El amor perdido de Juan Guerrero Ruiz

El amor perdido de Juan Guerrero Ruiz

Juan Antonio López Delgado

Académico C de las Reales Academias de la Historia y de Alfonso X el Sabio

Sábado, 2 de noviembre 2024, 07:45

Opciones para compartir

Dicen que alguna vez, en conversación privada, se le oyó decir a Juan Guerrero Ruiz esta cauda sentimental: «…de mi novia, la que se murió».

La novia de Juan Guerrero era Marcelina, nacida primogénita en 1895, fruto del matrimonio de José Alegría Nicolás y de Josefa Soler Gimeno. Esta señorita, desgraciadamente, falleció muy joven, a los diecisiete de su edad, año de 1912.

Dice Mariano C. Pelegrín Garrido, en su libro sobre D. José Alegría, que dicho óbito «dejó a su padre marcado para siempre. Se puso de luto y no se lo quitó durante toda su vida».

La esclusa de su dolor se le abría líricamente en composiciones cada vez más desestructuradas y menos nervudas, aunque siempre con algunas de las vituallas de un don que tampoco quiso nunca darle el cielo. Empero, el soneto construido en la inmediatez de su angustiosa pesadumbre nos parece digno de encomio, por su emoción, evocación y belleza:

¡ELLA!

Comparable al lucero más hermoso;

del ensueño feliz el bello ideal;

ella, en su breve estancia terrenal,

más que mujer era un ángel candoroso.

El amor entrañable y pudoroso,

en ella delicado madrigal,

matizaba su voz angelical,

como el suspiro alado y venturoso.

Si entre las bellas mereció la palma,

también por su virtud fue bendecida,

y al recordarlo mi dolor se calma.

Lloro su muerte y la ilusión perdida;

¡que ha sido ella la vida de mi alma,

y ahora es ella el alma de mi vida!

José López Rico, yerno del que fuera gran escritor y director del diario LA VERDAD, en su libro ‘José Ballester. Escritos inéditos y autobiográficos’, y particularmente en las páginas atañentes a la correspondencia epistolar dirigida a su suegro por Juan Guerrero Ruiz, se expresa de esta suerte:

«Entre los documentos que, afortunadamente, han devuelto al Archivo Municipal están las cuartillas 4 y 5 de una carta que Guerrero escribió desde Murcia, el 30 de septiembre de 1913, a Ballester, que se encontraba en Madrid. Hay muchos párrafos en francés, copiados al parecer del libro ‘La sang parle’, de Camille Mavelair [sic, por Mauclair], y el tema central se adivina que es la búsqueda de una compañera para toda la vida, ya que hace más de un año que perdió a Marcelina Alegría, su gran amor juvenil (38 años después todavía la recordará: «¿Sabías tú que Leonor murió siete días después de Marcelina, el 1 de agosto de 1912? El poeta y yo coincidimos en tanto duelo; el mío tan vivo hoy en mi recuerdo»- le escribe el 23-7-1950)».


Marcelina Alegría y Juan Guerrero Ruiz, Secretario del Ayuntamiento de Murcia (año 1926).


Archivo de la familia Sigler Alegría.


Guerrero no tarda muchos años en contraer matrimonio con Ginesa Aroca, «rostro de imagen de Salzillo pintado por el Tintoretto», al decir de Luis Garay.

En los retratos que dan la imagen del Guerrero más juvenil conocidos hasta ahora su traje es siempre negro, sin ir de luto. Y va con barba, una barba muy cuidada, copiosa ya a los dieciocho años, también negra.

Fueron años de tertulia en estudio de pintores, calle de Riquelme. Con Garay y Planes. Con Ballester y Sobejano. Muy admiradores de Juan Ramón Jiménez en aquel tiempo de admiración a Rubén Darío.

Tenía razón Garay: «Además del cultivo de los libros y del cultivo de la amistad, desempeñaba una singular ocupación: iba coleccionando datos para formar un archivo de la vida artística literaria e intelectual».

Que viene desde luego a dar semejanza y cohonesta con el pie de foto que de la suya traía el Número Extraordinario de LA VERDAD de 1926: «La figura de D. Juan Guerrero Ruiz llega en esta nueva etapa de la vida de Murcia al Ayuntamiento, coincidente con radicales transformaciones en el régimen del Municipio, y podemos asegurar que sabrá, dentro de su esfera de acción, utilizarlas para fines enaltecedores de su patria chica. En el señor Guerrero concurren altas condiciones de cultura que acrecentarán sus prestigios sólidamente».

Y en otra fotografía suya del Extraordinario de 1927 se le ve despachando, como Secretario del Ayuntamiento, con el Alcalde de Murcia D. Francisco Martínez García, en aquella briosa etapa de mejoras urbanas aplicadas a nuestra ciudad:

«Para que tan notable avance -dice José Ballester en el ‘Panorama del año’- se haya efectuado en la marcha del municipio murciano, fue preciso que el señor Martínez García, estuviera asistido, de una parte, por colaboradores llenos de un buen espíritu cívico, cuales son los miembros que integran la Corporación Municipal; y por otra parte, del pueblo, que ha otorgado plenamente su confianza al que llama su alcalde inteligente y honrado.

