Sábado, 16 de noviembre 2024, 13:47
La vida en la carretera empieza a las siete de la mañana. Los músicos suben a la furgoneta, recorre algunas horas hasta la ciudad donde será el concierto. Llegada al hotel, bocadillos, prueba de sonido, hamburguesas y concierto. «No es muy saludable», asegura Juan Sebastián, pianista de 32 años, que estuvo varios años de gira con artistas de otros géneros musicales que llenaban plazas de unas cuantas decenas de miles de personas en festivales de verano. «Es como irte de campamento con tus colegas pero estás trabajando. Son muchas horas de vida. Te pagan el concierto pero dedicas catorce horas al día».
La cantidad de dinero con el que regresa a casa un intérprete depende de que «los jefes paguen una cantidad justa. Cuanto más dicen que aman la música, peor pagan». Lo usual va de 350 a 500 euros por toque, según la cantidad de público: si hay 15.000, la primera opción; con 40.000 entradas vendidas, la segunda. Influye también el tamaño de la banda, que puede tener cuatro o doce músicos. «Desde que sales de tu casa hasta que regresas ganas unos 20 euros brutos la hora», saca cuentas Juan Sebastián. «No se debería cobrar menos de 800 por concierto en un festival».
La interpretación en directo es el «principal refugio económico de los músicos» pero más de la mitad no llega al sueldo mínimo. Un 16% ni siquiera alcanza los 6.000 euros anuales y otro 27% no llega a 12.000, indica el ‘Estudio sociolaboral sobre los músicos en España’, realizado por la Sociedad Artistas Intérpretes o Ejecutantes (AIE). Uno de cada siete euros que devengan procede de los conciertos y el resto de los derechos de autor y lo que pagan discográficas y plataformas ‘on line’. «Somos supervivientes de la precariedad laboral», sostiene Juan Sebastián. «Además, la profesión se valora muy poco y se paga menos».
Dedicado exclusivamente a la música, Juan Sebastián es parte de esa mayoría que se dedica a su actividad artística como principal ocupación (70%, dice AIE). Con dos álbumes de jazz editados (‘Lluvia de mayo’ en 2012 y ‘Tribute’ en 2017), Juan Sebastián (METER WEB) asegura que los graba «a pérdida» y que las regalías de la difusión por ‘streaming’ no alcanzan para grabar un siguiente disco. «A través de la docencia, a la que se dedica la mayor parte del gremio, muchos de nosotros cubrimos esa parte. Las plataformas pagan muy poco, porque el jazz tiene pocas visitas. No hago muchos números. Pero sé que ganaba más dinero vendiendo los discos en CD. Para los de ‘underground’ era más rentable, pero la exposición era menor. El dinero llega de muchas maneras. Yo todavía no he conseguido un éxito económico», mantiene Juan Sebastián.
«Tocar mi propia música en los locales es muy enriquecedor»
«Ahora el turismo acaba con la conversación que había entre el público que quería creatividad y el artista que estaba en un proceso de estudio y transformación del lenguaje musical. El entretenimiento es muy voraz, se vende una experiencia, alguien disfrazado de swing de los años veinte, mientras cenas algo de un cocinero de la hostia. Para mí es una aberración. En cambio una jam es una reunión musical, para compartir».
«Tocar mi propia música en los locales es muy enriquecedor. Puede haber momentos con más o menos público pero siempre he recibido mucho amor por parte del público y de los músicos con los que he tocado. Muchas veces he presentado proyectos que no han derivado en discos, es muy difícil. Hay muchos factores para que tu proyecto propio sea rentable. He estado cerca de que sucediera, pero nunca llegó a suceder».
¿Para qué invertir entonces varios miles de euros en un álbum? «El disco es necesario para decir quién eres», responde Juan Sebastián. Sólo 2% tiene vínculos con una gran discográfica y un 84% no tiene ningún tipo de contrato con los sellos.
