo tenía que escribir una línea y yo seguiría escribiéndola con regularidad. Me duele que nunca me contestara y luego, como te conté, aquellos chismorreos me aseguraron que ese era su juego, etc., etc.; hasta que, aunque quería escribirla, sentí que ya no sabía en qué punto estábamos y esperé a verla -como creí con certeza que sucedería-. He estado pasando a máquina sus cartas esta mañana y es terrible para mí pensar que sacrifiqué algo por ese odioso chismorreo. Ella me dio algo que nadie más puede».


Portada del libro publicado por Páginas de Espuma ‘Poco tiempo en cualquier lugar. Cartas 1903-1922’, de Katherine Mansfield, con traducción de Patricia Díaz Pereda. 264 páginas. 26 euros.

Imagen - Portada del libro publicado por Páginas de Espuma 'Poco tiempo en cualquier lugar. Cartas 1903-1922', de Katherine Mansfield, con traducción de Patricia Díaz Pereda. 264 páginas. 26 euros.

En enero de 1922, Virginia se quedó impactada por la noticia de su muerte en la prensa, y sintió remordimientos por no haberla escrito ni visto cuando tuvo oportunidad, o haber dado más importancia a su enfermedad. Nunca la olvidaría y seis años después de su muerte le escribió a lady Ottoline Morrell: «Estoy leyendo las cartas de Katherine Mansfield y me siento desolada por ellas. ¡Qué desperdicio! Y qué horrible: su pobreza, su enfermedad; y no supe ver tampoco lo dotada que estaba. Y ahora ya nunca -pero sabrás lo que quiero decir-».

Katherine Mansfield pasó los últimos meses de su vida muy enferma; interrumpió su labor literaria y solo escribió cartas; sin poder encontrar una cura a su tuberculosis, atravesó una crisis espiritual y decidió trasladarse al Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre, en Fontainebleu. Le escribió a su marido: «De repente, decidí (porque fue repentino, al final) intentar aprender a vivir según lo que creía, nada menos, y no como en toda mi vida hasta ahora, vivir de una manera y pensar de otra… No me refiero superficialmente, por supuesto, pero en el sentido más profundo siempre he estado desunida. Y esto, que ha sido mi «pena secreta» durante años, ahora lo es todo para mí. Realmente ya no puedo seguir pretendiendo ser una persona y ser otra, Boge. Es una muerte en vida. Así que he decidido hacer borrón y cuenta nueva de todo lo que fue «superficial» en mi pasado y empezar de nuevo para ver si puedo entrar en esa vida real, simple, veraz y plena que sueño». Una vida que, quizá sin pretenderlo, plasmó en sus cartas.

Patricia Díaz Pereda

La traductora de la correspondencia de Virginia Woolf y Katherine Mansfield constata en ‘Poco tiempo en cualquier lugar’, «con exquisitez», según el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, «el perpetuo deambular, de los afectos, antipatías y simpatías» de Katherine Mansfield por lugares, animales y personas (entre las que se hallan D. H. Lawrence, Virginia Woolf o T. S. Eliot), «y su inmersión total en la literatura aun a cambio del sacrificio, de la intensa y turbulenta relación con su marido; también su pasión por la vida pese a dificultades o enfermedades». Díaz Pereda es especialista en traducción literaria (inglés) por la Universidad Complutense.

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