En medio de sus idas y venidas de Murcia a la Villa y Corte y viceversa, Guerrero, antes de recibirse de abogado, «vivía en Madrid anhelando todos los días vivir en Murcia». ¿Por qué aquel desasosiego dulce y aquellos vagos pesares?

El régimen interior del Ayuntamiento tiene, a favor de una meritoria organización, el nombramiento de Secretario, recaído en el abogado y hombre de especial cultura con cuya amistad nos honramos, don Juan Guerrero Ruiz».

***

En medio de sus idas y venidas de Murcia a la Villa y Corte y viceversa, Guerrero, antes de recibirse de abogado, «vivía en Madrid anhelando todos los días vivir en Murcia». ¿Por qué aquel desasosiego dulce y aquellos vagos pesares que le enriquecían el espíritu y animaban su pequeño cuerpo moruno? Esta pregunta sólo puede satisfacerla un joven muy enamorado.

En el rostro moreno de moro amigo aún no anidaba la negra barba aquella ni la cara era todavía tan redonda, aunque, eso sí, mantuvo siempre su sonrisa simpática y su saludo suave. La alopecia también hizo de las suyas. El bigote fue más profuso con los años, sin las atildadas pero breves guías de antes.

Sin demasiado esfuerzo, nos imaginamos cómo acudiría a la calle de San Félix, en la Puerta de Orihuela, a hablar con Marcelina Alegría, previo permiso paterno. Y, luego de unos meses, y tras una limpia declaración de intenciones, accedería a la casa, en cuyo huerto-jardín tantas horas de grato coloquio esperaban a los novios, en dulcedumbres de preludios nupciales. ¡Oh aquellos estíos de 1910 y 1911, en la abarcable ciudad, de gracia serena, con el hermoso jardín de encanto y melancolía, fuera de la casa, iluminada también entre veladas de Arte y Literatura!


Juan Guerrero, ejerciendo como Secretario del Ayuntamiento de Murcia (año 1927).


‘Las hojas verdes’

Una tarde pondría Guerrero en manos de su novia uno de aquellos libros amarillos que se prometía editar Fernando Fe y cuyo título era ‘Las hojas verdes’.

Juan Ramón, hermanando arte y naturaleza, tenía ya la musicalidad de escuela romántica de Schubert, en versos que el novio le leía con aquella voz suya, tan suave, casi susurro…

Otra tarde, ante la antología del Simbolismo preparada para el ‘Mercure’ por Adolphe van Bever y Paul Léautaud, le hablaría de otra que van ordenando y anotando Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún y en que el propio Juan Ramón Jiménez traduce poemas de Verlaine, de Samain, de Pierre Louÿs…

Otras, en fin, le leería poemas del fácil y fecundo Villaespesa, que alcanzaba, como Ricardo Gil en ‘Tristitia rerum’, acentos de brumosa melancolía que ora se dijeran leves toques de cuadro de impresión ora estilizadas estampas de motivos prerrafaelistas.

***

Se retrataron juntos en el establecimiento fotográfico de Miralles. ‘Luz y Arte’ era el reclamo publicitario de la Casa, aunque ni la una ni el otro eran novedad estética en Murcia. Damos en primicia la única muestra que hay de su noviazgo seguramente.

Aún en el ángulo superior derecho se atisban una fecha y un nombre: «M…lina 1912».

La composición se resuelve en la diagonal clásica que eslabonan las dos figuras, enlazadas por sutiles peanas con remate de mármol que sostienen vasos cuajados de clavelones y hortensias, desparramándose éstas por la falda de la dama hasta llegar al suelo.

La luz penetra y se difluye uniformemente desde la galería acristalada del fondo, sólo a medias consentida por la espesa cortina recogida, con cenefa de encaje.

Juan Antonio López Delgado (Murcia, 1950).

Se licenció y doctoró en la Universidad de Murcia en 1973 y 1977, en Filología Románica. Profesor de Instituto durante 35 años, ha colaborado en diversas publicaciones locales y nacionales (Epos, Revista de Estudios Taurinos, Boletín de la Real Academia de la Historia…). Su ya extensa obra refleja particulares inquietudes por los siglos XVIII y XIX, de ahí sus estudios sobre la ‘Expedición Militar Española contra Argel de 1775’ o ‘La Biblioteca del Conde de Floridablanca’ y libros sobre el General y escritor Ros de Olano y los pintores Domingo Valdivieso y Eduardo Rosales. Es académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y desde 2019, y correspondiente de la Real Academia Alfonso X el Sabio.

Este contenido es exclusivo para suscriptores



Enlace de origen : El amor perdido de Juan Guerrero Ruiz