Con una formación musical desde los cuatro años en Ibiza, Astrid Canales fue concertista de viola en orquestas al cumplir doce y se graduó en un conservatorio alemán a los 18. En ese país fueron sus primeros trabajos como cantante. Los caminos musicales la llevaron al neosoul, un género que fusiona lo electrónico, el góspel, el jazz y el hip hop. «Elegí un camino que no es fácil ni rápido, el de mi proyecto propio, con mis composiciones y en el que yo produzco todo. Hay que lidiar con mucha paciencia y seguir trabajando. Mientras tanto », explica Canales, de 28 años con trabajos como ‘Amantes’ y ‘Tan salvajes’. «Ahora doy clases, soy compositora, productora y arreglista, otros me contratan para que yo haga las partituras que tocarán en conciertos o grabaciones».
Libertad y vocación
Astrid Canales forma parte de ese 69% de músicos «pluriempleados», según el estudio de AIE, basado en una encuesta a más de 1.600 socios realizada en 2023. La mayoría compagina la ejecución del instrumento con la docencia; se emplean en actividades aledañas como técnicos de sonido, mánager o productores; o está en las filas de dos a cinco bandas, con seis de cada diez tocando unos 40 conciertos de media, y una décima parte tocando un día de cada tres.
«La constancia en esta carrera es absolutamente imprescindible»
«Pocos afortunados pueden finalmente conseguir lo que todos los músicos queremos: vivir de la interpretación y tener una calidad de vida segura. Casi todos los demás necesitamos el apoyo de la pedagogía para tener buenas condiciones y derechos».
«Tenemos que encajar que no todos podemos llegar al éxito. Somos tantos y hay tantos medios de exposición que la competencia para llamar la atención es muy fuerte. Pero quiero pensar que hay un rayo de esperanza y que quien curra como un descosido lo consigue».
«Saldré en 2025 de gira con mi nuevo disco y una nueva banda. Es el primero después de haber sido madre. En este tiempo hice una pausa y grabé ‘Abrazarte’ (un disco de versiones de temas románticos latinoamericanos) por placer. La constancia y la paciencia en esta carrera es absolutamente imprescindible».
En el sector, además, existe una brecha salarial: las mujeres cobran un 13% menos que los hombres, según el estudio. «Los intérpretes ‘free lance’ estamos bastante abandonados a nuestra suerte», advierte Canales. «Si no queremos ser profesores nuestra situación es arriesgada, pendemos de un hilo. Los bolos se suelen pagar con factura, sin contratos de actuación, sin alta y como autónomo con una cuota loca».
A pesar de los aspectos económicos negativos, como que al llegar a la edad de jubilación los intérpretes tienen una media de sólo 18 años cotizados, que «predominan las contrataciones puntuales por día de actuación», dice la AIE, que la temporalidad aumenta año tras año y que sólo dos de cada cien tiene un contrato con una discográfica grande, hay razones para persistir en la música profesional. «La libertad, para mí es fundamental», defiende Juan Sebastián, que prepara un tercer álbum titulado ‘Diez canciones’. «Gracias a elegir la música dispongo de mucho tiempo para mí mismo, para criar a mi hija, para dedicarme a crear y componer con alta dosis de espiritualidad, entendida como el diálogo contigo mismo. No quiero ser esclavo del sistema. Los humanos sólo disponemos de tiempo».
Tocar en directo
Algunos músicos trabajan en hoteles o barcos, con un repertorio fijo todo el año. Otros con ‘bolos’ diversos y a veces sin ensayar, confiando en la destreza y la partitura. Un programador de espectáculos calcula que el 90% de los cantantes y agrupaciones, incluso internacionales, no llenan una sala con aforo de 800 personas. De esos, más de la mitad no llega a las cien entradas vendidas de unos 20 euros por cada cita. Las jornadas fuera de los fines de semana son duras, también en las capitales. «Cada noche hago algo diferente», mantiene Francisco López, mejor conocido como Loque. Tiene 50 años y más de tres décadas en la escena musical, aunque empezara «bastante tarde y por casualidad. Se fue liando la cosa y me puse al día».
«Ahora se prima más lo original, pero se gana menos»
«El perfil del músico es otro. Ahora hay mejor formación y la oferta ha crecido pero la demanda ha bajado. Hace tiempo éste era un oficio que tenías que estar a lo que saliese: grabaciones, conciertos… Ahora es más de artista, que tiene que sacar proyectos propios. Se prima más lo original, pero se gana menos».
Los locales pagan lo mismo que hace años, lo cual imagínate el panorama. Además, han cerrado muchos sitios típicos donde siempre se ha tocado, porque el mercado inmobiliario se los pone imposible. Los bares hacen menos dinero. Hay una presión hacia otro tipo de negocio en el centro de las ciudades».
«Sin embargo, yo sí que veo a los jóvenes que van a un sitio pequeño y les sigue gustando la música en vivo. Tiene su valor a pesar de lo digital. Creo que los artistas de cualquier género van a tener que encontrar sus lugares en la periferia de las ciudades».
En todos estos años, «la demanda de música en directo ha cambiado muchísimo en la forma, el fondo y la cantidad. Pasó de los locales pequeños, y antes había mucho más, a los macroeventos. Es general: los festivales funcionan», resume el contrabajista Loque. Los clubes y las salas «están luchando. No son festivales», asegura Juan Sebastián, que se presentó por primera vez en un pequeño club de Miranda del Ebro cuando estudiaba en Musikene, el Centro Superior de Música del País Vasco donde se graduó.
Tenía 19 años cuando presentó su primer disco por salas y festivales y son cientos los conciertos que ha dado. «Conozco España de norte a sur», dice quien ahora también imparte clases privadas de piano, armonía, improvisación y composición. Solicitado como pianista por otros músicos de distintos géneros, desde flamenco hasta pop, entre sus recuerdos está una noche en el Palacio de Lira con la Duquesa de Alba y las jornadas como residente en Blue Note. «El directo tiene una cosa apasionante, que es el contacto con el público. Es rejuvenecedor y, a la vez, siento la responsabilidad de ofrecerle a la gente lo que sé hacer».
Transformaciones
En una semana afortunada de este año, Loque puede tocar cinco días «en todo lo que sale, cuando hace años lo habitual era tocar todas las noches tres semanas seguidas. Yo no doy clases, no es lo habitual pero me he apañado la vida necesitando poco. Ni coche ni hipoteca. Pero cada día es más difícil vivir de esto». En una ‘jam session’ puede cobrar menos de cien, en otra más de 300. Esa semana sacó 600 euros brutos y se movió en metro con su instrumento, o caminando. La última noche, ya cansado, usó un coche eléctrico del ‘carsharing’.
Entre esas transformaciones se cuenta el digital. La manera de ofrecer la música como producto. Antes, cuando se le preguntaba a alguien qué estaba escuchando, respondía con el nombre de un grupo o un solista. Ahora pronuncia la marca de la plataforma. En ese contexto, los músicos encuentran las grietas para mantener la ilusión. «Para destacar, un artista está muy condicionado por la red social», dice Astrid Canales, cuyo último disco se titula ‘Abrazarte’, un interludio en su carrera mientras se convertía en madre.
Lo grabó con Juan Sebastián. Es una constante del oficio. Sus vidas se cruzan. Suelen compartir escenario unos con otros, aunque las afinidades luego los junten más o menos. «Tu currículo hoy es tu perfil. Si pongo una ‘story’ me llaman para dar clases. Los trabajos que tengo es gracias a Instagram. Internet es el gran expositor fantástico que aumenta la competencia entre artistas. Hay los que no tocan ni cantan muy bien, a veces no hace falta ni hacerlo. pero si eres músico, quieres hacer música y no marketing digital».
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Enlace de origen : La vida precaria de los músicos